Es indisciplinada la gente, sí. Y por no poder con los que no se puede, se impone el poder contra los que siempre se puede: prisión domiciliaria contra nosotros, los de siempre, los que cumplimos, los que pagamos sin exenciones ni subvenciones. Los ricos a sus villas en complejos cerrados donde las leyes no siempre alcanzany los pobres a las calles y esquinas, con drink y colmadón incluidos, donde las autoridades no parecen tener jurisdicción. Y otra vez nosotros, los de siempre, condenados sin apelación a preservarles camas y habitaciones a los que nunca se cuidan, los que nunca supieron del toque de queda ni del “quédate en casa”.
Y si angustiante es tener que encerrarse el fin de semana desde las doce del día, mucho más desesperanzador es tener que aceptar que la posible libertad de esta prisión domiciliaria está en manos de ellos, los que sin quedarse quietos siempre salen en la foto, que no se enteran ni se quedan en casa y nunca han sufrido el encierro, porque la vicepresidenta ha puesto su confianza en que“todo el pueblo” acate la orden dada, “para no vernos con la necesidad de tomar otras medidas más fuertes”. ¿Y cómo quedarse en casa hacinada? ¿Cómo pasar días y noches enteras en habitaciones de dos por cuatro compartidas con familiares, sin respirar el olor a baile en la calle, aunque esté prohibido?
Es una ficción el toque de queda; y peor aún, es una prisión: es ficción para todos y prisión para algunos, los de siempre, los que cumplen a las buenas o a las malas. Por nuestras calles solitarias pasa la camioneta de la policía imponiéndonos como advertencia la autoridad que no se atreve a llevar a los barrios marginados ni a los complejos de veraneo. Y a esta prisión domiciliaria se le agrega el cierre de plazas públicas para recalcarnos “si sales, no te esparzas”. Es una medida dictatorial que no funciona entre gente libre.Y es una decisión absurda que no suplirá lo que solo la educación puede.
Y sí, es cierto, la pandemia nos vino de repente y nos cogió asando batatas: ahora no es posible imponer la educación que por décadas descuidamos. Pero sí es posible impartir la que demanda el momento y las circunstancias. ¿Cuántos manuales informativos se le ha repartido a lagente, para que conozca el virus?¿Por qué no tenemos promotores de salud visitando los hogares para llevar la orientación necesaria para prevenir la enfermedad? ¿Por qué las Alcaldías, muchas de las cuales no sirven para nada, no están dedicadas a trabajar de cerca con sus munícipes en temas de prevención? Aumentar o reducir las horas de prisión domiciliaria no ha resuelto ni resolverá nada; solo es un paliativo que, para colmo, es completamente disfuncional.Porque a la fuerza no se logra lo que la educación debe proporcionar.
Pero no es fácil tomar en serio la intención de quien insiste en un error como medio de solución de un problema. Tal vez por facilismo, no creo que por imbecilidad. Tal vez por impotencia, para no cruzar los brazos en señal de indefensión. O tal vez por desorientación, porque pasar la vida republicana improvisando operativos no crea soluciones perennes. Pero lo cierto es que toque de queda venido a prisión domiciliaria y medicina curativa sin educación solo deja mucha angustia y desesperanza, pero nunca solución.