La actualidad nos preocupa por sus grandes incertidumbres de tipo económicas, comerciales, políticas, sociales, alimentarias, sanitarias y desequilibrios del ecosistema producto del efecto invernadero que comienza a cobrarse lentamente sus afecciones por las malas prácticas humanas.
Sin pecar de catastrofista, apocalíptico o profeta, lo cierto es que la incertidumbre ha de ser tema de agenda individual, social, gubernamental, como mundial y hasta familiar. Todo ello porque en medio de la incertidumbre no se toman riesgos, no se hacen altisonantes acciones sin prever resultados que, por el momento, son frágiles de predecir.
Un liderazgo mundial de débiles sustancias en lo personal, ideológico, formativo y de índole ético-moral, acompañado de previsiones nebulosas sobre el futuro inmediato de la humanidad en cuanto a la duración o permanencia entre nosotros del COV. 19, sus posibilidades complicadas de mutación y la cuasi creencia de que nos acompañará un gran tiempo, afectando la salud de miles por sus altas y bajas de su comportamiento inestable, pero constante.
A ello, sin fingir de pesimista, le sumamos amenazas de grandes hambrunas, desajustes en los controles sociales y políticos de algunas regiones del mundo, sumado a la crisis alimentaria, de salud y de inflación, producto de la recesión que habría de causar esta pandemia cuyos lastres se sentirían de distintas maneras en el accionar económico-comercial del mundo.
Riesgos de fenómenos naturales que podría alterar el ecosistema y por tanto, impactar sobre los modos de vida y la economía mundial, no solo por el largo tiempo que tiene ya el volcán de la isla Palma en Canaria, sino el preocupante aumento de la temperatura de la tierra y sus implicaciones en el clima, la producción de alimentos y otras consecuencias también nefastas.
Si se iniciare un deterioro del medioambiente proclive a un desajuste del clima y la temperatura, son grandes sus efectos, pues según expertos alemanes, ese recalentamiento de la tierra podría traer grandes inundaciones en muchas partes del mundo, por solo mencionar algunos de sus efectos nocivos.
A todo lo anterior hace preocupante el creciente interés del gobierno chino de llamar a su oblación al abastecimiento de alimentos prolongados, sobre todo los enlatados, sin dejar claro la razón que, en todo caso, podría ser considerada razón de estado, pero razón al fin. Este preocupante hecho del devenir inmediato podría tener efectos relacionados con posibles confrontaciones militares o de orden estratégico que pondrían en peligro la paz mundial.
Anunciado como han hecho ya algunas universidades, el aumento de cerca de dos grados de la temperatura de la tierra, es probable que esto tenga implicaciones en el orden medioambiental y desarregle el comportamiento de algunos fenómenos naturales cíclicos como los huracanes y los propios terremotos que podrían entrar en un activismo y fuerza destructiva fuera de lo común.
Se habla por igual de nuevas complicaciones de salud para la humanidad, mencionándose posibles enfermedades o contagios de epidemias bacteriológicas por razone naturales o bien como consecuencia de conflictos por el control de los recursos naturales con el fin de dominar espacios de la geopolítica y fortalecer estas economías en conflictos, sin contar el inestable comportamiento del sistema financiero mundial, por lo que todo lo anteriormente descrito tendría como manto de acompañante una crisis financiera y ya se siente una cierta recesión de la economía mundial.
Todo lo anterior supone precaver para no ser tomado de sorpresa en lo personal, lo familiar, lo social, lo gubernamental y la economía mundial. Ante posibles riesgos, aumenta el conservadurismo de inversionistas, gobiernos y sector privado para empujar programas y acciones para dinamizar las economías locales y su inserción en la economía mundial.
Este entramado preocupante y articulado a la vez, genera un fardo de dudas que implica en lo inmediato un impacto sobre la economía y sus posibilidades de reanimarla en medio del azote de la pandemia que, al ser mundial, no tiene fronteras, ni límites, aunque impacte en un lugar de una forma y en otro de otra manera.
En el caso de nuestro país, es innegable tomar acciones que nos permitan enfrentar lo que viene, sin que haya temor a una hecatombe nacional. Es prever para corregir los males que no nos deben acompañar ante una situación de emergencia, mundial y local.
La racionalidad del gasto público del estado es una de las principales tareas a considerar, pues es esta la principal contabilidad de una nación, si ella anda mal, las demás seguirán sus pasos. Por tanto, debemos reducir gastos públicos innecesarios, racionalizar los gastos corrientes obligatorios, reducir el dispendio de lo visualmente efectivo, pero no necesariamente obligatorio.
Esta manera de abordar la antesala de una posible crisis económica y comercial, e internacional, nos pondría a la vanguardia de la planificación y de los retos y de acomodarnos a las circunstancias de esta crisis, con un manejo adecuado, conservador en el manejo de los fondos públicos, inteligente en las prioridades y sagaz en las iniciativas de relanzamiento de la economía, sabiendo de antemano que no habrá reforma fiscal por el momento.
Debido a que sabemos que de las propias crisis económicas, los más aptos salen gananciosos, Por tanto, si preocupante son las noticias que a diario leemos sobre la situación mundial y sus posibles desenlaces, optimista sería la manera de abordarlo, sobre todo con medidas preventivas que nos permitan afrontar la crisis, habiéndola previsto y tomando las medidas sanas que harían posible un mejor posicionamiento ante cualquier situación imprevista, pero anunciada y considera en los planes de proyección a futuro, de gobiernos, corporaciones, inversionistas, economías familiares y personales.
No es posible que, ante tanta incertidumbre, inseguridades de todo tipo, retos y amenazas, ignoremos sus implicaciones a futuro y caminemos de espaldas, sin tomar en consideración las consecuencias que tendría si no prevemos y actuamos con responsabilidad y firmeza, sin populismo y evitando que nos azote el vendaval y luego que sean tarde, las lamentaciones de Jeremías.