Estoy convencido de que uno de las debilidades del sistema educativo es no estimular a la imaginación de mundos posibles. La carencia de una comprensión del poder configurador y heurístico de la imaginación en el establecimiento de un nuevo orden es evidente. Lo que es más conveniente para el statu quo, ideológicamente hablando, es formar individuos con poca capacidad imaginativa que sujetos creativos en términos sociales y políticos. El presupuesto pedagógico de la modernidad-colonialidad puede ser resumido de este modo: si hay capacidad imaginativa en los individuos que esta sea instrumentalizada o, en el peor de los casos, manipulada de forma tal que sea un mecanismo de distracción de lo que realmente es importante, en términos de incidencia en la transformación de un modo de vida más justo para todos.
Las redes sociales virtuales han magnificado este presupuesto. Es muy fácil, un domingo cualquiera, recibir cientos de “memes”, “videos virales”, “chistes” a través de WhatsApp o Facebook. El delirio de querer ser “autor” o promotor de algo que puede ser visto por todos ha llegado a su punto más alto. Si bien la socialización se expande y se fortalece, es un vínculo que deja mucho que desear en términos de integración de los individuos en proyectos sustancialmente transformadores y forjadores de conciencia crítica. Políticamente hablando, no sirven para nada, a no ser para mantener el mismo circo mediático que distrae de lo importante.
De ningún modo se trata de anular el gusto por la vida desde las expresiones jocosas, desinteresadas. La gratuidad de la vida nos exige celebrarla. Pero una cosa es la fiesta y otra es el jolgorio o la orgía perpetua que procura imponerse a través de las redes sociales virtuales. Tampoco estoy satanizando las redes sociales ni las vidas virtuales; sino que me avoco a un llamado de atención: el delirio de compartir información vacua. El problema no es el compartir, sino el qué se comparte.
He dicho en otro lugar que las redes sociales virtuales pueden ser de gran ayuda para la formación intercultural, tan necesaria en este mundo globalizado. Nunca como hoy el mundo ha estado más interconectado, la información está a un “clic” y, sobre todo, es información de buena fuente por la que no hay que pagar grandes costos. Tenemos un mayor acceso a lo diverso, a los otros distantes y al otro más propio silenciado por el discurso hegemónico. Si bien toda información es mediada por unos intereses, hay mayor pluralidad de intereses que antaño.
Aquí es donde veo, modestamente, las puertas abiertas para la imaginación de mundos posibles en clave intercultural. Una imaginación política y socialmente comprometida con la creación de un nuevo orden más justo para todos. Aquí es donde una ética del encuentro intercultural adquiere su nota específica y se vuelve el programa a instaurar por un pensamiento social dominicano de nuevo cuño. En términos utilizados por Mella en “Ética del Posdesarrollo” es la oportunidad para la acción creativa.
Imaginar mundos posibles es la antesala a la transformación de lo real dado. No puedo transformar la realidad sino vislumbro un “más allá” de ella misma. En lenguaje religioso, mirar las rendijas de lo nuevo en un mundo cada vez más complejo y diverso es discernir el espacio apropiado para la acción creativa. Estar alertas e imaginar son acciones complementarias y, en este sentido, lo imaginado solo es visible en la concreción de la praxis humana.
Los mundos posibles son mundos de sentidos, construcciones mentales que abren hacia el gusto por la vida buena y que permiten configurar, imaginativamente, nuevos modos de proceder respecto al mundo de los asuntos humanos. La literatura es importante por fungir como laboratorio para las variaciones imaginativas de nuestro ego, nuestra historia, nuestras acciones, nuestra vida misma.
Imaginar mundos posibles es un juego, pero no una inocentada. El poder de transfiguración del propio ser y de todo lo que existe solo es posible a través de la capacidad para crear nuevos sentidos en lo real y encaminar estos “mundos” en proyectos que impacten la vida social, económica y cultural de los pueblos. Imaginar mundos posibles es un imperativo para quien quiera, desde su contexto existencial, dejar una huella de su capacidad creativa.