Por más críticas que se hagan y que haya que hacer al PT, con él ocurrió algo inédito en la historia política del país. Alguien del piso de abajo consiguió perforar el blindaje que las clases del poder, de la comunicación y del dinero habían montado durante siglos para minimizar al máximo las políticas públicas en beneficio de millones de empobrecidos. El lema era: políticas ricas para los ricos y políticas pobres para los pobres. Así éstos no se rebelarían.
La verdad es que las élites adineradas nunca aceptaron que un obrero, elegido por voto popular, llegase al poder central. Es un hecho que ellas también se beneficiaron, pues la naturaleza de su acumulación, una de las más altas del mundo, ni siquiera fue tocada.
Pero permanecía aquella espina dolorosa: tener que aceptar que, el lugar supuestamente de ellos, fuese ocupado por alguien venido de afuera, sobreviviente de la gran tributación impuesta a los pobres, negros, indígenas, obreros durante todo el tiempo de la existencia de Brasil. El nombre de su horror es Luiz Inácio Lula da Silva.
Ahora esta élite despertó. Se dio cuenta de que estas políticas de inclusión social podrían consolidarse y modificar la lógica de su acumulación abusiva.
Como es conocido por los historiadores que leyeron y leen nuestra historia a partir de las víctimas, es el caso del mulato Capistrano de Abreu, del académico José Honório Rodrigues y del sociólogo Jessé Souza, entre otros, diferente de la historia oficial, escrita siempre por mano blanca, todas las veces que las clases subalternas levantaron la cabeza buscando mejorar sus vidas, su cabeza fue pronto golpeada y los pobres reconducidos a la marginalidad, de donde nunca deberían haber salido.
La violencia en las varias fases de nuestra historia fue siempre dura, con prisiones, exilios, fusilamientos y ahorcamientos de los revoltosos y particularmente en lo que se refiere a los pobres y negros, cientos de estos últimos asesinados todavía en este año.
La política de conciliación de las clases opulentas, a contracorriente de las reclamaciones populares, detentó siempre el poder y los medios de control y represión. Y lo usaron ampliamente.
No es diferente en el actual golpe jurídico-parlamentario de 2016 que injustamente apeó del poder a la Presidenta Dilma Rousseff.
El golpe no necesitó esta vez de garrotes y de tanques. Bastó atraer a las élites adineradas, a las 270 mil personas (menos del 1% de la población) que controlan más de la mitad del flujo financiero del país, asociadas a los medios de comunicación de masas, claramente golpistas y antipopulares, para asaltar el poder del Estado y a partir de ahí hacer las reformas que los benefician absurdamente.
Brasil ocupa una posición importante en el escenario geopolítico mundial. Es la séptima economía del mundo, controla el Atlántico Sur y está frente a África. Esta área estaba descubierta en la estrategia del Pentágono que cuida, al sur, de la seguridad del Imperio norteamericano. Había ahí un país, llamado Brasil, clave para la economía futura basada en la ecología, que intentaba conducir un proyecto de nación autónomo y soberano, más abierto a la nueva fase planetaria de la humanidad. Tenía que ser controlado.
La Cuarta Flota que había sido suspendida en 1950 volvió a ser activada partir de los años 90 con todo un arsenal bélico capaz de destruir cualquier país oponente. Ella vigila especialmente la zona del pré-sal, donde se encuentran los yacimientos de petróleo y de gas, los más prometedores del planeta.
Según la propia estrategia del Pentágono, bien estudiada por el recién fallecido Moniz Bandeira y denunciada en Estados Unidos por Noam Chomsky, era decisivo desestabilizar los gobiernos progresistas latinoamericanos, desfigurar a sus líderes, desmoralizar la política como el mundo de lo sucio y lo corrupto y forzar la disminución del Estado en favor de la expansión y del mercado, el verdadero conductor, creen ellos, de los destinos del país. Pertenece a esta estrategia difundir el odio al pobre, al negro y a los opositores de este proyecto entreguista.
Este es el proyecto actual de las élites del atraso (al decir de Jessé Souza). No piensan en un proyecto de nación, prefieren la incorporación aunque sea subalterna al proyecto imperial. Aceptan sin mayores reticencias su recolonización para ser meros exportadores de commodities para los países centrales.
Argumentan: ¿para qué tener una industria propia y un camino propio para el desarrollo, si todo está ya construido y montado por las fuerzas que dominan el mundo?
El capital no tiene patria, sólo intereses, en Brasil y en cualquier parte del mundo. Estas élites del atraso se sitúan decididamente del lado del imperio y de sus intereses globales.
Detrás del vergonzoso desmantelamiento de los avances sociales con el propósito de trasferir la riqueza de la nación y de los pobres a los ya super-ricos, están estas voraces élites del atraso. Están reconduciendo a Brasil a las condiciones del siglo XIX hasta con trabajo semejante al esclavo.
Bien intuía pesaroso Celso Furtado al atardecer de su vida, que las fuerzas contrarias a la construcción de Brasil como nación fuerte, vigorosa y económica, podrían triunfar y así interrumpir nuestro proceso de refundación de Brasil. Basta leer sus dos libros: Brasil: la construcción interrumpida (1993) y El largo amanecer (1999).
En las próximas elecciones debemos derrotar democráticamente a estas élites del atraso, porque quieren implacablemente acabar de desmontar el Brasil social, pues no muestran ningún interés por el país ni por el pueblo, sólo como oportunidad de negocios.
Si para nuestra infelicidad triunfasen, podrán arrastrar consigo a otros países latinoamericanos hacia el mismo camino fatal. Tendríamos sociedades altamente controladas, ricas por un lado y paupérrimas por otro, temblando de miedo ante la violencia que fatalmente surgiría, como está efectivamente surgiendo, con la policía militar realizando la obra represiva de los militares en tiempo de la dictadura civil-militar de 1964.
Entonces, ¿seríamos todavía positivamente cordiales?