La cohesión verbal de un poemario como Idioma de las furias, de Adrián Javier, la encontramos en los ejes de significación del muestrario y la conjunción de elementos y elementos que marcan la textualidad de las formas poéticas y su inscripción expresiva de su espacio-tiempo épico-lírico, siendo así que el poema se “habla” y se busca en su fluencia verbal: periódico, flor, poema, cruz, anillo, calle, fuego, radio, columpio, frontera, paisaje, yola, lenguaje, política, libro, palabra, diccionario, solar, ola, barrio, rama, tampón, zapato, arena, closet, cuna, techo, publicidad, poeta, vocal, circular y otros signos, se estiman como una organización percepto-sensible de un espacio ocular, ocurrente, especular, enunciado como figura-ley de un mundo escrito, textualizado como imago y anima de las cosas.
En el centro de esta polivocalidad poética encontramos la cualidad mágica de cada tema en una travesía onírica y maravillosa intuida como producto y como proceso. En el centro de dicho universo fantasmàtico. El mismo se extiende a una esfera del lenguaje poético y a una escatología en cuyos tramados podemos advertir el panteísmo que ordena y asume el poeta desde la conversión de la mirada y el hechizo. La insaciable mirada del poeta apoyado en los signos de una profanación del arco significante, se revela desde una hierofanía marcada por sus imágenes y símbolos arcanos.
Como en la tipología y el mundo barroco de Filippo Piccinelli (1653), nuestro poeta acoge toda una teratología poética donde el espaciamiento creado por entidades mágicas facilita todo un conjunto significativo escenificado por los Cualia y los Verba dicendi propios del poema, tal y como podemos observar en la secuenciación siguiente de sus disjecta membra: juguete, mano, álbum, letra, disco, ojo, fuego fijo, luna roja, delirio, prójimo, grima líquida, retrato del agua, aurora, noche, prófugo, rosa, viento, boca lumbrada, testimonio, escritura, oración, día encontrado… y otras posibilidades del idioma furioso y venturoso.
Así es como Idioma de las furias recompone todo un imaginario espectral unificado como diégesis, historia y heteroglosia; como taxonomía y biometría imaginaria donde los tópicos narran sus propias travesías y acciones anómalas convertidas en imágenes urbanas y fronterizas. No es otra la razón de estos cuerpos y estos arqueados de la sinrazón. Toda una ontología de la visión desacralizante, organiza un trazado escópico de la imaginación poética.
En efecto, encontramos en dicho libro toda una tejedura ocultada y desocultada en la trama de lo vital y no aparente, constituida como orbe y órbita, sentido de lo cotidiano y reconocimiento, tal y como se hace observar en el poema “La Luz”:
“Como si naciera en la nada/ninguno reconoce mi oficio de velar/por el alma de las cosas/pareciera que soy intangible/más soy la luz/socorro lo perpetuo/haciéndolo cotidiano/soy la que devela el misterio de la autoconmiseraciòn/la que delata lo deforme /y abreva enorme en la ceniza/acudo y soy ante el hombre/para acercar su inmenso a la belleza/me extraña un irascible ulular/cuando es noche el extravío/estoy hecha de incienso/soy la vestido de tránsfugas” (p. 41).
Ocurrencia y fervor de la luz ayudan a la definición de lo luminoso y sobre todo de la luz como fenómeno estético-visual y como actuante poético-narrativo, todo lo cual invita a posicionar intencionalidades de lecturas en los diferentes planos de lo real y lo imaginario. La “seidad” del poeta en el poema aspira a ser “socorro perpetuo”, “misterio de la autoconmiseraciòn”, siendo el poeta “La vestido de tránsfugas”.(Op. cit. p.41).
Toda una fenomenología del sujeto cotidiano y de lo cotidiano-maravilloso se encuentra en la crisis de este signo-texto, al momento de integrarse como tejido, huella y trama de lo poético. La voz que dice, es la voz del encuentro y el desencuentro, de la posibilidad de los seres y las cosas, de la alteridad y los caminos visibles del lenguaje. Pero para ello aparece el cuerpo, el recipiente y continente de las cuitas y los actos fundadores:
“el viento es el vestido de la voz/la voz es el anagrama del oído/el oído es la música de la mano/la mano es el agua de la brisa/la mirada y la risa son su acto” (I, vid. p. 47)
Pero el poeta se desnuda ante la mirada y así articula el acto sacro-profano donde el cuerpo legitima la presencia:
“Inmediata la belleza/acude la mano/la mañana cubre su acto/para que sea el rocío/dispone el ser su vicio/como oficio de intemperie/para que las cosas muestren al mundo/el no de sus formas/la mirada” (II, pp. 47-48)
La mirada como conciencia líquida de la emoción activa el centro de este cuerpo que confuta el sentido de las cosas y la risa irónica del otro. Así:
“el ser/ajeno/su vicio dispone/como Impropio Humo de Flor/para que de noche/talada/acuda la belleza/y describe lo ardoroso con su mano el amor/para que el hombre/encubra con la risa lo formal de las cosas/la mirada/conciencia líquida de la emoción” (III, p. 48)
Así pues, todo un tramado de cosas, signos y fuerzas ateridas al ojo, propicia una actitud sentiente, movilizadora de flujos y proyectos donde el orden se convierte en contraorden, fuerza donde el intersticio enuncia forma en movimiento y combate imaginario en el sendero de las entidades:
“sólo a los vivos importan los espacios/que este cuadro vaya aquí/o allá/o este mueble allá/y aquí/ las cortinas/o la lámpara/ en el mundo de los muertos/no existen las ventanas/la eternidad guarda en el agua su procacidad” (p. 49).
¿Cuál es ese mundo de los muertos? ¿Cuál es esa lámpara que sale de los borde y reborde de un cuadro fijado por el tiempo de la duda y la palabra?