Como era de esperar. La pandemia del Coronavirus no ha venido sola. Ha llegado cortejada de una serie de oráculos y mercachifles de la infodemia, que no pierden ocasión para inocular el virus del miedo y el pánico entre las poblaciones afectadas.
No conforme con los efectos adversos en las víctimas infectadas por el temible virus y las secuelas en el resto de la población, estas voces agoreras encuentran terreno fértil en la incertidumbre para difundir informaciones falsas y hacer creer que las teorías conspirativas tienen cierto grado de validez y predicción, que pueden explicar algo de la compleja y enmarañada realidad. Todo un cóctel de narrativas inventadas con pretensiones de desvelar los planes oscuros y malévolos de ciertos grupos de poder para controlar y manejar a su antojo los hilos que sostienen y dan sentido al orden mundial.
Recientemente, intentando dar una de sus enrevesadas explicaciones acerca de cómo surgió el Coronavirus, algunos devotos entusiastas de las teorías conspirativas, ignorando un reciente estudio publicado en la revista de divulgación científica Nature Medicine, que demuestra que el Coronavirus surge de evolución natural, no tuvieron ningún reparo en lanzar a Noam Chomsky a la picota, atribuyéndole la autoría de un texto donde el intelectual estadounidense afirmaba que esta pandemia irrumpió de un plan deliberado urdido por la CIA, el Club Bilderberg e Israel. Libelo que luego fue desmentido por el propio Chomsky.
Vivimos momentos inciertos, difíciles, donde la existencia humana pende de tomar los recaudos de salubridad y permanecer en cuarentena, pero también de estar bien informados. Ir al supermercado a comprar papel de baño, en momento que la casa se incendia, es señal de que las teorías conspirativas tienen una legión de adeptos. Y es como acertadamente plantea Yuval Harari: “La mejor defensa contra los patógenos es la información”.