Toda biblioteca nacional que se precie de serlo  deberá mantener una dinámica política editorial con el objetivo de difundir aquellos fondos bibliográficos ya agotados o cuyo grado de deterioro impide que los mismos sean puestos al alcance  de los usuarios. Igualmente contemplar la publicación de obras inéditas que constituyen rescate bibliográfico, así como catálogos informativos, incluyendo los anuarios bibliográficos.

Un programa editorial le da prestancia a una institución bibliotecaria nacional y la convierte en un organismo diseminador de conocimiento, contribuyendo con el desarrollo cultural de la nación y sirviendo de soporte al sistema nacional de educación.

De ignorantes, desconocedoras de la verdadera función social,  cultural y educativa de una biblioteca nacional, habría que catalogar a aquellas personas que se oponen a la permanencia de un programa de publicaciones en una entidad de esa naturaleza, cuya razón de ser es precisamente el libro en cualquiera de los soportes: físico o digital. Ambos formatos implican un proceso editorial que exige de personas especializadas en diseño y en edición. Y es oportuno precisar que el libro físico aún no ha muerto, que todavía las ediciones digitales no han logrado sustituir en un 100% a las ediciones en papel.

Es por lo que llevamos dicho que podemos observar cómo importantes bibliotecas nacionales del mundo y, específicamente, de la América hispánica contemplan en sus estructuras organizacionales áreas destinadas a las actividades editoriales. Hagamos una caminata por algunas de ellas.

Biblioteca Nacional José Martí de Cuba

Desde 1909 la Biblioteca Nacional de Cuba edita una importante revista cultural, órgano oficial de dicha institución bibliotecaria, que «es  la primera de su tipo en el siglo XX». En la misma son publicados «trabajos relacionados con las investigaciones históricas, literarias y bibliográficas que resultan verdaderos aportes y novedosas propuestas al estudio» del patrimonio cubano. Esa revista es ya «parte de la historia cultural cubana de los siglos XX y XXI, y en ella se encuentran investigaciones de relevantes  intelectuales cubanos  y una valiosísima lista de colaboradores, que incluye la actual hornada de intelectuales.»

Además, la biblioteca nacional cubana edita una revista especializada, Anales de Investigación, en la que son publicados «artículos de investigación y revisión en el área de las Ciencias de la Información» y la misma circula «semestralmente en formato impreso y electrónico ofreciendo acceso abierto a todos sus contenidos.»

Es decir, que además de importantizar la política editorial como un modo de contribuir con la difusión cultural en favor de los cubanos, la biblioteca nacional de la patria de Martí también importantiza la investigación.

Pero el asunto no termina ahí: la Biblioteca Nacional de Cuba mantiene vivo un importante programa de publicación de libros en formato convencional y en formato electrónico. Citamos algunos textos recientes dados a la luz pública por esa entidad: Apuntes para la historia de la Biblioteca Nacional José Martí de Cuba, de Tomás Fernández Robaina; La lectura, ese poliedro, de Víctor Fowler Calzada; Noticias de la República: Apuntes cronológicos 1900-1929, de Julio Domínguez García; y El 27 de Noviembre de 1871, de Fermín Valdés Domínguez.

¡Algo grandioso! Esos libros han sido colgados en las redes sociales y están disponibles para el mundo en formato pdf para su lectura electrónica. Con esa visión editorial moderna es que hoy día las bibliotecas nacionales deben operar.

De la Biblioteca Nacional de Colombia

Antes de referirnos a la Biblioteca Nacional de Colombia, fijando nuestra atención en sus políticas editoriales o de publicación de libros, es importante que nuestros lectores ―bibliotecarios y no bibliotecarios― sepan de la existencia de un organismo internacional que aglutina, en calidad de miembros, a las bibliotecas nacionales de Iberoamérica, es decir, a las dos de los países que integran la Península Ibérica (España y Portugal) y a las pertenecientes a 20 países de América Latina, incluyendo a la de República Dominicana, pero excluyendo a la de Haití: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú Puerto Rico, Uruguay y Venezuela.

Dicho organismo corporativo responde al nombre de ABINIA, acrónimo original de la Asociación de Bibliotecas Nacionales de Iberoamérica, fundada en México en diciembre de 1989, pero que en 1999 ―luego de una reunión de representantes de los países miembros celebrada en Perú― pasó a llamarse «Asociación de Estados Iberoamericanos para el Desarrollo de las Bibliotecas Nacionales de Iberoamérica, manteniéndose la denominación de ABINIA».

Son múltiples los objetivos institucionales de ABINIA, pero aquí citaremos solo dos por su vinculación con el tema editorial que venimos abordando: 1) «Elaborar fuentes de referencia nacionales y regionales que fomenten la investigación, el estudio y el intercambio de información»; y 2) «Divulgar las colecciones por medio de catálogos, ediciones y exposiciones».

