Prólogo a la obra “Trementina, clerén y bongó” de Julio González Herrera, reeditada por el Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña (ISFODOSU), Santo Domingo, 2018.
En las páginas de Trementina, clerén y bongó encontramos múltiples pasajes que ilustran el azaroso transcurrir del verdadero demente quien, en una suerte de isla navegante, definida por su autor como “manicomio modelo”, (sobre)vive las deshumanizantes condiciones a las que la sociedad (y el régimen) le han condenado. Se trata de un laboratorio espejo de la comunidad nacional donde prohibiciones y coerciones de toda naturaleza persiguen imponer una única verdad: la del dictador y su “modernismo” que no es más que su propia versión caribeña del más despiadado fascismo: “(…) Los idiotas, como Niquito, parecían espectros o sonámbulos i caminaban lentamente i como en éxtasis. Solo podían coordinar pocas palabras disparatadas i no atendían sino a los reclamos más imperiosos de la naturaleza: comer y defecar. Comían no solo los alimentos que les eran llevados, sino todo lo que encontraban, desde un fruto verde, hasta el propio excremento. Reían con una risa lenta, como si unos hilillos desde las orejas halaran despacio los labios. Eran los parias del manicomio…”.
Julio González Herrera escribe esta novela durante su confinamiento en un hospital psiquiátrico ya que, tras cometer el desliz de criticar el régimen en una borrachera, fue declarado “desafecto” (y loco) a pesar de haber ejercido desde muy joven una fructífera carrera de servicio gubernamental y diplomático. Curiosamente, la crítica nacional ha dedicado muy poca atención a Trementina hecho que, según Norberto James, se explicaría, entre otras cosas, por su carácter propagandístico a favor de la dictadura, su marcado racismo y su apología al intervencionismo norteamericano. Ha sido precisamente James, en el ensayo Denuncia y complicidad, parte de su tesis doctoral, quien ha desglosado la obra que nos ocupa con el mayor rigor académico.
James propone que la crítica al régimen sugerida en Trementina, clerén y bongó “no parecería estar guiada por deseos de cambiar el orden despótico sino más bien por un sentimiento individual de contraataque a sectores muy específicos de las esferas del poder; quizá por eso termina resaltando esa propaganda anti haitiana que armoniza tan bien con la ideología del régimen”. No obstante, el autor reconoce la importancia de estudiar esta y las demás novelas aquí mencionadas a fin de obtener una visión cabal de la tradición a la que pertenecen y desde la cual surge posteriormente una ruptura con la publicación de El buen ladrón (1961) y La vida no tiene nombre (1965), ambas de la autoría de Marcio Veloz Maggiolo.
La trementina, el clerén y el bongó son los aditamentos que simbolizan la receta del dolor humano ―el provocado―, los alucinógenos que le anestesian, como al autor mismo, dada su conocida afición alcohólica por aquel derivado de la caña, y la africanidad isleña que para unos cuantos podría ser fiesta y para muchos otros, como Rodolfo, motivo de rechazo al ella representar la negación de la cultura hispánica que tanto propulsó el mulato dictador.
La trementina, derivado extraído de ciertos pinos nobles, constituyó por mucho tiempo una arcaica forma de tratamiento inyectado contra las crisis de agitación psicomotriz de los esquizofrénicos que perseguía lograr la calma del enfermo gracias al intenso dolor que provocaba y a la subsecuente necesidad de postración e inmovilidad. En esta obra adquiere un disfraz de tortura, de símbolo del sufrimiento infligido en pos de una presunta “curación” (control) de la desesperación psicótica y también del rechazo a la ignominia dictatorial.
No faltan en los capítulos de Trementina, clerén y bongó veladas pero atrevidas denuncias a la desigualdad material prevaleciente en la República Dominicana posterior al ciclón San Zenón en pleno apogeo trujillista: “Sus observaciones lo habían llevado a la conclusión de que los locos pertenecían a todas las clases sociales, desde las más elevadas, donde la locura, heredada o no, provenía seguramente de las excesivas preocupaciones, desgracias, disgustos, enfermedades i vicios inherentes a la riqueza, hasta las más humildes donde parecía originarse en el hambre i los sufrimientos que conlleva la miseria.” Por supuesto, había locos trujillistas y anti trujillistas; locos víctimas del trujillato y locos enardecidos por él, y hasta aquellos que, como Rodolfo, convenientemente, no eran tan locos.
El recurrente paralelo trazado por González Herrera entre la satrapía y las vivencias del manicomio protagonista de esta obra constituye quizás la mayor fortaleza metafórica en el planteamiento textual formal de Trementina, clerén y bongó. El siguiente párrafo habla por sí mismo: “En las comunidades normales las conspiraciones casi siempre fracasan porque sobre ellas se cierne implacablemente el fantasma de la traición: el conspirador venal que sabe que va a obtener el precio de su deslealtad, va donde el enemigo y vende su secreto. Esto no pasa en las comunidades de locos: ellos saben que no obtendrían recompensa alguna, sino el desprecio y las vejaciones de sus compañeros. Además, el ansia de libertad es tan grande en ellos que no cambiarían una problemática posibilidad de escapar por todo el oro del mundo”. ¿Se trata entonces de una crítica al estamento institucional hospitalario o acaso una denuncia solapada contra el régimen dictatorial?
Foucault afirmaba que la verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca. ¿Fue esta la motivación para que González Herrera declarara una “revolución de los locos”? Aquella denuncia representaría el estallido, la sacudida que en el mundo de los cuerdos ―la sociedad trujillista― aún no se gestaba; ante ella, ¿prefirió el malogrado autor “volverse el loco” o quizás, ser forzosamente un cómplice más? ¿Acaso nos encontramos entonces ante un verdadero desdoblamiento entre denuncia y complicidad como ha sugerido Norberto James?
Las respuestas a tales interrogantes de seguro no serán encontradas en las páginas de esta obra, mas no cabe duda de que su relectura crítica constituye una importantísima herramienta para la contextualización histórico-literaria del pensamiento nacional prevalente durante aquella oscura etapa gracias a esta elegantísima reedición aparecida en momentos donde muchos de sus desafíos temáticos continúan vivos en el quehacer intelectual de la nación dominicana.
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