El 1 de diciembre de 1821 no fue declarada la independencia dominicana sino un camuflado intento de contrarrevolución de la oligarquía esclavista, opuesta a rajatabla a perder sus esclavos como consecuencia del movimiento prohaitiano que semanas antes había surgido en la frontera del Norte, que reivindicaba la manumisión y la igualdad racial. En esos tiempos no existía el sentimiento de dominicanidad, las clases sociales estaban abanderadas bajo el color de la piel de los pobladores. Los blancos con todas las prerrogativas sociales y políticas. Los mulatos que no eran esclavos y podían ser ricos, aunque para ser ciudadanos con todos los derechos por el color de su piel debían recurrir a largos y tediosos trámites burocráticos. Los negros libres con más limitaciones que los mulatos y los negros esclavos sin ningún tipo de derecho. Esa era la composición social de los habitantes de la colonia española, como lo afirmaba entre otros el gobernador Sebastián Kindélan. (Máximo Coiscou Henríquez. Documentos para la historia de Santo Domingo. Sucs. Rivadeneyra, S.A. Madrid, 1973. Vol. II pp. 97-98). Reiteramos todavía no existía el sentimiento de dominicanidad.
El grave dilema de las autoridades hispanas lo constituía Haití, donde todos los habitantes eran libres e iguales. Mientras ese país permaneció dividido en dos Estados ellos no sintieron peligro, desde que Boyer lo reunificó en 1820 se produjo el alerta máxima de los funcionarios hispanos. El 10 de junio de 1820, el gobernador Kindélan emitió una proclama denunciando las actividades de los “perturbadores” raciales, advirtiendo que aprovechando la variedad de colores de la población comenzaban a: “sembrar la cizaña a la sombra de los derechos de libertad, igualdad e independencia”. Añadiendo que estos alegaban se acabarían las diferencias entre blancos, pardos y morenos, entre libres y esclavos. (Máximo Coiscou Henríquez. op. cit. p. 96). Las autoridades entraron en pánico cuando el teniente Dezir Dalmassi a nombre de Boyer, en diciembre de 1820 recorrió los pueblos fronterizos llamando a la unificación pacífica con Haití, prometiendo la igualdad de razas. Esto era un atractivo para negros y mulatos o sea para las dos terceras partes de la población.
Kindélan comunicó el creciente peligro a las autoridades en la metrópoli. A finales de enero de 1821 desde Madrid la Gobernación de Ultramar enviaba una nota al gobernador de Santo Domingo confirmando la grave amenaza de invasión haitiana, ordenándole pedir ayuda a las autoridades de La Habana. (Máximo Coiscou Henríquez. op. cit. p. 195). Los rumores de una incursión militar haitiana se podían calificar como la «crónica de una invasión anunciada».
En la primera semana de noviembre de ese año de 1821 se inició la insurrección en los pueblos fronterizos de la zona Norte bajo la dirección del comandante de Dajabón Andrés Amarante, quien enarboló la bandera haitiana, proclamando la adhesión de esa zona al Gobierno de Boyer. Jean Price-Mars en su muy sectaria obra sobre las relaciones dominico-haitiana, insertó las proclamas a favor de la unificación con Haití. (Jean Price Mars. La República de Haití y la República Dominicana, diversos aspectos de su problema geográfico y etnológico. Colección del Tercer Cincuentenario de la Independencia de Haití. Puerto Príncipe, 1953, T. I pp. 113-136 ). El historiador Troncoso de la Concha alegó que las proclamas fueron inventadas por Price Mars. (Manuel de Jesús Troncoso de la Concha. La ocupación de Santo Domingo por Haití. Editora La Nación. C. T. 1945. p. 8). No tenemos que dedicarnos a averiguar si eran falsos o verdaderos los susodichos edictos, el propio Núñez de Cáceres en la declaración del supuesto Estado independiente de Haití-Español, confirmó que el verdadero estallido rebelde de la época fue la insurrección antiesclavista de los pueblos fronterizos, cuando sentenció: “Ya sabéis que reventó en Beler, en Montecristi, Puerto Plata y Santiago, aunque el antiguo gobierno disimulase o se desentendiese de unos sucesos que no podía evitar. Los valientes hijos de Petión la protegen y acaloran […]. (Emilio Rodríguez Demorizi. Santo Domingo y la Gran Colombia. Bolívar y Núñez de Cáceres. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, 1971. p. 65). Esta revuelta a mediados de noviembre estaba en Santiago, y como asentó Núñez de Cáceres los valientes hijos de Petión la protegían y acaloraban. ¿Quiénes eran los valientes hijos de Petión?
