La historia de un espacio geoidentitario está marcada por sus signos y datos constitutivos. La República Dominicana tiene una superficie de 48.442 km², un clima regularmente soleado y caliente, sin embargo, en lugares montañosos, el clima es templado.  Según la Enciclopedia Dominicana (Tomo III, p.106, 1978), la unidad de medida es el sistema métrico decimal.  Tiene una elevación máxima de 3,175 metros, con un espacio rural geográficamente variado,  mientras que en el marco urbano tiene concentraciones poblacionales que saturan el ecosistema social.

Algunas ciudades  se desarrollan en un tiempo de coordenadas humanas locales y movilidades  poblacionales que determinan muchas veces sus acciones.  La mayoría de ciudades del país posee áreas de producción, acción, industrialización y de mediaciones ambientales con abundantes ríos que por alguna razón, se han ido secando, debido a un cambio climático permanente y violento.

Según el humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña:

“La isla de Santo Domingo fue “la cuna de América”, primer país del nuevo mundo donde se asentaron los españoles: la primera ciudad, La Isabela, hoy desaparecida se funda en enero de 1494; la segunda, Santo Domingo del Puerto, en 1496; para 1505 existen allí diez y siete villas de tipo europeo, cuando todavía no se halla ninguna otra en toda extensión de las tierras descubiertas. Allí se arraigan y construyen sus casas muchos hidalgos de Castilla y Andalucía, “con blasones de Mendozas, Manriques y Guzmanes”. Allí se establece el primer gobierno de las indias, que de 1509 al 1540 tiene categoría de virreinato…” (Pedro Henríquez Ureña: “La emancipación y primer período de la vida independiente en la isla de Santo Domingo” en Obra Dominicana, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo, 1988, p. 460).

En sus fenómenos geohistóricos existen fijezas y variables. La historia del clima de la República Dominicana moderna es también la historia de lo que el hombre y la explotación de la tierra han provocado en todo el proceso de expresión o exploración del país, tanto desde el punto de vista de su formación material, como de su evolución en tiempo y espacio.

En su libro titulado Doctrina y políticas de Medio Ambiente y Recursos Naturales (2004), el historiador Frank Moya Pons da cuenta del impacto ambiental, del crecimiento económico del país, de su evolución climática y sus recursos naturales, turísticos y ecológicos.  El horizonte climático y el fenómeno ambiental, ambos ligados a la producción agrícola, presentan imágenes que al día de hoy deben ser leídas para tener datos y buscar respuestas para un desarrollo sostenible de la República Dominicana.

El clima en sus variaciones y  demás fenómenos visibles en la geografía dominicana, pero sobre todo en los detalles que hemos ido presentando sobre el espacio ecológico y el impacto ambiental ha hecho posible los momentos de una cultura-naturaleza que dialoga a través de sus estados, fuerzas e imágenes geoclimáticas y bioculturales.

En el momento actual,  podemos observar todo un fenómeno típico del paisajismo insular, y en particular, del orden cultural rural y agrícola en las diversas producciones artísticas, literarias y artesanales de la República Dominicana. El relativo desarrollo logrado en el país a través del crecimiento demográfico, el orden urbano, los movimientos ciudadanos ligados por algunas fuerzas sociales nuevas y por una visión económica informal ha contribuido un tanto a cierta movilidad económica y social.

Es importante destacar que aquello que reporta una ganancia económica, social e institucional en la República Dominicana, involucra cierta visión del desarrollo creada por algunos organismos ( nacionales e internacionales),  que estudian y representan las nuevas visiones y las nuevas imágenes del desarrollo dominicano en tiempo y espacio.   Lo que implica una concepción en torno a la idea que tenemos de ambiente, clima, cambio climático, geomorfología, turismo,  y una conceptualización proveniente de  las ciencias naturales y de las ciencias socioculturales, que a todo lo largo del siglo XX y en lo que va de siglo XXI, han aportado soluciones que no han sido momentáneas, sino que también han propiciado la atención de grupos de investigación socio-ecológica, como parte de programas sostenidos por las Naciones Unidas, la UNESCO y otros organismos internacionales.

Lo que vemos en el testimonio visual zonificado es  precisamente el conjunto y el detalle de un mundo que no se destruye como paisaje, sino que más bien se particulariza  como naturaleza mineral, aurífera, acuática y vegetal del país como  contraste, pero a la vez, como equilibrio entre agua y tierra, naturaleza humana y naturaleza vegetal, tejido agrícola y brote acuático, espejo de nubes y espejo de agua, poiesis luminosa y poiesis terrosa; invita a comprender un sistema natural-cultural cuyos movimientos y cauces revelan una visión integradora de recursos propios del país.

Todos esos elementos y fenómenos de realidad natural y cultural constituyen un documento ambiental y geovital que hace visible y perceptible los estados y rutas de nuestra cultura-naturaleza, activada por sus movimientos internos y externos en una conjunción de fenómenos sujetos a un crecimiento y desarrollo de capacidades marcadas por una productividad  reveladora y a la vez pronunciada mediante los elementos de un presente insular en  movimiento y en horizonte de búsquedas diversas.

En su obra titulada La otra historia dominicana, (Eds. Librería La trinitaria, Santo Domingo, 2008), el historiador e historiógrafo dominicano Frank Moya Pons destaca la problemática de la agricultura y plantaciones, así como el trazado agrícola de productos, plagas, efectos de la llamada “revolución azucarera”, plantaciones invisibles, la liquidación de los terrenos comuneros, las colonias agrícolas (ver pp.177-225), pero también la “ecología insular”, donde también destaca otros fenómenos como los impactos ambientales, la deforestación y el cambio ecológico, las diferencias ecológicas, las transiciones ecológicas, los bosques haitianos, (ver, pp.227-243), carbonización de bosques, como también desastres y epidemias, terremotos y huracanes, campañas sanitarias y otros fenómenos desastrosos (véase pp.245-262), entre otras informaciones de alta significación para comprender el espacio histórico, geológico, ambiental y climático dominicano.

Todo este recorrido por los espacios y ambientes del espacio ecológico dominicano, remite a una visión que es cruce y detalle de realidades, símbolos,  metáforas naturales y fractales eco-culturales, traductores de una territorialidad surgente del mismo suelo dominicano y que precisamente hace del turismo ecológico un cuerpo de producción y experiencias que justifican su presencia en los mercados mundiales actuales.

Es importante retener el juicio del físico y filósofo Arthur Zajonic sobre la luz como fenómeno de vida, impresión y transmutación natural:

“La luz ha vivido en todas las eras, yugos y sociedades.  Sus transmutaciones son el ejemplo de la impresionante evolución de la consciencia. Lo que ha sido cierto para los pueblos también lo es en el curso de la vida individual.” (Véase Arthur Zajonic: Capturar la luz, Eds. Atalanta, Madrid, 2015, p.337).

La cita anterior da cuenta de un proceso endonatural, cultural y fenoménico que como captura del ojo humano atilda sobre una realidad que se pronuncia en sus detalles, elementos y formas en cuyos contextos vitales, humanos y ambientales podemos leer mensajes, tejidos cromáticos,  relatos de luz, materia, relieves, puntos luminosos de superficie particularizados en la significación propia de cada  cruce natural y revelador.

En efecto,  podemos advertir los valores geoculturales e identitarios de la dominicanidad y de la caribeñidad.  Encuentro de caminos, miradas, huellas, cruces, objetos, territorios regionales, presencia multiétnica, signos que conforman trayectos confluyentes en una visión que produce su inscripción poético-visual y que por lo mismo sensibiliza el ojo de cualquier sujeto amante de paisajes insulares caribeños.