Hoy comienza el último mes de este año 2020, un año particular y que cambió la vida de todos en el mundo. Nueve meses han pasado, desde el anuncio del primer caso de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) que se tuvo en la República Dominicana. Poco a poco se ha ido retornando a la normalidad y a la vez bajado la guardia con esta terrible enfermedad por parte de los ciudadanos.

Hoy en todo el mundo, después de que hubo una reducción de contagios y víctimas a causa de esta enfermedad, se ha producido una segunda ola de la pandemia y ha traído consigo nuevos confinamientos. Países que fueron los primeros en cerrar sus fronteras a principios de este año, ya plantean un nuevo cierre.

República Dominicana no es la excepción y los casos han aumentado, producto de que se ha abierto, prácticamente todo, pero más que nada, la gente ha perdido el miedo y se ha relajado todo, a tal punto que abundan las reuniones sociales y encuentros informales en casas, restaurantes y espacios privados.

Se entiende que es imposible, sobre todo para las casi tres millones de personas que viven del trabajo informal o las que tienen uno de manera formal y no puedan trabajar desde sus hogares, mantenerse en sus casas sin producir, pero no es posible que seamos temerarios y organicemos fiestas con la excusa de que se está respetando el toque de queda, mas no el distanciamiento social ni el físico.

Está la irresponsabilidad de algunos políticos, que han seguido su agenda partidaria, con mítines, encuentros y juramentaciones, que bien pueden esperar y más que están muy confiados -como toda sanguijuela hematófaga y carroñera- de crecer por la hemorragia indetenible de otro partido.

Pero es imperdonable que los que propician e incentivan reuniones o espectáculos sean instituciones gubernamentales, contradiciendo así al presidente, que acaba de solicitar al Congreso Nacional otros 45 días de estado de emergencia y poder seguir con el toque de queda y el distanciamiento social.