03, dice el poeta Antonio Machado. Impacto, es la palabra que la COVID-19 trae debajo del brazo y quedará incrustada en la memoria colectiva. Y, no podía ser diferente, dada la magnitud y encadenamientos de los efectos multidimensionales de la pandemia; que –en escasos días– ha puesto al mundo “de rodillas” (y eso que se brincó la semana santa). La cuarentena pone en evidencia, lo que la ciencia convencional por siglos ha tratado de obviar, la capacidad de ´enlazar´.
Esto es, más que una cuestión de salud. Una señal de “alto” a las economías, una paralización en la generación de ingresos provenientes del trabajo y otras fuentes, una desaceleración de la función pública (central y municipal), una atomización de la participación ciudadana organizada, ¿una reducción de la capacidad de carga de los ecosistemas naturales de soporte a la vida en el planeta Tierra?, un uso restringido del espacio público y las libertades individuales.
En fin, una re/definición de lo que las personas lograr ser o hacer al vivir, los funcionamientos, según la conceptualización de Amartya Sen. La era de la libertad en el desplazamiento, paradójicamente, nos apresa entre los barrotes del pánico; al desgarrar la esencia de las relaciones primarias permeadas de afecto: la presencialidad.
La COVID-19, nombre oficial del virus de la familia de los Coronavirus, desviste a la vulnerabilidad, –especialmente ante factores externos–, y la coloca (sin maquillaje) frente al espejo retrovisor, desafiándonos a percibirla a toda prisa (por si acaso con la infestación del virus se nos afecta el sentido de olfato).
Pocos días después del cierre (parcial o total) del espacio aéreo y marítimo y de las fronteras terrestres, en muchas partes del mundo infinidad de personas expertas en distintas materias, desde la economía y la política económica, las ciencias políticas, el arte, la espiritualidad y otras formas de ver (o, de “no” ver) el mundo, sin faltar reclamos disciplinarios, tratan de entender y explicar las múltiples facetas de ruptura y discontinuidad (visibles y no tan visibles). Una extensa literatura, bajo las más diversas concepciones del mundo, se divulga y consolida y llegará el momento de su sistematización erudita (con el perdón de APA por obviar citas).
La diseminación de la pandemia, de entrada pasa “factura” a la eficacia, calidad y buena orientación de la intervención del Estado. La oportunidad en la capacidad de actuación, primera campanita que le suena a los gobiernos ¿qué tan pronto hablan los presidentes y dictan a tiempo declaratoria de emergencia nacional y otras medidas? (pareciera una redundancia, pero no lo es). ¿Cómo se exhiben en público las autoridades políticas? (invitando a los abrazos, usando medidas de protección básica y de higiene recomendadas por la Organización Mundial de la Salud -OMS). La popularidad de presidentes en la cuerda floja.
En el eco del campanazo, se disipa el humo de la transparencia en el manejo de información y el acceso a recursos. Competencias de autoridad y conflictos de poder (ejecutivo/legislativo, civil/militar, oficialismo/oposición). Impericia y desarticulación en gabinetes ministeriales, desautorización y destitución de ministros, retórica versus acción, estrategias integrales “brillando” por su ausencia, activismo contra efectividad, escasa sensibilidad para valorar el impacto de las medidas (antes de tomarlas y en su efectividad concurrente), entre otras notas discordantes. Clientelismo político, re/encarnación de la caridad y la filantropía, re/emergencia de liderazgos mesiánicos, dicta-“blandas” recicladas y tráfico de influencias emergen con más fuerza, sin faltar actos de corrupción en el manejo de licitaciones y compras. ¿Es qué acaso podíamos aspirar que de la noche a la mañana las autoridades políticas nacionales y municipales pasaran a comportarse cual si fueran mansas palomas?.
La buena noticia, el protagonismo de los Ministros de Salud. La Cenicienta danzando frente a la prensa, como si la caída de la zapatilla se tratara de un cuento de hadas. No es una coincidencia que los países con tasas de mortalidad por coronavirus más altas, exhiben mayores deficiencias acumuladas en los sistemas de atención. El atractor extraño, la sensibilidad en las condiciones iniciales y cómo diferencias (aunque sean pequeñas) en los datos de entrada pueden llevar a grandes diferencias en las predicciones.
Ante el grito desesperado de autoridades políticas con el altoparlante a viva voz ¿dónde hay recursos?, doña Pandora (caja en mano) irrumpe sin invitación y se adueña del escenario. Y, como los reservorios con destinos preestablecidos tienen fondo –como las piñatas–, el malabarismo entra en escena. Impuestos, la ruta corta. ¿Al trabajo o al capital?, cruzar el puente a plena luz que encontrar la luz al final del túnel. El costo político subordina cualquier razón beneficio/costo económico/social. Recaudar en volumen de “a pellizco”, que montones de poquitos. En la balanza: conveniencia/posibilidad–acción/omisión, dupletas acostumbradas en la actuación de la política pública.
