Me he pasado la tarde escuchando a Marlango. Cuando me percato que no reconozco las canciones en inglés que vienen sonando me pregunto si Spotify cambió de artista sin consultarme, pero no, es una canción llamada Beautiful Mess, en la voz de Leonor Watling. Continúo escuchando mientras me concentro pensando cómo diablos empezar la primera entrada de mi nueva columna, que a razón de tratarse de una especie de confesionario, he decidido bautizar con mi nombre, seguido sencillamente por la palabra “Personal”. ¿Qué mejor término para expresar intimidad?
La primera vez que escribí un artículo para publicar tendría unos 15 años de edad. En ese entonces era Reportera Juvenil del suplemento sabatino Listín 2000 y en general solía enfocarme en temas de arte y cultura. Uno de mis grandes logros fue entrevistar a Marc Anthony, que a mediados de los noventa no era el astro que conocemos hoy día, pero comenzaba a perfilarse como tal. Dos años más tarde logré obtener mención en portada del periódico Última Hora por una entrevista exclusiva que le hice a Pedro Martínez, que además me permitió visitarlo y fotografiarlo en su casa cuando se encontraba en pleno apogeo en las Grandes Ligas. Nada mal para una adolescente ambiciosa y tenaz, con sueños de ser actriz, que hacía cualquier cosa por canalizar aquella energía visceral que la dominaba.
Escribo para domar al monstruo de la ansiedad, que en medio de incertidumbre y desasosiego me susurra esporádicamente cosas desagradables al oído
Veintitantos años más tarde, acá me encuentro de nuevo, esta vez con un deseo intrínseco de encontrar gente común al bicho raro que a menudo siento ser. Algunas personas me definirían como compleja, y no estarían equivocadas. A primera vista, soy abierta y extrovertida, aunque reconozco que de vez en cuando me pongo temperamental y me entra una necesidad de introspección absoluta, en la que requiero soledad y espacio personal. La actriz en mí anhela utilizar esas flaquezas y convertirlas en melodía, pero la verdad es que hace más de un año que no ejercito ese músculo, salvo en infinitas audiciones y lecturas virtuales, de modo que escribir se ha convertido en mi herramienta de sanación. Escribo para domar al monstruo de la ansiedad, que en medio de incertidumbre y desasosiego me susurra esporádicamente cosas desagradables al oído, residuos de una voz interna que utiliza el miedo con intención de protegerme, pero termina siendo más dañina que otra cosa.
Lo cierto es que tras mucho contemplarlo y pelearme con él, ese año innombrable que acabamos de superar y que representó todo un reto de manera global para nuestra salud, tanto física como mental, trajo consigo una gran revelación: eso de dejarme bien claro que no tengo el control de absolutamente nada, excepto, como dice mi terapeuta, mi reacción a lo que pueda percibir como problemas. Pero debo añadir que entender no es aceptar, y en ese proceso forzoso he visto expuestas profundas inseguridades. Así pues, me encuentro inmersa constantemente en serios dilemas existenciales, incluyendo si seguir o no en mi difícil profesión, consciente de que algo más fuerte que yo guía esa vocación, pero que mi edad, mi género, y hasta mi físico, son factores que suelen influenciar decisiones laborales en mi oficio, todos elementos que no puedo dominar, lo cual me confirma cuán positivo puede resultar este cambio de trayecto, abriendo nuevas avenidas de expresión que me permitan forjar una nueva identidad.
Entonces reflexiono y respiro tranquila, a sabiendas de que no soy la única persona que se ha visto obligada a reinventarse a raíz de esta gran crisis, y que tal vez se trate de un regalo que permita aceptar la incertidumbre sin resistencia para poder dar el siguiente paso, que aún no siendo el anticipado, podría ser el más acertado.
De momento, mientras las piezas se van moviendo y cayendo en su lugar, tengo una lista de ejercicios y prácticas que intento llevar a cabo con la mayor constancia posible y que me ayudan a sobrellevar los días en que tengo más preguntas que respuestas. Una de ellas es escribir en mi diario, lo cual hago ya desde hace años. Recientemente desempacando cajas, sonreí leyendo algunas páginas en uno de ellos que registraba una gran evolución emocional desde los días en que lloraba casi a diario a causa de una ruptura sentimental, haciéndome disfrutar bastante el sentido biográfico que posee un diario sobre nuestras vidas. La otra práctica que llevo a cabo es meditar. Empecé a razón de padecer de insomnio y en la meditación encontré, si no el antídoto, al menos un remedio que me provee algo de calma. Finalmente, la terapia, que considero un masaje para el alma y una excelente herramienta para conocerme mejor.
Me voy quedando sin espacio y sin resolución. ¿De qué iba escribiendo?, me pregunto a mí misma, pero no me queda del todo claro. De trayectorias, de inseguridades y de prácticas diarias. Un poco de todo y de nada. Marlango continúa sonando en el fondo. Noto que se trata de una canción titulada Automatic Imperfection que me parece el tema perfecto para concluir con mis pensamientos del día y de paso darles la bienvenida a este, mi espacio personal, en el que busco ceder el control, lanzarme al vacío y ser feliz justo donde me encuentro.