Las manifestaciones del movimiento juvenil dominicano, generadas por la crisis institucional del fallido proceso electoral, se suman a las protestas similares llevadas a cabo por la juventud en otros países de América Latina y Europa.

Los motivos de las protestas varían en función de los distintos contextos sociales: la crisis económica, el encarecimiento de los estudios universitarios, la violencia sistemática contra las mujeres, el calentamiento global, la corrupción de los gobernantes, o la impunidad ante los crímenes de Estado.

El sociólogo Manuel Castells ha estudiado durante décadas el papel de los movimientos sociales. Recuerdo su reflexión, con motivo de la puesta en circulación de la nueva edición de su libro, Redes de indignación y esperanza (2015). Allí señaló que vivimos en una época donde emerge un tipo de movimiento social muy específico, no generado por INTERNET, pero indisoluble de ella. Lo caracteriza como emocional, pues carece de programas y estrategias diseñadas para la acción, sin un liderazgo que articule conceptualmente el proyecto de transformación social.

Castells le ha otorgado a los movimientos sociales un papel fundamental en todo cambio político. “Sin movimiento social no hay transformación”. Ha sostenido que las transformaciones no pueden provenir desde el interior de las instituciones en las que se instalan los partidos tradicionales, comprometidos con prácticas políticas como: la corrupción, la falta de transparencia, la falta de sensibilidad hacia las políticas sociales, la arrogancia o la falta de disposición a la escucha.

Como hemos visto, con el movimiento social dominicano de nuestros días, vivimos una época de profunda decepción con respecto a las referidas prácticas.

La cuestión fundamental es cómo articular esa decepción para convertirla en una acción política cuya esperanza de cambio a favor de mayores cuotas de justicia social se concretizen en prácticas institucionales.

Resulta difícil, porque un segmento importante de la población que conforma nuestro movimiento social pertenece a una generación con una apatía hacia los liderazgos y a las autoridades, así como asistemática en sus ideas y procedimientos para defenderlas.

A la vez, una parte importante de los integrantes de esa población pertenece a una clase social con mucho que perder si una situación política crítica amenaza sus estilos de vida individuales.

Castells señala que hoy día los movimientos nunca se detienen. Pueden cesar en las calles, pero continúan en las redes sociales. La cuestión por ver es si el movimiento social dominicano, a pesar de su actividad en el mundo virtual y físico, conformado por jóvenes con las características señaladas, puede convertirse en un agente político de cambio o si, por el contrario, su espacio será ocupado por un liderazgo político de oposición oportunista y tan cuestionable como el que nos ha gobernado durante décadas.