Hubo papas reaccionarios, como “san” Juan Pablo II, que no eran mensajeros de la paz; sino de las guerras, golpes de Estado: Llevaban tensiones a las regiones que visitaban. Echemos un vistazo cuando humilló en público (ante las cámaras de televisión de todo el mundo, en marzo de 1983) al sacerdote y poeta Ernesto Cardenal por su vinculación con la revolución sandinista. Peor aún, llegó con la intención de echar del poder a la naciente revolución liderada por Daniel Ortega en Nicaragua.
En Polonia se reunió a escondida con el dirigente sindical Lech Walesa para atentar contra el gobierno comunista de ese país. Walesa fue el peor gobernante que jamás haya tenido país alguno. Monseñor Arnulfo Romero se sentía acosado por la dictadura militar de su país. Pidió ayuda al “santo padre”. Juan Pablo II lo insultó advirtiéndole sobre su apoyo a “los peligros del comunismo en el Salvador”. A los pocos días lo asesinaron los militares. La misma iglesia que lo abandonó, el 3 de febrero de 2015 lo proclamó “mártir por odio a la fe”.
La idea no es recordar en este artículo la alianza malvada de la iglesia con las peores dictaduras (la del chileno sanguinario Augusto Pinochet), ahora lo importante es resaltar el milagro de la concordia del papa Francisco. Había estado mediando para bajar las tensiones entre Estados Unidos y Cuba. En su visita a estas naciones (del 19 al 28 de septiembre de 2015) se dio un gran salto, se han comenzado a desmontar las trabas comerciales y sanciones a Cuba. Los cubanos, con todas las carencias, atribulados por un bloqueo de 54 años, comienzan a tener un respiro después de la visita papal. Ni hablar de los 3,522 presidiarios que fueron indultados.
Al presidente colombiano Juan Manuel Santos y los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) les dio un fraternal abrazo, pero señalándolos con el dedo índice les advirtió: “No se puede desaprovechar el impulso que ha tomado la reconciliación”. Con 50 años de una guerra que desangra los colombianos, hoy sólo se habla de cómo se alcanzará la paz.
El mensaje de reconciliación llegó al conflicto Colombia-Venezuela, al borde de una guerra: Los ejércitos de ambas naciones se habían movilizado a la frontera. Las autoridades de Venezuela habían expulsados abruptamente de su país a inmigrantes colombianos residentes en el estado de Táchira. Se creó una desagradable situación de violación de los Derechos Humanos. Con la conciliación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Iglesia en Nueva York se reunieron los gobernantes de Colombia y de Venezuela, Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro, respectivamente. La frontera volvió a la normalidad.
El secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, reunió a Maduro y el primer ministro de la República Cooperativa de Guyana, David Granger, en diputa por la denominada “Zona de Reclamación” o la Guyana Esequiba. Es un territorio de 160 mil kilómetros cuadrados en poder de Guyana que Venezuela reclama como suyo. El histórico conflicto se agudizó cuando la empresa estadounidense Exxon Mobil hizo un estudio que determinó que en el lugar hay petróleo. Las autoridades venezolanas movilizaron sus militares al lugar en amenaza de guerra. Sin embargo, los gobernantes acordaron buscar el consenso.
Extraño, increíble. Es un interesante fenómeno. ¿Será un milagro de Dios lo que ocurrió con el papa Francisco en América?, “el continente de la esperanza”, como decía el libertador Simón Bolívar. Nunca se había visto que un sumo pontífice, como mensajero de Dios, lograra tantas cosas buenas para una región.
Con la visita del Santo Padre el continente americano bajó las tensiones, transitamos por el camino de la paz. ¿Hasta cuándo? El camino de la concordia y la justicia social es largo y tortuoso, pero ocurrió lo más importante: el primer paso.