Estuvimos analizando la imaginación, es oportuno que revisemos la ilusión. Es algo muy presente en los niños y a lo largo de nuestras vidas la vamos perdiendo, incluso la vejez se suele vincular con su ausencia.

Cuando niños captamos la realidad desde nuestra lente color de rosa, en que todo parece más hermoso, el mundo se visualiza como un área de juegos y nuestros amigos nos ayudan compartiendo la diversión.

La ilusión del Día de Reyes, algunos la interpretan como el engaño de los padres a la inocencia de los niños, que los hará desconfiados. Otros lo consideran como un juego emocionante, en el que los padres se esfuerzan en complicidad, para crear una hermosa experiencia para sus hijos. Estos al descubrir la realidad, tendrán un instante de decepción y posteriormente, habrá una valoración del esfuerzo de sus padres por agradarles. Un mismo fenómeno con dos interpretaciones diferentes según el observador.

Luego nos hacemos adultos y entendemos que crecer supone poner los pies en la tierra, no abrigar ilusiones y ser serios. Mientras más cruda es nuestra visión de la realidad, nos creemos más maduros y podríamos burlarnos de los que mantengan ese entusiasmo por la vida, en ocasiones se les insistirá para que eliminen esa “molesta” ilusión.

Mientras más amarga y pesimista sea nuestra conversación, nos creemos mejores conocedores de la realidad, estando en la línea de algunos filósofos existencialistas muy populares. La moda es perder las ilusiones.

Y así en la famosa anécdota de los dos obreros que trabajan en la construcción de un templo, mientras uno dice de forma llana, que está picando piedras, el otro picador de piedras dice con un brillo en los ojos: “estamos construyendo una catedral”. Los dos están diciendo la verdad, aunque una verdad de acuerdo a sus vivencias interiores. Cuando sientas que el mundo es un desastre sin esperanzas, trata de mirarte al espejo. Tus ojos determinan lo que ves.

El maestro dijo que tenemos que ser como niños para entrar al Reino (Mateo 18: 1-5),  obviamente no hablaba de la estatura ni la edad. Se refería al entusiasmo de vivir, a la personalidad simple sin doblez, la falta de rencor y prejuicios, la capacidad de confiar y el poder apreciar los detalles pequeños, no dejando de asombrarse ante el Mundo. En verdad, para entrar al Reino no tienes que esperar a morir.

Si alguien que trabaja mensajería en una motocicleta, le agrada sentir la caricia del viento en su rostro y se le antoja que es como si estuviera volando, hará el mismo trabajo que el mensajero que maldice su motocicleta por no poder tener un auto. Sin embargo,  a la noche, uno de los dos habrá tenido un día feliz y el otro no. En alguna parte de tu psiquis, sigue vivo tu niño interior, puede estar encerrado y resignado, cuando lo encuentres y le permitas salir a jugar, tu vida será muy diferente.

Serás y actuarás, según tu autoimagen. Mientras más reconozcas tus valores, mejor capacidad tendrás para una buena existencia, en todos los sentidos.

Tu propio cuerpo funciona de forma diferente cuando una ilusión ilumina tu vida. Solamente piensa en las personas enamoradas. Lo mismo que ven todos los días, les resulta bellísimo, incluso las contrariedades les pueden resultar graciosas. Su sistema nervioso libera grandes cantidades de serotonina, oxitocina, dopamina, adrenalina, y todos sus órganos funcionan en sus mejores capacidades, siendo una experiencia incluso curativa. Los resultados no son equivalentes cuando la relación se vive como un intercambio de frotes para lograr una emisión de fluidos, con la menor compenetración posible.

Todas tus células están atentas a tus estados de ánimo y pocas cosas desencadenan mejores procesos psiconeurofisiológicos, que tus ilusiones. Piensa antes de decidir si prefieres ver al vaso medio vacío o medio lleno. Es lo mismo y también muy diferente.

La ilusión te permite revivir recuerdos con una grata sonrisa y ver el futuro con entusiasmo. Es tu mejor aliada para comenzar el día o cada determinada etapa de tu vida.

No, no permitas que te convenzan de que si ríes con facilidad, disfrutas con detalles insignificantes y prefieres creer que siempre hay esperanzas, no encajas entre los verdaderos adultos. El adulto maduro, sabe ser niño cuando puede serlo, adulto cuando debe serlo y no necesita demostrar nada para serlo. Ser feliz es una opción y un logro, no un defecto.