La inequidad social es una realidad a la que “nos hemos acostumbrados” la mayoría de las personas que vivimos en los países en vías de desarrollo. La globalización de la economía y el libre comercio, es un modelo económico que ha generado pobreza, exclusión e inequidad social en cantidades industriales en los países con economías y sistemas educativos precarios. Según varios estudios realizados por psicólogos sociales, sociólogos y economistas en veinte y dos (22) países en vías de desarrollo (2001-20017), la globalización ha incrementado la corrupción, la desigualdad y la exclusión social.

Otros estudios realizados en países industrializados y en el vías de desarrollo (2006-2018) indican que, existen alrededor de dos mil (2,000) millones de personas que no tienen acceso a medicinas de ningún tipo,  ochocientos veinte y seis (826) millones de personas pasan hambre física, novecientos tres (903) millones de personas son analfabetas y 354 millones de niños no asisten a la Escuela. Esos mismos estudios refieren que, alrededor de mil (1,000) millones  de personas no tienen acceso a agua potable e indican que las fuentes acuíferas se agotan progresiva y aceleradamente. Además, dichos estudios confirman que, la desforestación y la desertificación, avanzan a ritmo acelerado y que, los pocos suelos productivos que quedan se están erosionando y degradando a un ritmo alarmante (Estudios-FAO-2001-2018).

Pese a las calamidades arriba referidas, nadie se salva de la influencia, manipulación y la perversión de la tecnología de punta, la cual ha invadido a los hogares y ha violentado nuestra privacidad, lo que está contribuyendo a la desintegración y destrucción de millones de familias, según los estudios arriba mencionados. La mayoría de los programas de radio y tv, las revistas pornográficas y el internet, están pervirtiendo a niños, adolescentes y jóvenes de una forma perversa y vulgar (Inf.-UNICEF-ONU-2019). El narco tráfico y la drogadicción, el lavado de activos, la vida fácil, la delincuencia y el crimen organizado tienen como cómplices a testaferros visibles e invisibles los que, con sus influencias, relaciones y recursos, están socavando las frágiles economías y la convivencia pacífica de la mayoría de los países en vías de desarrollo (Inf.-ONU-0010-/2019).

Escenas horrendas de violencias, crímenes, prostitución y pornografías están siendo difundidas por la mayoría de los medios de comunicación y el internet. Millones de niños y jóvenes observan dichas imágenes sin ningún tipo de control o filtro, orientación y sanción social por parte de sus padres o tutores. El impacto de estas escenas violentas repercute en las actitudes, hábitos y comportamientos de nuestros hijos y nietos. Desde nuestro punto de vista, las condiciones de pobreza y exclusión social en las que nacen, “se educan” y crecen nuestros niños, adolescentes y jóvenes, es el principal caldo de cultivo generador de violencia y criminalidad. Como psicólogo social, he constatado experiencias locales de pobreza e inequidad social conmovedoras en los barrios de Gualey, Guachapita, Simón Bolívar,  los Guaricanos, la Zurza, entre otros, así como en barrios marginados de las Repúblicas de Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Haití, donde he tenido la oportunidad de ser consultor para varios organismos de cooperación internacional con sede en los USA, la CEE y Canadá.

Frente al panorama que hemos descrito en los párrafos anteriores, los dominicanos debemos reflexionar hacia donde nos empuja la sociedad globalizada, sin importar los “cómodos o seguros” que nosotros estemos en la coyuntura sociopolítica y económica actual. Además, los dominicanos deberíamos cuestionarnos si cada uno de nosotros estamos asumiendo nuestros roles como padres, tutores, comunicadores sociales, profesores, sacerdotes, pastores, obispos, laicos, empresarios, líderes políticos, sociales y comunitarios. Reflexionar sobre la disponibilidad y calidad del agua, la falta de empleos dignos y oportunidades para nuestros jóvenes y para las mujeres jefas de hogar, el costo del transporte y la energía eléctrica, el manejo de la basura y los desechos industriales, la contaminación de las cañadas, arroyos y ríos, la deforestación y la erosión del suelo y la contaminación auditiva, son asuntos a los que los dominicanos debemos prestar atención.

Preocuparnos por una mejoría sustancial de los ingresos de los profesores y, exigir, se revisen los currículos de la educación básica, primaria, secundaria y universitaria, debería ser una prioridad impostergable. La mayoría de los dominicanos sabemos que, la mejoría sustancial de nuestro sistema educativo nos permitirá convertirnos en un país más competitivo. Además, los dominicanos debemos trabajar todos juntos para rescatar a los niños, adolescentes y jóvenes que viven en las calles en condiciones inhumanas. Si invertimos en los niños a temprana edad, estamos trabajando para prevenir el uso de drogas lícitas e ilícitas, la delincuencia y la criminalidad.