¡Quédate en casa!. No hay camas pa´ tanta gente, tampoco hay gente pa´ tanta casa. En América Latina y el Caribe "55 millones de hogares viven en algún tipo de vivienda que sufre algún tipo de déficit" (esto es, deficiencias en la estructura de la vivienda, acceso a servicios, calidad de la tenencia y ubicación) (https://www.iadb.org/…/desarrollo-urban…/perspectiva-general). Los hábitos de limpieza, pieza vital del en/tramado de prevención sanitaria, presionan los usos y consumos del recurso que alguna gente veía como el detonante de la III guerra mundial: el agua. Amén de países con serias limitaciones en la generación y suministro de servicios básicos, racionamientos incluso no programados, con notables asimetrías sociales y territoriales.
Teletrabajo, el trabajo remoto o desde casa. ¿Será que trabajadores por cuenta propia (autónomos o independientes) con puestos en los mercados, talleres mecánicos, salones de belleza y peluquerías, reparación de electrodomésticos y otros servicios personales y domiciliarios, pueden acogerse a esa prerrogativa?. El personal de salud, las personas trabajadoras en oficios de limpieza (en establecimientos u hogares), en atención de expendios de comida y combustibles ¿será que pueden prescindir de presencia física en el lugar de trabajo?. Amén que la pandemia pone sobre la mesa temas emergentes (relegados y olvidados), garantías de bioseguridad obligatoria para trabajadores de salud y manejo de residuos peligrosos en centros de hospitalización y en los hogares con personas en aislamiento.
La división social del trabajo entra en acción. Mientras algunos oficios, quizás puedan ejercerse con mayor laxitud, otros pueden implicar mayor duración e intensidad de las jornadas de trabajo excediendo límites permisibles (legales, físicos, emocionales). En las minorías que pueden acogerse al trabajo a distancia, la conciliación entre el trabajo remunerado y el trabajo doméstico puede acentuar la inequidad entre géneros y generaciones (con solo percibir los ruidos detrás de los foros virtuales) y la competencia por el uso de los espacios físicos y el acceso a la tecnología (allí donde se tiene). La motivación individual, la responsabilidad compartida (más allá de la disciplina impuesta por horarios, rutinas y controles jerárquicos), en fin, la capacidad de autorganización, que no surge como arte de magia, ni por generación espontánea. Y ni que decir de la distancia entre nativos de la tecnología e inmigrantes digitales.
Entretanto, el reloj del tejido de la vida cotidiana empieza a correr a ritmos desacostumbrados e inesperados. Desde una mirada de conjunto, la economía doméstica, el Oikos, es –sin duda– la esfera más afectada por el efecto dominó de la pausa en los mercados. Espacio que siente de inmediato y con mayor crudeza los efectos (económicos, sociales y emocionales) de la cesación laboral y de las pérdidas (parciales o totales) de los ingresos provenientes del trabajo y otras fuentes. La convivencia diaria, sin horario ni fecha en el calendario, arma de doble filo, puede mejorar las formas de ejercicio de los roles de autoridad y la distribución del trabajo doméstico y el cuido como un acto de responsabilidad y compromiso afectivo con la otroridad, como también exacerbar inequidades de género e intergeneracional, incrementar la violencia intrafamiliar y aumentar el riesgo de accidentes intradomiciliarios.
El confinamiento domiciliario, con independencia de su pertinencia, hace sentir su efecto directo en la desmovilización de la participación ciudadana organización y en el debilitamiento de la deliberación pública. Las redes sociales como mecanismo de información se legitiman en la era de la comunicación digital (sin que los usos estén exentos de abusos). Y, de nuevo, salta la libre: capacidad de acceso. ¿Qué proporción de la población tiene disponible Internet de alta velocidad 24/7?. Asimetrías de información y asimetrías de poder, los actores con mayor capacidad de presión y demanda, pueden hacerse escuchar. Como dice el dicho “quien tiene más saliva traga más pinol”. Un balance general (aunque todavía incompleto) registra un amplio espectro de perdedores (el volumen de la ciudadanía de “a pie”), pero también perfila “grandes” ganadores (y aunque no sepamos y quizás nunca sepamos quiénes son; si sabemos que financiarán campañas políticas).
