Las continuas revueltas desde hace semanas en el medio oriente y específicamente en Libia, han acrecentado el aire de especulación que ronda el mercado de los commodities y del petróleo. El llamado oro negro se cotiza en la actualidad a más de 100 dólares el barril, producto del nerviosismo que afecta al mercado internacional. La tensión política en libia sigue desarrollándose ante un Gadafi que se resiste a dejar el poder y de un Estados Unidos junto a sus aliados que acaban de realizar una costosa invasión a territorio libio con la finalidad de ponerle un PARE a la carrera alcista del carburante, pero que hasta la fecha solo ha servido para echar más leña al fuego de la presente crisis petrolera.
Pero no seamos tan ingenuos como para pensar que las razones de la invasión a Libia son para "mediar" la crisis en medio oriente o para derrocar a un mandatario autócrata; recordemos que debido a su estratégica ubicación geográfica mezclada con la difícil situación política, esto ha disparado el precio del petróleo lo cual perjudica a los grandes motores económicos como Estados Unidos y Europa, así como también a los motores emergentes como China e India; y esto no puede permitirse en un ambiente financieramente aún dolido y rezagado ante la crisis financiera del 2008.
SI a esto le agregamos de colateral la reciente crisis en Japón, donde se "desmontó el santo" de la seguridad de las centrales nucleares como fuente alternativa al petróleo, todo parece indicar que para que la tercera potencia económica eche a andar y ante la imposibilidad de poder utilizar sus principales plantas nucleares en el corto plazo, el uso de oro negro se hace inminente, provocando aún más presión sobre el precio del barril.
Ante este sombrío panorama las principales potencias del mundo no le quedan más remedio que abrocharse fuertemente los cinturones, poniéndole fin a una era de política monetaria flexible, apoyada en dinero barato y soporte estatal como es el Quantitative Easing en EEUU. Llegó el momento de aplicar una verdadera austeridad fiscal para controlar los colosales niveles de deuda del viejo continente y de Estados Unidos, producto de la pasada crisis económica y la reciente hecatombe petrolera.