La Inequidad Social, es lo más parecido a la descripción del Infierno que nos inculcaron la mayoría de los adultos, creyentes y no creyentes, desde muy temprana edad. El Gobierno Central y las instituciones públicas y descentralizadas, deben invertir más en prevenir las enfermedades más comunes que afectan a los niños y adolescentes que viven en condiciones de pobreza e inequidad. Trabajar para desenmascarar los falsos valores y los líderes superfluos, denunciar la sociedad de consumo y crear grupos de apoyo solidarios por la equidad, es una tarea que debemos asumir los dominicanos comprometidos con una sociedad más justa y equitativa para todos.

Conviene invertir más para crear las condiciones socioeconómicas, comunitarias, culturales y ambientales que les permitan a los pobres insertarse en el mercado laboral y convertirse en sujetos productivos. Los psicólogos sociales, los sociólogos, los antropólogos y los psiquiatras sabemos que, la indigencia y la inequidad social, impactan negativamente en el desarrollo físico, cognitivo, psicológico y afectivo de nuestros niños en los primeros mil (1,000) días a partir de su nacimiento.

Frente al cuadro de pobreza e inequidad social en el que vive casi el cuarenta por ciento (40%) de nuestra población, el Gobierno Central y sus instituciones deben diseñar, en coordinación con los sectores empresariales, académicos, comerciales, industriales, sociales, gremiales, religiosos y comunitarios, nuevas políticas públicas para atacar las causas que generan pobreza e inequidad social. Las condiciones de pobreza e inequidad en las que viven los pobres y excluidos de nuestro país,  requiere de nuevos programas que sean más creativos, innovadores y sostenibles en el tiempo. Es estratégico, dejar como cosas del pasado, las políticas públicas y los programas que se han implementados en los últimos veinte y cinco (25) años y que no han sido efectivos para atacar la pobreza y la inequidad social.

Los nuevos programas, proyectos e iniciativas que deberían poner en marcha el Gobierno Central y sus instituciones, tienen que contar con el apoyo e inversiones de las empresas privadas y sus gremios, las asociaciones y federaciones de juntas de vecinos, las asociaciones de productores agropecuarios, las federaciones y asociaciones de comerciantes, las universidades, los medios de comunicación impresos y digitales, las iglesias de todas las denominaciones y sus respectivos representantes. Trabajar para atacar las causas-raíz generadoras de pobreza e inequidad, es una Deuda Social que tienen todos los partidos políticos que han estado al frente de las cosas públicas desde nuestra Independencia, así como de los empresarios, importadores y comerciantes que han acumulado riquezas en los últimos sesenta (60) años.

Las inversiones públicas y privadas, en la formación del talento humano a todos los niveles, ha generado extraordinarios resultados en los países que hoy hacen galas de su solidez y su pujanza educativa, económica, creativa, tecnológica, innovadora, productiva y comercial, como son, entre otros, Taiwán, Corea del Sur y Finlandia. En tan solo cien (100) años, Finlandia ha logrado consolidarse como unos de los países más admirados del mundo, donde 5,500.000 ciudadanos disfrutan de una educación gratuita, un gobierno transparente y una floreciente cultura de innovación con derrames económicos para todos en igualdad de condiciones.

Invertir más para formar técnica y vocacionalmente a los hijos de padres pobres y excluidos, es capacitarlos para enseñarlos a pescar y, por consiguiente, apoyar el desarrollo de su autoestima como personas. Ninguna persona logra desarrollarse a plenitud si los recursos que necesita para alimentarse, educarse y vivir, los recibe en calidad de donación y en condiciones humillantes y denigrantes. La pobreza y la inequidad social castra las aspiraciones de los niños desde muy temprana edad. La mayoría de los dominicanos sabemos que, la deserción escolar y el trabajo infantil, empujan a nuestros niños, adolescentes y jóvenes pobres a la prostitución, al uso del alcohol y otras drogas prohibidas. En un ambiente promiscuo y de inequidad social, la mayoría de los adolescentes y jóvenes son incitados al hurto, a la violencia y a la criminalidad irracional.

Como país, la República Dominicana tiene oportunidad ahora de discutir, consensuar y poner marcha políticas públicas, programas, proyectos e iniciativas dirigidas a crear las bases socioeconómicas para producir y generar derrames económicos para todos. ¡Aún estamos a tiempo, señor presidente!