Núñez de Cáceres justificando su actitud, en comunicación a Pascual Real gobernador español del momento, le enrostraba que: […] estamos amenazados de dos invasiones (y la España ni ha querido ni puede en el día protegernos) cuyos funestos resultados no pueden evitarse de otro modo”. (Máximo Coiscou Henríquez. op. cit. p. 285). Reiterando estos conceptos, en abril de 1822 Núñez de Cáceres publicó un documento en el periódico madrileño El Imparcial, en este sostenía: “No se me ocultan los cargos y recriminaciones que los mal contentos preparan, y aun han comenzado ya a vomitar contra mi conducta, por los hechos y consecuencias de nuestro cambio político, ejecutado el primero de diciembre último, con el buen orden que todos han experimentado. Yo respondo que los movimientos de la independencia empezaron el 8 de noviembre en Dajabón, en Beler y Montecristi, y que la capital no hizo otra cosa que salirles al encuentro, con las puras y leales intenciones de conjurar la nueva furiosa tempestad que reventó en aquellos lugares, y que en breve se hubiera propagado hasta llegar a nosotros, tal vez mucho más cargada de funestos materiales recogidos en su tránsito […]. ¿Cuáles fueron esos movimientos que empezaron el 8 de noviembre? Sencillamente los prohaitianos. Núñez de Cáceres pretendía involucrar a la Capital como responsable de su conato, que solo representaba a los esclavistas. Engañó al principal batallón de la ciudad, de pardos y morenos que dirigía Pablo Ali, prometiéndoles que abolirían la esclavitud. Desengañados estos militares de color, luego se colocaron al lado de los haitianos.
Se debe enfatizar está harto demostrado que Bolívar solo conoció el caso el 9 de febrero de 1822 (el mismo día que entraron los haitianos a la ciudad de Santo Domingo) y en su comunicación se deja claro no tenía ningún vínculo con Núñez de Cáceres y su sector. (Simón Bolívar. Obras, cartas, proclamas y discursos. Ediciones de la Cant. Caracas, 1982. T. II p. 631). Bolívar estaba en Popayán, situada en la frontera de Colombia y Ecuador, muy distante de Caracas. Núñez de Cáceres hábilmente y sin autorización asumió el nombre de La Colombia como parapeto político para tratar de persuadir a los haitianos que no entraran a Santo Domingo y les quitaran sus esclavos, en atención a las buenas relaciones de estos con La Colombia, ante la oportuna ayuda que le había prestado Petión a Bolívar. En La Colombia se permitía la esclavitud, era una coartada perfecta de Núñez de Cáceres.
Como analizó Pedro Francisco Bonó, Boyer y toda la jefatura haitiana despreciaron la oportunidad de ofrecer un régimen prospero a la isla, obstando por un Gobierno federado. (Emilio Rodríguez Demorizi. Papeles de Pedro F. Bonó. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, 1964. p. 610). Prefirieron gobernar a los habitantes del Este como un pueblo conquistado, obviando se trataba de sociedades con hábitos y costumbres muy diferentes. Lo peor fue que Núñez de Cáceres y su cohorte oligárquica, le proporcionaron a los haitianos su mejor argumento para mantener su ignominiosa ocupación del territorio dominicano por 22 años. Cada vez que se gestaba una protesta (exceptuando la intentona de Los Alcarrizos) de inmediato los haitianos la calificaban de conspiración para traer La Colombia y con ella la esclavitud, tratando de mantener a los negros y mulatos de su lado. Esta pérfida conseja, aleccionó a los criollos en el sentido que para sacudirse de esa tiranía debían desarrollar la unidad de las razas, que quedó sellada en el movimiento patriótico encabezado por Duarte, fundador del Estado dominicano sin diferencias de clases, ni colores. No es fortuito, que trinitarios y separatistas en sus proclamas nunca aludieron que su movimiento insurgente se podía interpretar como la continuidad de las actividades de Núñez de Cáceres. Algo que hoy pretenden algunos con motivo del bicentenario de esta intentona oligárquica.
Charles Hérard en su represiva gira parapolicial de 1843 supuestamente descubrió un “complot” colombiano en Santiago, apresando al antiguo diputado Servando Rodríguez y al cura del pueblo, acusándolos de tener uniformes para organizar un presunto ejército colombiano. (Emilio Rodríguez Demorizi. Invasiones haitianas de 1801, 1805 y 1822. Academia Dominicana de la Historia. C. T. 1955. pp. 286-287). Luego trataron de introducir una bandera de La Colombia en el domicilio de Duarte para decir que este era el líder del inexistente bando colombiano. (Apuntes de Rosa Duarte. archivo y versos de Juan Pablo Duarte. Editores E. Rodríguez Demorizi, C. Larrazábal Blanco y V. Alfau Durán. Instituto Duartiano. Santo Domingo, 1970. pp. 59-60). El 28 de febrero de 1844 el gobernador haitiano Desgrotte le envió a decir a los negros de Montegrande que la insurrección patriótica de la víspera era un movimiento esclavista, rápidamente se redactó un decreto aclarando que la esclavitud no sería reimplantada. (Vetilio Alfau D. El suceso de Monte Grande. Clío. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, 1976. Núm. 132. p. 56). Pedro Santana desenmascarado por Duarte como traidor que pretendía vender a Samaná, cuando encabezó su golpe de Estado reaccionario imputó a Duarte el entonces sambenito de colombiano. (Emilio Tejera. Historia Patria. Documentos históricos del archivo de Duarte. Clío Academia Dominicana de la Historia. C. T. 1936. Mayo-junio, Núm. 21. p. 69). Todo porque Núñez de Cáceres con su movimiento proesclavista de 1821 que dividía a los criollos entre negros esclavos y blancos, le brindó el mejor argumento a los haitianos para que durante 22 años explotaran aquello de que todas las conspiraciones eran colombianas esclavistas, para mantener a los negros y mulatos de su lado. El 1 de diciembre de 1821 no es una fecha patriótica, sino un evento de muy pura cepa oligárquico.