La incertidumbre es el signo distintivo de estos tiempos que corren. Nadie se siente a salvo. No sabemos si el virus nos tocará la semana entrante o el mes que viene; si nos dejará inmunes o nos lanzará a la “tumba fría”; si nos despedirán del trabajo o tendremos que cerrar nuestras empresas o negocios.

La pandemia, aunque se ha expandido por todo el mundo, no a todos nos ha impactado con la misma intensidad. Dadas las grandes desigualdades entre las naciones, tanto las respuestas sanitarias como las respuestas a la parálisis económica y al desamparo social de la gente más vulnerable, han sido distintas. Por ejemplo, Estados Unidos recientemente aprobó un estímulo a la economía y “ayuda” directa a las personas más vulnerables por 900 mil millones de dólares. El nuevo presidente Joe Biden ha propuesto la extensión de este plan por la suma adicional de 1,900 mil millones de dólares para garantizar el rebote de la economía estadounidense en este 2021.

Por otro lado, en nuestro país, para mantener los limitados incentivos tanto a la economía como al empleo -los programas FASE y las intervenciones monetarias del Banco Central-, hemos tenido que recurrir a un acelerado e inaguantable endeudamiento que compromete nuestra capacidad de pago en el futuro inmediato y limita seriamente nuestra respuesta a las tantas demandas sociales históricamente insatisfechas y de todas las que se sumarán producto de esta crisis. Aún así, tenemos graves dificultades para cubrir estos limitados programas más allá del próximo mes de abril. Nos esperan momentos de muchas dificultades.

El impacto del COVID sobre nuestra economía

La República Dominicana tiene una economía pequeña, con un volumen de negocios de alrededor de 89 mil millones de dólares anuales, conforme las cifras previas a la pandemia, al cierre del 2019. El último informe del Banco Central al cierre del 2020, nos indica una caída de este volumen de negocio de 12.07%. Cerramos en 78,300 millones de dólares. Este es el tamaño de nuestro PIB hoy día. La pandemia nos hizo retroceder a los niveles del 2017.

El efecto de la pandemia sobre nuestra economía ha sido devastador. El turismo, buque insignia del modelo productivo basado en servicios, el cual aporta 7,500 millones de dólares anuales a nuestra economía, casi un millón de empleos entre formales e informales, ha sido extremadamente golpeado.   Nuestro país cuenta con alrededor de 90 mil habitaciones disponibles, de las cuales más del 85% se han mantenido cerradas los últimos 6 meses. Ciudades como Punta Cana, Puerto Plata, Samaná etc., lucen desiertas, sin turistas, vuelos o cruceros, con sus bares y restaurantes prácticamente cerrados.

El turismo ha sido un gran acelerador de nuestra agricultura, ya que, el 80% de los alimentos que consumen los más de 7 millones de turistas que nos visitaban antes de la pandemia, son producidos en nuestros campos. Esto, junto a la caída de las exportaciones y la disminución de las demandas internas, ha significado un duro golpe para nuestro sector agrícola. El turismo y la diversidad de sectores económicos que convergen a su alrededor aportan alrededor del 20% a nuestro volumen de negocios. Es decir, a nuestro Producto Interno Bruto o PIB.

El 85% de nuestras zonas francas se mantuvieron inactivas los primeros 3 ó 4 meses en que fueron detectados los primeros casos de COVID-19. Solo las empresas de este sector que producen dispositivos médicos se mantuvieron abiertas y haciendo crecer la productividad de este sector.

El efecto de la gran caída de nuestra economía y los sectores productivos ha tenido un impacto terrible sobre el empleo; 800 mil empleados del sector formal fueron suspendidos en los tres primeros meses de la pandemia, aunque el mismo se ha ido recuperando hasta alcanzar solo alrededor de 200 mil suspendidos en estos momentos. La cantidad de cotizantes formales en la seguridad social, de acuerdo con la SIPEN, cayó desde principio de la pandemia en 517,676 cotizantes y hoy en día no han regresado a cotizar 215,153 empleados. Esto es un 58% del total señalado, representando un retroceso para nuestro ya cuestionado sistema de seguridad social.

El 98% de nuestro tejido empresarial está compuesto por sectores pequeños y medianos. De éstos, cerca del 60% son sectores informales sin acceso al crédito, una gran cantidad sin seguro médicos, etc., por lo tanto, han sido los más vulnerables y afectados por esta crisis. Muchos han quebrado y han visto disminuir drásticamente el volumen de sus ventas o han tenido dificultades para poder mantener sus negocios abiertos. El 83% de nuestras empresas emplean entre uno y quince trabajadores. Es decir, somos en esencia una economía de pequeños productores.

La solidaridad de los humildes

Frente a esta pandemia, la inmensa mayoría de los dominicanos han practicado diversas y variadas formas de solidaridad entre sí. Esto ha sido una constante histórica del dominicano frente a las desgracias colectivas. Los dominicanos y dominicanas residentes en el exterior han sido héroes y heroínas en medio de esta pandemia.

Las remesas han jugado un efectivo e importante papel ante la crisis. La solidaridad de los dominicanos residentes en el exterior, a través de sus remesas, han logrado que cerca del 50% de nuestra gente puedan tener algo en sus mesas para comer.

Estos incansables y dignos trabajadores dominicanos han enviado 8,219.3 millones de dólares a sus familiares este año. Si traducimos estas cifras a pesos dominicanos a la tasa cambiaria del 58 x 1, sería igual 476 mil millones de pesos. A su vez, esto significa alrededor de la mitad del presupuesto, sin déficit, para el año 2021. Las remesas han representado en medio de esta grave situación un gran alivio para nuestra economía y nuestra gente humilde.

La gestión de la crisis por parte del presidente Luis Abinader con los programas sociales FASE y otros, dentro del gabinete social, además de las intervenciones e inyecciones monetarias con la finalidad de dinamizar los sectores productivos, han contribuido, junto a las remesas, a dinamizar la economía.

Estas intervenciones monetarias pudieron haber sido más efectivas si se hubiese sido más creativo, procurando formas alternativas y más diversas que las tradicionales -los grandes bancos- para canalizar parte de dichos recursos a los sectores productivos con énfasis a las pymes y a los sectores informales.

Lo expuesto anteriormente, sumado a señales y acciones desde el gobierno y del presidente Luis Abinader, quien ha establecido de manera clara su compromiso con un fuerte Estado de Derecho, la transparencia y una lucha frontal contra la corrupción y la impunidad, están generando confianza tanto en inversionistas locales como extranjeros, para empezar a dinamizar nuestra economía. Este conjunto de factores nos ha estado “sacando del hoyo”, hasta el punto de que cerramos el año con un crecimiento negativo en torno a menos 6.8%.  No es que ostentemos el panorama más favorable, pero hemos ascendido desde menos 16% a menos 6.8%. Esta caída brusca y profunda de nuestra economía tendrá profundos efectos y trastornos sobre nuestra sociedad y los niveles de vida de nuestra gente.

Ante las adversidades solo hay dos caminos: nos sentamos a lamentarnos y nos rendimos o enfrentamos la crisis con trabajo, esfuerzo y optimismo, buscando soluciones creativas. Creo que el presidente va por este ultimo camino, con más aciertos que errores.

No me cabe duda que de esta pandemia saldremos fortalecidos, más convencidos de que necesitamos acelerar cambios profundos en nuestro modelo de desarrollo productivo y en nuestro andamiaje institucional para construir una sociedad más equitativa, una sociedad de derechos y un país más decente.