Preciada virtud, la memoria. Almacén de información, lugar donde descansan vivencias desde que abrimos los ojos por primera vez. Ese caballito de mar es un lugar mágico especial, sin el que no tendrían sentido muchas otras cosas de la vida cotidiana. La memoria mediante un proceso cognitivo procesa y codifica información, para también privilegiar la misma de acuerdo con los intereses individuales de cada persona, –y es en este contexto donde se contamina la información que nunca es completamente neutral porque procede de un individuo con concepciones preconcebidas de acuerdo con el medioambiente en que se ha desarrollado –Así cuando estamos en la escuela, universidad o algún otro lugar donde estemos adquiriendo conocimientos, estos se entremezclan con vivencias personales y el ambiente que nos rodea los moldea, lo que nos permite entrar en proceso crítico –para de acuerdo a esa combinación de factores interesarnos por los temas que van acorde con nuestra historia de vida e intereses y rechazar aquellas cosas por las que no sentimos ningún tipo de empatía o están distanciadas de nuestras aspiraciones.–

Un ejemplo de lo antes dicho se hace visible en las aulas, donde al cursar diferentes materias generalmente prestamos mayor atención a aquello que nos interesa y fue lo que nos llevó a escoger la profesión con la que tenemos mayor afinidad. Del mismo modo, la memoria nos ayuda a  recordar hechos de nuestra infancia así como experiencias de intercambio social con las personas que nos rodean–desde los miembros más cercanos de nuestro entorno como son la familia, hasta los amigos y relacionados con los que compartimos experiencias– y se produce el intercambio de información con los demás que junto a nuestro juicio crítico es lo que nos permite entender y ampliar conceptos, que luego con la incorporación e investigación de nuevos elementos,  nos ayuda a validar y descodificar la información que nos llega a diario por diferentes vías.

Aquí entramos al campo con el que deseamos establecer la diferencia entre el complejo proceso de adquirir y procesar información –contaminada si se quiere, por la carga de subjetividad del individuo que la emite– pero concebida desde un punto de vista crítico y ético, y la de las redes sociales que están bombardeando y esclavizando a todos y todas, y más aún que la estamos validando en la medida en que respondemos y nos convertimos en interlocutores de esta. Esa democratización de la información que han traído los nuevos tiempos y las nuevas tecnologías de comunicación no están respaldadas más que por la persona que las publica. Con escaza supervisión de los dueños de esas plataformas, porque en el marco de este nuevo estado de democratización de la información, todos tenemos derecho a publicar lo que deseamos, así se trate de algo tan simple como lo que comemos en un restaurante o lo que pensamos acerca de un tema en particular o una persona, que puede ir de lo complejo a lo trivial. En la actualidad, el uso, la producción y la influencia de las redes sociales han alterado el curso, indiscutiblemente, de cómo las personas interpretan y participan en causas sociales, así como en la democracia.

En este ejercicio democrático de publicar lo que sea en el terreno que sea hay un elemento importante del que casi no se habla, quien valida la veracidad o no de esa información, quien nos dice si es cierto o no lo que se escribe, como el sujeto afectado de la publicación de una información errónea puede recoger completamente lo que otro ha dicho -en el mejor de los casos solo porque alguien en la que esa persona cree se lo ha dicho y este en un acto de fe lo ha publicado en los medios digitales a los que tiene acceso y en el peor de estos porque el número de seguidores que tiene la persona donde la información tuvo su origen se está lucrando al divulgar la misma- sin hacer el debido ejercicio de investigar y validar lo que se ha de publicar. Es de vital importancia en la tarea de validar y aceptar como cierto lo que vemos y oímos en las redes sociales, que las mismas sean vistas y escuchadas solo como información que necesita ser respaldada por fuentes creíbles que tengan un mínimo de garantías a nivel de la seriedad del medio o la persona de que se trate.