Es un axioma en antropología cultural que la identidad se forja en la interacción sociocultural. La representación que nos hacemos de nosotros mismos depende del grupo; en otras palabras, la identidad personal es posible porque previamente existe un nosotros al que nos integramos y con el que nos identificamos y, al mismo tiempo, permite diferenciarnos de los demás individuos que componen el grupo social. Estos procesos de integración, identificación y diferenciación ocurren simultáneamente en el marco de la experiencia y la producción cultural de los pueblos.
Bajo este juego de relaciones dialécticas entre el individuo y el grupo, surge la inevitable pregunta por la libertad individual ya que en la modernidad la identificación personal coincide con la idea de libertad. A medida que nos identificamos como sujetos autónomos es clara señal de que efectuamos nuestra libertad, pero esta identificación no es posible sin el sentimiento de integración al grupo y sin la diferenciación como individuo de los demás miembros del conglomerado. Es más, la idea de libertad es la conquista de la identidad individual.
Eric Fromm señaló con acierto la individuación como un proceso de separación que ocurre paulatinamente desde el nacimiento hasta la edad adulta. La diferenciación del hijo respecto a la madre se da como ruptura y a medida en que esta se hace más consciente la identidad del individuo va floreciendo de cara al mundo. El miedo a la libertad es provocado por la sensación de soledad que experimenta el individuo separado de la familia de cara al mundo. Este ejemplo resulta paradigmático no solo para mostrar la relación intrínseca entre libertad e identidad, sino que también permite señalar la necesidad de la cultura en la configuración de la identidad.
El individuo que se va configuración como un ser autónomo, que ha roto el cordón umbilical y se enfrenta al mundo con sus problemas y sus posibilidades, se afirma a sí mismo a partir de las mediaciones culturales que ha asimilado del medio en que vive. Las representaciones culturales del grupo permiten construir una representación de sí mismo que en el mejor de los casos debemos entenderla como una expresión de la libertad individual. Las representaciones culturales del grupo no determinan mi autopresentación, tan solo la posibilitan.
Sin la cultura no adopto los esquemas mentales que permiten la comprensión de sí. Aquí radica la importancia de la educación, de la instrucción escolar y de la lectura. Por ejemplo, la literatura es un gran depósito de esquemas culturales para la comprensión de sí, de ahí que el individuo que lee poco, se conoce poco. El dominio de las pasiones surge primero como un experimento imaginativo posibilitado por la obra de arte en sentido general. Igualmente, las posibilidades de acciones creativas y éticas se dan en el dominio de la ficción antes que en la vida práctica de los sujetos. Esta es la razón que ha permitido a la humanidad producir y conservar imaginativamente los mundos posibles de la literatura.
La relación entre la identidad, la libertad y la cultura no está exenta de cierta ambigüedad ya que puede ser vehículo de alienación cuando intereses creados por grupos de poder modelan ciertos patrones culturales que, por repetición y sobreexposición, se constituyen en los modelos hegemónicos de interpretación de sí. Estos modelos hegemónicos encuentran en las instituciones de socialización y en los medios de comunicación reproductores conscientes e inconscientes de estos esquemas. En la medida en que el individuo solo repite estos esquemas interpretativos, es un individuo enajenado, sin libertad.
La libertad es la conquista más genuina en la determinación de sí. Muchas de nuestras respuestas irracionales están motivadas por esta falta de autenticidad de sí, por no conocernos mejor no sabemos de lo que somos capaces y de lo que no. El origen del mal está en esta inautenticidad en la comprensión de sí, en esta carencia radical de significación propia. Allí es cuando la conquista del poder por medios pocos éticos, la acumulación de riquezas por medios ilegítimos y la usurpación de la voluntad general en provechos de consorcios particulares se hacen evidentes como experiencias de vidas inauténticas y, por tanto, poco éticas.
La comprensión ética de sí es conjugar libertad, identidad y cultura.