Cabe preguntarse en este punto ¿acaso el fomento de la investigación y las ediciones no nos remiten a lo que hemos venido planteando en torno a la importancia que reviste la implementación de un programa editorial en cualquier biblioteca nacional? Creemos que la respuesta más sensata y lógica es ¡sí!  Aquí lo dejamos para continuar con nuestra caminata virtual y detenernos en la biblioteca nacional de Colombia.

La biblioteca nacional de la patria del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, fundada en 1777, presta un servicio importantísimo a los profesionales del libro, específicamente a los editores: «Si eres editor o escritor podrás realizar desde aquí los principales trámites relacionados con la industria editorial del país fácil y rápidamente».

O sea, además de los servicios tradicionales ―como otorgamiento de ISSN, registración del depósito legal, etc.― también brinda asesoría en cuanto a la «determinación del carácter científico y cultural de las publicaciones y a la catalogación en la publicación». Todo esto puede ser interpretado como parte de una visión institucional orientada a reconocer el valor de la actividad editorial, de las publicaciones de libros como modo de contribuir con el desarrollo cultural de la nación colombiana. ¡Ese es un rol de suma importancia que toda biblioteca nacional debe jugar en una sociedad!

Dentro de su estructura organizacional la biblioteca nacional de Colombia tiene un órgano denominado Divulgación y Actividad Cultural, cuya función principal es la de: «Difundir y fortalecer la cultura, a través de diferentes campos de expresión como la literatura, las artes plásticas, las artes escénicas, el cine, la música y las artes gráficas, entre otras».

En el  sitio web que ofrece dicha institución bibliotecaria a sus usuarios (portal) podemos leer lo siguiente: «La Biblioteca Nacional de Colombia tiene como prioridad las actividades culturales enfocadas a fortalecer la misión de difundir el patrimonio bibliográfico y documental».

Todas las indicaciones en cursivas nos conectan con la función editorial, con las publicaciones de materiales de lectura como medio para la difusión eficaz del patrimonio bibliográfico nacional. ¿De qué otro modo podría ser? Pero lo que en verdad nos ha convencido de la importancia que la biblioteca nacional colombiana le da a la producción intelectual de los creadores es el mantenimiento de su programa denominado «Red de Escritura Creativa» (RELATA), que tiene como objetivo: diseñar e implementar estrategias para estimular la lectura crítica y la cualificación de la producción literaria en las diversas regiones de Colombia, impulsando además la integración, circulación y divulgación de nuevos autores.

De la Biblioteca Nacional de Venezuela

Con una población que excede los 30 millones de seres humanos, a pesar de  atravesar por una de las peores crisis político-sociales que haya vivido en toda su historia desde que adquirió su condición de nación independiente en 1811, Venezuela aún mantiene abiertas las puertas de su casi bicentenaria Biblioteca Nacional, la cual fue fundada en el mes de julio de 1833, próxima a cumplir 184 años.

La más importante institución bibliotecaria venezolana es definida como un «centro depositario del acervo documental bibliográfico y no bibliográfico de Venezuela y venezolanista, y en consecuencia creador y administrador del Archivo Audiovisual de Venezuela, la Hemeroteca y la Mapoteca».

En la Biblioteca Nacional de Venezuela no tan solo se mantiene una dinámica de publicaciones admirable. Existe allí una plena conciencia de su importancia y utilidad. En su portal puede leímos esto:

«La Biblioteca Nacional de Venezuela no sólo es un ente compilador de ediciones, sus trabajadores y directivos impulsan una serie de publicaciones que en su conjunto, representan un complemento a su misión de facilitar el acceso a la información. La institución aspira ser una organización activa en la generación de conocimientos a través de la edición de diversos títulos, impresos o virtuales, especializados o de interés colectivo, que son una contribución a la formación de una ciudadanía comprometida con la construcción de una mejor sociedad».

Queda confirmado lo que hemos planteado al principio al referirnos al rol fundamental que está llamada a asumir una biblioteca nacional en los esfuerzos encaminados a contribuir con el desarrollo y crecimiento espiritual, cultural e incluso moral dentro de la sociedad a la que sirve. Y un modo de hacerlo con prestancia y nobleza es manteniendo precisamente, como parte esencial de su Plan Operativo Anual (POA), un programa de publicaciones orientado a rescatar y divulgar el aporte intelectual de los hijos más lúcidos de la nación.

Cualquiera que se oponga a eso desconoce cuál es la verdadera misión de una biblioteca nacional, por lo que, si forma parte de ella como ente responsable en la toma de decisiones institucionales, lógicamente habrá de convertirse en un escollo a vencer internamente.