Intrigado, y antes de que nos sirvieran el café, un amigo me hizo esta pregunta: ¿En realidad crees que esta gente piensa salir libre después de tantas vagabunderías? Contesté afirmativamente, explicándole que llevan dentro una sensación de inmunidad reafirmada por razones históricas, sociales y psicológicas. Mucho se ha escrito sobre el tema; es un fenómeno psicológico que llega con el poder en éste y otros países similares.
Pasé de inmediato a resumirle porqué el delincuente de cuello blanco lleva en el subconsciente la convicción de no tener que responder ante la justicia. Es una convicción trasmitida de generación a generación hasta nuestros días.
Conté cómo el saqueo de fondos públicos se estableció aquí desde nuestra fundación. Entonces, para no irme demasiado lejos y agobiarle, comencé con la dictadura de Lilís, demostrándole que aquellos que entonces ayudaron a desbancar el Estado y sustentaron su satrapía, legaron al presente apellidos y fortunas ilustres, sin haber sufrido consecuencia alguna por el origen de sus riquezas. Unos grupos tumbaban a otros, pero a prisión no llegaba ningún “tutumpote” por llevarse lo que pertenecía al pueblo.
Asesinos, torturadores, y negociantes trujillistas, apenas fueron molestados. Multiplicaron su prosperidad. Sus descendientes hoy miran burlones desde los balcones de la alta sociedad.
Ejecutada la tiranía, Balaguer restituyó propiedades y se rodeó de tenebrosos personajes de la dictadura. Con su ayuda, y la indiferencia de todos, siguen muriendo tranquilos en sus casas, ungidos por la Extrema Unción. Con el tiempo, hemos aprendido a vivir entre torturadores, asesinos, y ladrones, como si fueran atletas o artistas retirados. No ha quedado otra opción.
Juan Bosch, máximo referente moral de la política dominicana, se vio obligado a sacrificar cualquier gesto reivindicativo contra el régimen que tanto odió, pactando en aras de una victoria electoral.
Durante la revuelta de abril, un nuevo lavado trujillista ocurre, transformando en héroes libres de pecado a muchos que estuvieron involucrados de la peor manera con la represión de los treinta años. Luego de la conflagración, ningún bando llevó al otro ante los tribunales. Peor aún, en el presente, sufriría escarnio y violencia quien osase mencionar arbitrariedades, pillajes, y acciones criminales cometidas por las huestes constitucionalistas. Solamente a los golpistas se les puede acusar de tropelías.
La excepción que confirmó la regla y trajo la esperanza de que "algún día ahorcarían blancos", fue el mediático juicio y condena del ex presidente Salvador Jorge Blanco. Pero aquello fue flor de un día, concluyendo en perdón oficial. Sus testaferros exhiben prosperidad y señorío sin que a nadie le importe un bledo.
Desde el siglo pasado – hice observar al amigo – la lealtad al "pacto de impunidad" entre organizaciones políticas mantiene en sagrado una "omerta" de franco tinte gansteril. El "borrón y cuenta nueva" va cocido al reverso de la banda presidencial.
Finalizando el conciso repaso, hablé de la Iglesia Católica, representantes de Cristo en la tierra, que, amparados en el "perdón de los pecados", cohabita entre delincuentes de todo tipo, demostrando una voracidad medieval para acumular riquezas sin importarle su procedencia. Meten por el ojo de una aguja a cualquier rico sinvergüenza, siempre que pueda sumarles caudales.
Es al amparo de esa historia donde se ha formado nuestra clase gobernante, nuestros ciudadanos, y donde se han ido desarrollando nuestras instituciones judiciales. Ese ha sido el ethos que ayuda a conformar nuestro carácter nacional. En esa urdimbre básica se asienta la creencia en una inmunidad permanente sin desprecio social.
Pero existen otras causantes psicológicos y sociales que sustentan la firme creencia de esa gente de que al final saldrán libres, a pesar de tanta vagabundería – dije al amigo que me escuchaba. Me despedí, prometiéndole que hablaríamos en otra ocasión sobre esos factores. Se interesó. Me invitó a que tomásemos una cerveza la próxima semana.