¿Será que las restricciones de movilización y penalidades serán transitorias o después que pase la emergencia (que pasará, como la llamada Gripe Española de hace un siglo) se volverán hábitos institucionalizados, bajo la justificación de comportamientos irresponsables (que efectivamente los hay) y en manos de cuerpos cautelares actuando bajo libre albedrío?. La democracia –pese a sus imperfecciones– sigue siendo la mejor forma para el ejercicio de las libertades humanas y otras formas de conducción, antes, durante y después de la COVID-19, merecen el repudio colectivo.
La mascarilla (el tapa boca o barbijo como se le dice en algunos países), ahora incorporada a la indumentaria (incluso de uso obligatorio, al menos mientras se alcance el aplanamiento de la curva de la pandemia), sin querer simboliza la necesidad de desprendernos de ropaje viejo de cara a la construcción del futuro, que no es mañana, sino hoy, porque hoy tenemos el imperativo de construirlo.
De cómo conceptualicemos la situación inicial dependerá cuándo y cuánto nos acerquemos a una situación deseada, definida como imagen-objetivo, trascendiendo la situación futura a que llegaríamos en forma tendencial (sin intervención). Si entendemos que se trata únicamente de una crisis sanitaria, quizás hace 50 años esa “cobija” nos hubiera alcanzado. Si partimos de comparar la situación económica con la crisis financiera de 2008 y momentos cercanos o no tan cercanos (la Gran Depresión de 1929, incluida), “desde el vamos”, como se diría en Argentina, “entramos quedando” como se dice en Costa Rica. Si asumimos que en definitiva lo que cuenta es la contracción de la demanda, y de paso aprovechamos para “solucionar” uno que otro problemita pendiente, por ejemplo el déficit fiscal, ya sabemos cuál es la “receta”, la tomamos por cucharadas por ahí de la década de 1980 y todavía arrastramos los efectos secundarios de la prescripción. Si de reforma y modernización se trata, como en la década de 1990, en busca de una manita para que el necio fantasma de lo público dejara de estorbar, la discusión es simple (ya que el diálogo implica presentar varios puntos de vista para con el propósito de conseguir uno nuevo y explorar asuntos complejos) literalmente ¿quién se lava las manos ente el impacto de la COVID-19? y en actitud contemplativa esperamos a ver que hacen los gobiernos, total ya vendrán elecciones para otorgarle un voto de castigo a los partidos que representan.
En medio de la inmediatez que, sin duda, pone el ahora como prioridad –en el buen sentido de la palabra, lo que se hace primero– y qué tan “bien” parados salgamos dependerá de las vulnerabilidades iniciales y de la oportunidad de las medidas tomadas (y no tomadas) y la efectividad de sus resultados, el alcance de la tarea obliga en forma concomitante a no escatimar esfuerzos en un diseño de calidad de la estrategia de salida, que incorpore en forma sinérgica y sincrónica la mirada de largo de alcance. Son sucesos emparentados, no excluyentes; concomitantes, no sucesivos; interactuantes, no etapas; comprehensivos, no lineales; complejos, no simples.
¡¡¡Ver más allá de la curva!!!. Con cristales empañados y el espejo retrovisor despedazado, el motor engrasado y a baja velocidad, caminos desconocidos y empedrados, lodo y neblina, y en el horizonte una lluvia incesante de ideas (al mejor estilo de Ciro Peraloca). En-hora-buena, para decirlo en palabras simples, el bien común (dejando de lado connotaciones ideológicas); el tamiz para hacer pasar la “propuestología” desatada por buenos deseos (e incluso no tan buenos). El escrutinio, la valoración de efectos cruzados y “ocultos”, visibilizando redes desencadenantes de impactos (cambios o variaciones –negativos y positivos– en las personas, en el accionar de las instituciones y las organizaciones y en las sociedades en su conjunto).
La estrategia integral para el levantamiento del confinamiento domiciliario –con las precauciones requeridas–, y la apertura del espacio y aéreo y las fronteras terrestres, –con la debida incorporación de mecanismos de detección del coronavirus en forma consustancial a los controles migratorios–, debe estar preparada sin importar cuándo y cómo sea el fin de la cuarentena. Los países con sistemas de información con arraigo territorial y amplias capacidades institucionales para dar seguimiento y asistencia a los focos y redes familiares y vecinales de contagio, podrán ir “liberando” paulatinamente los espacios de acción colectiva de manera selectiva, en forma progresiva y sostenible. Capacidad de orquestación es requerida y confianza es la palabra clave. Ojalá que la ciudadanía pueda hacer valer su voz por medio de instrumentos de participación democrática y los sectores oficiales escuchen en vocación de diálogo social. De ahí dependerá el signo del nuevo mundo en que a las generaciones más jóvenes les tocará vivir, amar y soñar.