Cuando Lehman Brothers se declaró en bancarrota y nadie le tendió la mano para salvarlo, muchos se preguntaban por qué no se actuó para frenar un desastre que terminó costándole a la economía mundial 100 veces más de lo que significaba salvarla de colapso. El efecto sistémico de esa caída no se hizo esperar y hundió al mundo financiera en su peor crisis desde los años 30.

Después de eso nunca más se arriesgaron a que un banco colapsara y de ahí en adelante salvaron a todo el mundo.

¿Pero porque Lehman Brothers? Algunos concluyeron que se debió a que su cartera estaba conformada mayormente por títulos en manos de inversionistas y fondos institucionales extranjeros. En otras palabras, no afectaba tanto a los inversionistas norteamericanos.

En España, por ejemplo, muchas de las horrorosas hipotecas concedidas a precios exorbitantes e incautados por los bancos, eran propiedad de extranjeros residentes en ese país. Estos terminaron perdiéndolo todo y todavía debiéndole a los bancos. Algo increíble y abominable que no hubiera ocurrido si el problema descansara únicamente en ciudadanos españoles de pura sangre.

Resulta que ahora hay más gente que se va de España a otro país o de regreso al propio, que los que están entrando y tarde o tempranos pagaran las consecuencias de ese déficit de mano de obra, que jugó un rol importante en los periodos de auge. En 5 años, si no es que colapsan antes, los españoles buscaran a esa misma gente en todos los rincones de Latinoamérica y África para retomar el camino del crecimiento.

Con las leyes antiinmigrantes de varios Estados de norteamericana pasa exactamente lo mismo. Desde que explotó la crisis en el 2007, generando alto desempleo y recesión económica, todo el peso cayó sobre los inmigrantes indocumentados (también discriminan a los documentados) que no tuvieron nada que ver con las causas que dieron origen a esa debacle. Ahora los persiguen y los expulsan como animales si no tienen sus papeles en orden, lo que tarde o temprano se reflejará en una crisis peor para esos Estados, que dependen de la mano de obra extranjera para disfrutar de su bienestar.

Estas decisiones sesgadas de gobiernos y autoridades monetarias, donde se toma en cuenta el efecto de una medida en función de la nacionalidad de los afectados, tendrán con el tiempo un alto costo político y económico en los países desarrollados o en vías de desarrollo.

En el caso de Republica Dominicana, lo mismo sucede con Haití, para no mencionar otros similares en ciertas aéreas del mundo. Aquí preferimos pagar el costo de la condena mundial y el desprestigio, antes que cumplir la ley con los ciudadanos del vecino país que reclaman con todo derecho sus documentos de ciudadanía. Son gentes nacidas aquí desde hace decenas de año y antes de que se modificara la Constitución, pero se les niega sus derechos.

Lo que nadie dice es que la economía dominicana no puede sobrevivir un día sin la mano de obra haitiana pero se les estruja en la cara que el gobierno gasta tantos millones de pesos en salud y educación para atender las necesidades de esos inmigrantes. Son cheles comparado con el aporte que realiza esa mano de obra.

Fíjense, que desde que el crecimiento económico comenzó a descender y el desempleo se disparó hacia arriba, el tema haitiano pasó a ocupar las primeras planas de los periódicos. La construcción casi paralizada y la agricultura en una crisis profunda, no demanda tanto mano de obra como antes y de alguna manera hay que deshacerse de esos inmigrantes que ya no se necesitan. Una forma de hacerlo es interpretando las leyes a su antojo y la otra, que los haitianos se desplacen a su país voluntariamente porque ya no tienen nada que hacer en este.

Después veremos las consecuencias cuando la economía comience a rodar de nuevo.