En Estados Unidos se cree mucho en la autorregulación, es decir, en que sean los propios gremios o asociaciones profesionales y empresariales quienes fijen los estándares de funcionamiento. Así, ese coloca más énfasis en mencionar que se está aprobado por los homólogos que reconocido por las autoridades estatales. Esto es lo que comúnmente se denomina “trabajar de acuerdo a las mejores prácticas”. Por mi desempeño profesional, estoy más familiarizada con este fenómeno en la industria financiera, pero aplica para otros espacios también.
Por ejemplo, en el mundo de las finanzas existe el marco COSO, que surgió como consecuencia de la caída por mala administración de grandes empresas en las décadas de 1970 y 1980 y que motivó a que tanto a nivel público como privado se organizaran respuestas para prevenir estos desastres de origen humano. Una de ellas fue el comité de apoyo de la Comisión de Treadway, que por su acrónimo en inglés se le conocía también con el nombre de COSO (Committee of Sponsoring Organizations), y empezó a trabajar a partir del año 1985. Este comité fue financiado y fundado por la acción conjunta de empresas auditoras que determinaron que el control interno podía ser la mejor manera de cortar por lo sano la mala administración empresarial. En América Latina este modelo empezó a adoptarse a principio de la década de los noventa y luego fue recogido, como es nuestra tradición, en regulaciones y normativas estatales de cada país.
En esta misma línea de autorregulación, desde muchos años se está trabajando desde instancias colectivas del sector privado para integrar las preocupaciones sociales y medioambientales dentro de las mejores prácticas de cualquier empresa. Un ejemplo reciente ha sido el ofrecido nada más y nada menos que por NASDAQ (acrónimo de National Association of Securities Dealers Automated Quotation), la bolsa de valores electrónica automatizada más grande de Estados Unidos, es decir, el símbolo máximo del capitalismo.
En el 2019, su CEO, Adena Friedman, había señalado su interés de crear mercados con personas para el beneficio y la inclusión de más personas, lo que acompañó con los hechos. En el 2020, el seguimiento que se le dio a la pandemia desde esta entidad fue sumamente centrado en las implicaciones sociales que atraería la presencia del virus (algo que se reveló como verdadero) y, ahora en este mayo de 2021 organizó un evento denominado “The ESG imperative”, que puede traducirse como “El Imperativo medioambiental y Social” con el interés de que sus usuarios (compradores y vendedores en bolsa) entendieran hasta qué punto las empresas que cotizan en bolsa son analizadas y valoradas por su compromiso con esta dimensión de su ejecución, más allá de la puramente financiera.
En esta actividad participaron, entre otros, Steve Ballmer, quien fuera CEO de Microsoft durante 14 años, administradores de portafolios a escala de los EEUU y a escala planetaria, analistas de información financiera de diferentes empresas y personas encargadas de distribuir fondos. Todos ellos coincidieron en que los indicadores medioambientales y sociales constituyen un criterio de medición por proveedores institucionales de servicios de inversión desde hace larga data aunque su preminencia se ha notado sobre todo en los últimos siete años.
En la década de 1970 en los EEUU se medía sobre todo el componente social, con el foco en ofrecer evidencias de un interés por la situación de los empleados. La importancia de este tema se hizo visible también en el mundo del cine donde fueron reconocidas por el público y por la crítica películas que abordaban estas preocuaciones como “Norma Rae” o “Silkwood”. En estos últimos años, que se llame “sostenibilidad”, “preocupación medioambiental” o “atención al cambio climático” la letra “E” e ESG ha recibido mucha mayor atención. En el último año, y como consecuencia de la pandemia la dimensión social, integración racial e inversión en cómo buscar y retener talento humano de calidad se ha convertido en algo mucho más importante.
Un tema recurrente fue el de “stakeholder capitalism”, (atención a los interlocutores y público ampliado), señalándose que algunas empresas son más transparentes que otras a la hora de divulgar información sobre políticas y funcionamiento y se alertó también sobre la presencia del “greenwashing”, es decir, de en hacer énfasis en la exhibición más que en la verdadera atención a la producción de un medioambiente más sano. En el mejor estilo de énfasis en que es cada cual el que debe llevar su autorregulación, no se hicieron llamamientos generales, ni se llegaron a conclusiones finales de parte de los organizadores. El énfasis era que cada participante llegara por sí mismo a la decisión de aplicar o no estas variables a su trabajo.