La denominación de Industrias Culturales y Creativas, está muy de moda, y como moda al fin, suena más a copia mimética que a un encuentro y asunción racional y discernible de los resultados de estudios culturológicos que desde la década de los 80’s se han venido sucediendo en Latinoamérica, y en el ámbito iberoamericano y mundial.
Ese mimetismo quizás se deba, como dijo Galeano, a esa manía de "papagayo” que tenemos, y eso de repetir sin razonar; o aquel ancestral "complejo de Guacanagarix", en que lo europeo y lo americano, es "bueno y valedero", por solo ser del Norte.
Perdón por la disociación. Retomando la idea inicial, volvamos a un sencillo análisis: "industrias culturales" que es la denominación original de Adorno y Hokheirme (1947), comprende aquellas industrias de producción, reproducción, distribución, difusión y consumo de bienes culturales de forma masiva. Nace el arte de masas, o sea se referían sus análisis a la cadena de valor de la cultura, al ciclo reproductivo de la cultura y a su carácter masivo, sobre todo, en la reproducción y en el consumo masivos. Sin embargo, a finales de la centuria pasada, con la introducción, por los ingleses, del concepto de "economía creativa" se les hizo necesario a algunos teóricos de la cultura, añadirle la palabra "creativas", a la denominación de Industrias Culturales. Sin embargo, toda obra cultural es, por su naturaleza, creativa y tiene un valor estético, social, económico, histórico, identitario y, sobre todo, simbólico. Una obra cultural es polisémica, multidimensional, dinámica, dialéctica, y aunque no sea ese su propósito, también ejerce función educativa, de transformación social, pues actúa conformando el imaginario social, sirviendo de paradigma y re configurando conductas individuales, grupales y sociales.
Al añadirle a la denominación de "industrias culturales" la palabra "creativas", para mí criterio, estamos asumiendo un concepto restringido y cercenado de la categoría cultura; desconocemos así, años y siglos de estudios científicos sobre la cultura que sobre todo, en la década de los 80′ y 90′ del siglo XX, tuvieron su máximo esplendor. Múltiples cónclaves, de Ministros de Cultura, o Política Cultural, a escala iberoamericana, como latinoamericana y en el Caribe, se han realizado entre los últimos veinte años del siglo XX y los inicios de este Siglo. Es referencia obligada, aquella paradigmática Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales (MONDIACULT) celebrada en Ciudad México en 1982 y convocada por la UNESCO.
Desde entonces, quedó establecido un concepto-base de Cultura que ha de quedarle aprehendido a cada empleado del sistema institucional de la Cultura, en el entrenamiento laboral que debiera hacerse a todo el personal que entra a laborar en el sistema institucional, pues no se concibe a un gestor cultural formal que no conozca y aplique una concepción amplia de cultura la que "puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una
sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias". Esta definición traspasa desde los años 80′ del siglo pasado, limitadas definiciones que solo comprendía las artes y las letras, o de aquella aristocrática y esotérica definición, nacida en el siglo XVIII y que asume a la cultura como las "Bellas Artes y el Patrimonio".
Si somos coherentes con esta definición dada en MONDIACULT, en 1982, al decir Industrias Culturales deberemos asumir, todas aquellas que nos distinguen, que nos cualifican como sociedad, incluso, las surgidas en esta Sociedad Global digitalizada e interconectada, donde cada vez más, los productos de Industrias Culturales modelan nuevos códigos a la identidad cultural y se convierten en protagonista del imaginario individual y social, nos configuran la vida.
Pero… Cuidado! No sigamos entrando dentro del concepto de Industrias Culturales a todo bien o servicio cultural por su valor mercantil, por el simple hecho de ser una mercancía cultural. Una cosa es Industria Cultural y otra es empresa cultural. La Doctora en Economía de la Cultura, Tania García, no me dejará mentir si aseguro que debemos ser cautelosos al entrar al mismo "saco" a todos sin distingos de naturaleza. La diferencia esencial entre industria y empresa cultural, repito, está sobre todo: en la reproducción seriada e industrializada, en la distribución, difusión y consumo masivo de bienes y servicios culturales.
De las grandes e históricas industrias culturales podemos mencionar: la música, la editorial, el cine, la publicidad, y la reina de todas que es la televisión. Se han incorporado otras, más jóvenes, como la industria de los vídeos juegos y del internet, incluyendo las redes sociales y el poco explotado, comercio cultural electrónico.
Estas reflexiones pudieran parecer solo para "culturólogos", pero no es así, pues cada vez más los productos de las industrias culturales nos envuelven, quieren que dejemos de ser los ciudadanos patrióticos con fuerte raigambre identitario, para "cosificarnos" y convertirnos en simples y despersonalizados clientes, o sea, consumidores pasivos y acríticos, o peor, consumistas desenfrenados.
Si no conocemos la teoría seguiremos hablando sin conocimiento de causa, o peor, improvisando prácticas estériles e infructuosas, como seguimos haciendo, lamentablemente.