El 4 de febrero de 2019 iniciamos, en este mismo periódico, esta serie de artículos o, más bien, de reflexiones en torno a la importancia del programa editorial en una biblioteca nacional. La retomamos para referirnos a la Biblioteca Nacional de República Dominicana, la cual, desde el 2001, ostenta el nombre del humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña.
Haremos un recorrido histórico sobre lo que ha sido la política editorial de la más importante institución bibliotecaria dominicana desde su fundación en febrero de 1971, es decir, durante sus 48 años de existencia, destacando los períodos de mayor apogeo en materia de publicaciones de libros —inevitable es recordar la gestión administrativa del poeta Cándido Gerón y su «Colección Orfeo»—, así como sus momentos de sequía editorial.
Ya hemos planteado que toda biblioteca nacional que se precie de serlo deberá mantener una dinámica política editorial con el objetivo de difundir aquellos fondos bibliográficos ya agotados o cuyo grado de deterioro impide que los mismos sean puestos al alcance de los usuarios. Igualmente contemplar la publicación de obras inéditas que constitución rescate bibliográfico, así como catálogos informativos, incluyendo los anuarios bibliográficos.
Un programa editorial le da prestancia a una institución bibliotecaria nacional y la convierte en un organismo diseminador de conocimiento, contribuyendo con el desarrollo cultural de la nación y sirviendo de soporte al sistema nacional de educación. Ya hemos observado cómo importantes bibliotecas nacionales del mundo y, específicamente, de la América hispánica contemplan en sus estructuras organizacionales áreas destinadas a las actividades editoriales. Ya hicimos una caminata por algunas de ellas: Cuba, Venezuela y Colombia, por ejemplo. Ahora le toca a República Dominicana.
Repetimos: de ignorantes, desconocedoras de la verdadera función social, cultural y educativa de una biblioteca nacional, habría que catalogar a aquellas personas que se oponen a la permanencia de un programa de publicaciones en una entidad de esa naturaleza, cuya razón de ser es precisamente el libro en cualquiera de los soportes: físico o digital. Ambos formatos implican un proceso editorial que exige de personas especializadas en diseño y en edición. Y es oportuno precisar que el libro físico aún no ha muerto, que todavía las ediciones digitales no han logrado sustituir en un 100% a las ediciones en papel.
Refrescando un poco la memoria de los lectores que nos siguen, nuevamente hacemos consignar que es fundamental el rol está llamada a asumir una biblioteca nacional en los esfuerzos encaminados a contribuir con el desarrollo y crecimiento espiritual, cultural e incluso moral dentro de la sociedad a la que sirve. Y un modo de hacerlo con prestancia y nobleza es manteniendo precisamente, como parte esencial de su Plan Operativo Anual (POA), un programa de publicaciones orientado a rescatar y divulgar el aporte intelectual de los hijos más lúcidos de la nación.
Cualquiera que se oponga a eso desconoce cuál es la verdadera misión de una biblioteca nacional, por lo que, si forma parte de ella como ente responsable en la toma de decisiones institucionales, lógicamente habrá de convertirse en un escollo a vencer internamente.
Clasificaremos los períodos históricos de las publicaciones de libros en la Biblioteca Nacional de República Dominicana tomando en cuenta las gestiones gubernamentales por considerar que existe un estrecho vínculo entre la política editorial de la biblioteca nacional de un país y la visión cultural desde el Estado puesta de manifiesto en sus ejecutorias por las organizaciones políticas en el poder.