Escribir de forma partidaria en estos tiempos desgraciados lleva culpa, pero es irrefrenable hacerlo ante tanta mentira y oportunismo. Es indignante ver al candidato oficialista desparramando millones de dólares en ayudas sobre una población atemorizada y menesterosa, sabiéndose que provienen del dinero que  han robado a ese mismo pueblo. Muerde la carroña en busca de votos. Postureras y nauseabundas bondades provenientes de los responsables directos de que hoy tengamos ciudadanos desamparados, irreflexivos, indisciplinados, chiriperos, ineducados, y viviendo en insalubre hacinamiento. Indignante que todavía  nuestra población sea incapaz de cumplir una cuarentena, por ignorancia o porque prefieren infectarse a perder la  subsistencia. Quienes han contribuido históricamente a este atraso, ahora quieren servirse del mismo, fingiendo ser redentores.

Escuchar a la vicepresidenta invocar a Dios y a la virgen, afirmando que ella, a través de su institución, se ocupará de evitar el hambre, revolotea el estómago. Esta astuta e inteligente Eva Perón criolla, siempre se ha promocionado con el dinero del Estado; sin esconder, igual que Evita, que su preferencia está en el reino de este mundo y no en el de los cielos. Cómplice silenciosa de desmanes y tropelías que saquean durante veinte años a esa misma gente que ella quiere y bendice. ¡Esto es el colmo! Pero ella no es la única que insiste en santificarse.  

Nuestro presidente, sin energía ni convencimiento, insiste en tranquilizarnos, afirma que nuestro sistema de salud actúa casi igual al de Hong Kong o Nueva Zelandia. Todo, afirma él, está bajo control: baja tasa de infección y baja mortalidad. Es un dislate sin respaldo científico que ni él mismo puede creerse. Aquí no se han hecho suficientes pruebas para detectar el ritmo del virus, ni se cumple la cuarentena, ni se conoce la verdadera capacidad de los servicios sanitarios. Y descaradamente, como de costumbre, afirma que pondrá candado después que se ha robado: implementará estrictos controles en las compras estatales. ¡Que gallo! Este mandatario actúa igual que Donald Trump, quien, entre mentiras, medias verdades, manipulación de cifras e intereses personales, tiene confundida e infectada a la otrora nación más poderosa del mundo.

Y no dejaron de reventarse hemorroides, úlceras y migrañas, escuchando la bien memorizada y verbalizada cátedra del expresidente Fernández en su última entrevista. Este actorazo – que cuando no gobierna, funge de catedrático, intelectual, economista, orador, beato, y ahora de epidemiólogo – mientras gobernó dejó mucho que desear y no quiso educarnos. Facilitó, también con sapiencia, el tesoro nacional para hacer millonarios a sus íntimos. Ah, pero ahora se  exhibe como el gran estadista que solo admite un único defecto: no saber freírse un huevo. Por cierto, que a esos colaboradores multimillonarios que le rodean no se les ve regalando mascarillas,  guantes,  hospitales, ni ambulancias. Bien podrían desprenderse de parte de sus fortunas y ponerse a actuar en lugar de teorizar. Es demasiada la poca vergüenza de nuestros políticos tradicionales. Merecen el desprecio de todos y un  lugar inmundo en el averno . ¡Que timbales tienen!

He repetido varias veces, y debo seguir haciéndolo, que ningún gobernante de ningún partido nos pudo sacar del tercer mundo luego de cincuenta y pico de años en democracia. Han sido una caterva de ineptos, ególatras, y ladronzuelos. No tuvieron ninguna intención de enaltecer ni fueron capaces de implementar un proyecto nacional de desarrollo. Ahora esta pandemia vuelve a desnudarlos:  masas indiferentes, insalubres, desempleadas, sin retiros laborales, ignorantes, y  a la merced de un  ineficaz sistema de salud.  Maldiciones del subdesarrollo.  

Quien se detenga a ver las fílmicas de nuestro infectado presente puede llegar a pensar que estamos a la retaguardia del mundo. ¡Qué desorden, qué indisciplina! Pero este resultado paupérrimo después de medio siglo no es casual, tiene nombre y apellido entre los que se encuentran los que hoy aconsejan, pontifican, y fingen ser buenos samaritanos. Indignos, indignantes, provocadores de indignación.

Así de trágicas como andan las cosas, pude sentir aire fresco en estos días durante otra rueda de prensa; esta vez de un grupo de opositores. Por fin gente joven en la primera fila, líderes emergentes, propuestas lógicas, científicas, razonables, y conciliadoras.  Puede que el gobierno no les haga caso, pero indica que es posible verlos actuar en el futuro haciendo esfuerzos creíbles para conducirnos a la civilización.