El cauce poético más el cauce estético y terrenal del relato histórico, resuenan en el poema como imagen y sentido; y así, las unidades verbales combinadas transmiten en superficie y profundidad la significación poética. El ritmema espada, sumado al ritmema espiga, conduce al ritmema espera y al ritmema sangre.

Litoral, cordillera, carnaval, espada y calavera, se amarran a la vez en poema-mundo para historiar lo social como cuerpo y combate. Por lo bajo, la doctrina absorbe lo social y extiende el sentido negativo del mundo moderno en la espera-espada y la espiga “que invade la verdadera trama de la muerte que es silencio”. (Ver Amén de mariposas, en op. cit. pp. 156-159, Primer tiempo)

Pero esta canción trágica nace de las mismas incidencias torcidas de la historia, donde el cadáver legal e historial produce sus efectos en violación y pérdida.

El hueso poético y narrativo descubre la realidad histórica dominicana y la convierte en un relato humeante y vaporoso. La historia del conflicto repropone pacto y contradicción en los bordes, ejes y movimientos del “ocurrir”, siendo así que el espeso cuerpo desprendido de la ley funciona como emblema, alegorema y culturema en el trazado imaginario y real del sujeto histórico.

En efecto, Mir escribe la historia desde el poema, a la vez que escribe e inscribe el poema contra la historia. Una construcción novelesca pone de relieve los principales momentos de la pérdida política y con ello de la identidad cultural movilizada en los espacios de posibilidad de la nación.

Los umbrales de un decir histórico y poético producen la detonación de un derecho que se detiene en la propiedad y el propietario de la justicia. En nuestras formaciones sociales la tensión justicia-derecho, sujeto-esclavitud, libertad-opresión ha incidido tanto en la democracia como en la dictadura.

Las líneas conjugadas por el sujeto que firma, tramita, acusa o condena, surgen del aparato burocrático y por lo mismo del documento escrito con determinación cierta. Pedro Mir es tímido a veces, por lo discretamente diplomático en cuanto al tratamiento de la conflictividad colonial que tanto Del Monte y Tejada, José Gabriel García como Américo Lugo marcan como un capítulo de nuestra historicidad.

Los relatos textuales primarios de la escritura que asume o absorbe nuestro autor en textos como El gran incendio, La hazaña de Limber, o las Tres leyendas de colores, participan de varios trazos intertextuales por donde respira una textualidad fría y dura, débil y caliente como parte de una productividad cruda, irónica y hasta paradójica en sus rasgos verbales y estilísticos. La conjunción de sucesos constelados en la temporalidad histórica, va construyendo, a pesar de los obstáculos, un discurso ideológico y narrativo sobre la historia y el sujeto.

Se trata en este caso, de que el poema, la novela y la historia conforman un teatro de la diferencia y una conjunción de signos agenciales, sincrónicos y al mismo tiempo destemporalizados. La agudeza crítica y contextual del narrador, poeta e historiador, va asegurando la verdad y la ficción de una historicidad dramática por su forma de ser fijada, enunciada y sobretodo marcada simbólicamente por las cardinales de fondo y de respuesta.

Es  así como la reflexión se abre desde el poema, la novela o el ensayo histórico-ficcional. Todo lo que en La bella historia del hambre dominicana y en Cuando amaban las tierras comuneras anuncia las llamadas fuerzas de la historia y el poder,  conforma los niveles de una escritura-vida testimonial atizada por las voces del indígena, el mestizo, el negro, la pregunta y la respuesta del sujeto, determinado por el aparato de producción legal que repite el derecho asumido, negado o violado. Es la verdad de un sueño que cada día convierte en cadáver al sujeto económico y nominal de las macropolíticas indígenas y criollas en toda la América continental.

Son varios los tiempos de la pregunta y la respuesta. Por eso, los cauces de una poética testimonial surgen de una visión que se repite como diferencia en la historia cultural, la historia social y la historia literaria. La escritura testimonial de Pedro Mir, en este sentido, no es simplemente narrativa, informativa, descriptiva, poética o histórica, sino más bien orbital, inductiva y temática. Los estratos marcados por los declives mismos de la narración, operan allí donde el conflicto y la paradoja se arrojan a los brazos de la alegoría, la enarratio poetarum de toda textualidad histórica.

Pero el Caribe es un hecho, una huella y una memoria. Juan Bosch que pensó, razonó, vivió y escribió el Caribe en sus tonos, desde la prosa novelesca, la cuentística, el ensayo político y la crónica, escribió un argumento bastante puntual y focal sobre el Caribe: De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe: Frontera Imperial.