Todos los dominicanos (por lo menos, el círculo cotidiano de mi entorno) vive como si el anglicismo del “impeachment” (cuya etimología viene de “obstrucción”) decidirá las elecciones de noviembre en los Estados Unidos de América. Tal vez, si hay una decisión condenatoria del Senado ante los cargos presentados por la Cámara de Representantes, liderada  por su Presidenta Nancy Pelosi, en esa institución del régimen presidencialista

Un poco de historia: los constituyentes en Filadelfia, reunidos a finales del siglo XVIII, se consideraban apóstoles-guardianes del mal de la “tiranía” que veían intrínseca en la monarquía, o el surgimiento de un tirano a partir de un presidente-electo dejado a su capricho para contaminarse de la enfermedad. Por lo tanto, instituyeron un mecanismo en que el Poder Legislativo pueda enjuiciar ese máximo “crimen” político y poder defenestrar al falso “presidente demócrata”: «el impeachment», traducida al español como “juicio político”. En el imaginario criollo, nos imaginamos un juicio propio del Poder Judicial  ̶ aunque lo supervisa el Presidente de la Corte Suprema para garantizar el rigor del proceso judicial ̶  como acusarlo de corrupción, etc. no vale, porque ese es un crimen tipificado en las Leyes; lo que se quiere juzgar es el manejo no-democrático, anti-democrático que lleva a entronizar al “Tirano”. Es decir, es una “medicina preventiva”.

El título de este artículo quiere decir algo así como que el proceso de “Juicio Político” ha sido políticamente implementado, desvinculándolo de su propósito de prevención de los «democraticidios» comunes en América Latina (léase Brasil y la destitución de la Presidenta Rousseff o cualquier país de esta Patria Grande). El primer caso, el de Andrew Jackson, el 16 de mayo de 1868, fue absuelto por un voto, en un juicio político orquestado por una oposición que no aceptaba sus planes de reconstrucción luego de la Guerra de Secesión norteamericana.

Los otros casos tuvieron que esperar cerca de dos siglos, en una rápida sucesión: Nixon, abortado por la renuncia antes de la acusación por mentir sobre el caso de Watergate; Clinton, absuelto del caso Lewinsky; Obama, amenazado pero no formalizado el juicio político y, ahora, Trump, que podría ser absuelto por el amañamiento del proceso por el uso de la “aplanadora” por la mayoría republicana del Senado al disponer no convocar a nuevos testigos, y veremos un Trump absuelto por amaño. El “impeachment” ha sido obstaculizado…

¿Pesará esta condición para revertir la voluntad del votante norteamericano y producir una segunda elección sin mayoría del voto popular pero con la mayoría de los delegados electorales, en ese mecanismo de votación indirecta, producida por el reagrupamiento de la militancia “trumpiana” y la dispersión de la militancia dispersa multirracial, multifocal, demócrata?

El gran perdedor será la devaluación de la institución del «impeachment» por la banalización de su implementación o el menosprecio de la solemnidad de su propósito: advertirnos de los comportamientos tiránicos, que significan la muerte de  la democracia. Una historia muy latinoamericana y que padecemos como tara de nuestros caudillos, sean  prohombres o simples “fraudes demócratas”.