Mi amor, mi vida, mi todo:

Nos conocimos hace más de cuarenta años y el Señor dio la bendición a nuestra unión el  8 de enero de 1977, iniciándose así un matrimonio que nada ni nadie pudo separar, solo la muerto pudo separarnos.

Además de  esposa, fuiste una amiga, compañera, confidente, socia y cómplice. Partimos de cero en nuestro matrimonio y pudimos avanzar gracias a que imperó la armonía entre nosotros  y  tuvimos a Nuestro Señor  como el centro de nuestro hogar. En la mayoría de las parejas el amor se marchita al paso del tiempo, sin embargo en nuestro caso el amor fue creciendo y por eso disfrutábamos  compartir solos, nosotros en Metro, nosotros en nuestro hogar y en los viajes, porque siempre teníamos temas de conversación. Todo lo que he logrado, espiritual y materialmente, se lo debo al Señor y el haber contado con una mujer como tú, cariñosa, comprensiva, austera, dedicada y siempre apoyando todos mis planes.

Fuiste una madre extraordinaria y tu principal prioridad fueron Ana Patricia, Carlos Roberto, Ramón Antonio y Alfredo José. Ellos fueron lo primero; durante años te sacrificaste para que tuvieran lo mejor, pero cosechaste y te sentías orgullosa de que tus hijos correspondieron a tus desvelos. Ellos te devolvieron multiplicado el amor que les brindaste y cuando caíste en la enfermedad se dedicaron por completo a ti; y hoy están devastados, como yo, ante tu ausencia. Fuiste tan dulce y desinteresada que el Señor te premió con dos hijas, las esposas de Carlos y Alfredo, que te quieren como a una madre: Jaqueli y María Eugenia. Gracias mis hijos por darle felicidad a vuestra madre y mucho amor en sus últimos días. Estoy muy orgulloso de ustedes.

A lo largo de tu vida sembraste amor y has cosechado amor y por eso hoy tanta gente llora tu partida

Como abuela fuiste  extremadamente cariñosa, te entregaste a tus nietos y te sentías orgullosa de Luis Alejandro, Nicolás, Javier y Ana Sophia; me comentabas que lamentabas no poder cargar y mimar a Sophia por las limitaciones de tu enfermedad. Cuanto disfrutabas  los miércoles cuando recogías a Luis y Nicolás para que pasaran la tarde con nosotros y luego se sumó a ellos Javier. Tus nietos te adoraban hasta tal punto, que a pesar de sus cortas edades, le pedían a Dios por tu salud.

Tu  valor nos dio fuerzas, asumiste tu enfermedad con valentía, nunca te quejaste del dolor, nunca te preguntaste ¿Por qué yo?, nunca atravesaste las cuatro etapas  de las personas cuando le anuncian una enfermedad terminal: negación, ira, depresión y resignación. Siempre tuviste fe en la sanación por un milagro del Señor.

Que difícil va a ser continuar el camino sin tu amor, comprensión,  dedicación y apoyo; pero como Cristiano debo tener conformidad y resignación, aun cuando no se produjo el milagro por el cual oraron tantos amigos, familiares, nuestros hijos y yo mismo.

Me anima saber que una  alma tan pura, una mujer que hizo mucho bien a lo largo de su vida y además profundamente Cristiana, tu alma se separó de tu cuerpo, ya pasaste por el túnel de la luz y fuiste recibida por tu madre y mi amado padre y estás en el amor inconmensurable del Señor. Espero contar con los meritos, cuando me llegue la hora del viaje final, ser recibido por ti, con Alejandra Ivelisse en brazos y mí amado e inolvidable padre. A lo largo de tu vida sembraste amor y has cosechado amor y por eso hoy tanta gente llora tu partida.

Pido al Señor fortaleza para seguir adelante, en compañía de mis hijos y mis nietos, para mantener la unidad familiar por la cual tu tanto de esforzaste. Disfrutabas de esa unidad y en diciembre, a pesar del impacto en tu cuerpo de la enfermedad y las quimioterapias, fuiste inmensamente feliz en Houston con toda la familia en torno a ti.

Como Job solo me resta decir con resignación: desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo también volveré, Jehová me dio a Ivelisse, Jehová me quitó a Ivelisse; bendito sea el nombre de Jehová.

Mi amor, mi vida, mi todo, hasta pronto.