A propósito de la discusión acerca del derecho que exigen los llamados transgéneros de usar los baños de mujeres en los lugares públicos, la historia registra un incidente muy engorroso sobre el nombre de un diplomático griego y su tradición al persa que provocó el rompimiento de relaciones con Irán, durante la monarquía de Rezha el Grande, el primero de la dinastía Pahlevi, en los años veinte del siglo pasado.
El monarca persa, según sus biógrafos, era un hombre muy irascible, capaz de defenestrar incluso a sus propios ministros, como fue el caso de aquél a quien llamó directamente la atención y al no pedir este perdón, protestar y tratar de defenderse, lo asió con sus fuertes y gigantescas manos por la solapa, lo empujó hacia una ventana y lo lanzó al vacío. En otra ocasión mató a patadas a otro de sus ministros.
Pero el incidente que motivó la crisis con Grecia se produjo cuando el nuevo embajador heleno presentó sus credenciales al monarca. Cuando el gran chambelán Teymurtache lo presentó como el señor Kyriakos, “enviado extraordinario del rey de los griegos”, hubo estupor en la sala. La razón se debía a que el nombre del diplomático se prestaba a un juego de palabras. En persa Kir significa sexo masculino, Kos el femenino y “ia” significa “o”. Al escuchar el nombre, el sha se inclinó hacia su chambelán y le preguntó casi en alta voz a los oídos: “¿se llama Kir o se llama Kos?”.
Como no halló respuesta, que no fuera la cara de asombro del enviado griego, el sha se levantó iracundo: “¡Mientras no se decida que se vaya!”, y abandonó la sala. Grecia e Irán no tuvieron relaciones por los años siguientes.
Me parece ridícula la discusión sobre el uso de los baños por los miembros de la comunidad gay, porque independientemente de sus preferencias es obvia la condición en que nacieron. A despecho de sus inclinaciones sexuales son hombres y mujeres. Basta para saberlo la manera como orinan.