Al día de hoy y aún cuando se avanza en el campo general de la industrialización en los distintos procesos productivos, la arquitectura – y más específicamente las técnicas constructivas-  se han quedado ancladas en una forma artesanal de hacer las cosas.

Sólo basta ver como seguimos conservando algunos oficios – muy necesarios en el escenario actual – mientras en otros ámbitos como la ingeniería automotriz o la aeronáutica,  todo sale de la producción en serie.

Es preciso aclarar que con nuestros análisis y comentarios no enfocamos a la arquitectura como algo estandarizado que se puede sacar de una cinta de ensamblaje y punto. Nuestro enfoque no se refiere al diseño ni a las particularidades que debe tener una obra de arquitectura como tal y que por demás debe estar siempre  adaptada a las necesidades propias de cada proyecto.

Independientemente de nuestras preferencias, debemos admitir que la idea de adaptar un contenedor para convertirlo en una oficina, una casa o parte habitable de un edificio es una idea inspirada en la factibilidad de las cosas

A lo que nos referimos más bien es a la industrialización de los procesos productivos en el ámbito de la edificación para reducir los impactos que genera la construcción tradicional y potenciar el desarrollo de técnicas  y tecnologías  que faciliten el proceso constructivo. De lo que hablamos es de conseguir un plus para la arquitectura que podría venir dado por la producción industrial de partes (partes que sumen un todo) de los edificios.

La gran ventaja de una construcción modular y prefabricada (ligera o pesada según sea el caso) radica en la velocidad de la ejecución y/o puesta en obra del edificio.  No es lo mismo acortar los plazos de una promoción inmobiliaria (de un complejo habitacional por ejemplo)  de 18 meses a 6 meses. Los costes de producción se reducen de tal manera que permiten un margen para optimizar los resultados del producto final de cara a las condicionantes de diseño.

Cuando decimos “optimizar los resultados”, lo  hacemos conscientes de que se asocia a la construcción industrializada, prefabricada o modular con soluciones alejadas de todo orden armónico con las condicionantes de diseño, cuando puede ser incluso todo lo contrario…pero esto es materia de otro artículo.

Salidas alternativas

Como respuesta a esta necesidad de velocidad y fácil manejo, en los últimos años se ha puesto de moda algo que hace 30 o 40 años resultaba anecdótico  – o cuando menos circunstancial-  y es la utilización de contenedores (de transporte de mercancías en barco) para su uso como unidades habitacionales.

Independientemente de nuestras preferencias, debemos admitir que la idea de adaptar un contenedor para convertirlo en una oficina, una casa o parte habitable de un edificio es una idea inspirada en la factibilidad de las cosas.

Un contenedor de transporte de mercancías tiene unas dimensiones estándar (para su manejo y transporte) que bien pueden ser aprovechables, como en efecto lo son, para adaptarlas al uso vividero de su espacio interior. Tan adaptables al uso humano son estas medidas que incluso las unidades, que sí han sido diseñadas desde el principio como habitables, transportables y de fácil ensamblaje (como casetas de obra, pequeños cubículos de oficinas, etc.) tienen estas mismas medidas o por lo menos similares.

Un camino natural

Se va trazando un camino hacia la industrialización de los medios de producción. La arquitectura es parte de esta sociedad tecnológica y como parte de ella está, necesariamente, colocada en el trayecto que lleva hacia ese desarrollo industrial.

Les queda a los proyectistas conquistar el reto de hacer que la industrialización de los procesos constructivos no afecte a la esencia de la arquitectura (que es interpretar y responder a  las necesidades del usuario de acuerdo a las condicionantes del proyecto), sino  más bien que sea de beneficio para el resultado final.