Si revisamos la bibliografía dominicana en Ciencias Sociales, el gran tema ha sido la identidad nacional. En el cúmulo de artículos y libros, la conclusión ha sido esta: la identidad cultural dominicana se ha edificado fragmentariamente y sobre esta manera de encararnos a nosotros mismos bajo la pregunta fundamental del qué somos el ocultamiento de una parte central de nosotros mismos ha sido constante. En definitiva, no sabemos bien lo que somos y lo que decimos que somos es bajo el ocultamiento de lo que en realidad somos.

La oración anterior parece un trabalenguas filosófico, pero no lo es. Es la manera más sintética en la que puedo expresar, de forma clara y precisa, lo que hemos sido o, al menos, pensamos que hemos sido. Debajo de este galimatías de identidades que hemos padecido, o nos hemos mirado a nosotros mismos, está nuestra propia historia, por tanto, la convicción de que bajo la égida de los acontecimientos históricos descansa nuestra interpretación de sí.

Esta interpretación de la identidad cultural fundamentada en una búsqueda incesante del posicionamiento eugenésico de los pueblos se establece en el principio antropológico de la alteridad. Esto es, solo por la mediación de lo otro, de lo extraño, hago consciencia de mí, de lo propio.  En este sentido hay una dialéctica entre lo propio y lo extraño que resulta en una síntesis integradora de lo uno y los otros, como antecedentes necesarios, en lo nuestro, como conclusión feliz o infeliz del devenir dialéctico. En el caso dominicano, esta síntesis integradora que podemos llamar de identidad nacional, a juzgar por la documentación actual, no ha sido feliz, sino infeliz en la medida en que una parte de lo propio y de los otros han sido ocultadas doblemente. Estas partes doblemente ocultadas de nuestra identidad tienen que ver con los aspectos africanos de nuestra herencia cultural y étnica, si es posible usar este último término hoy.

A juzgar por el principio de alteridad inherente a toda construcción de la identidad, bien sea colectiva o personal, el ocultamiento sistemático de una parte no minoritaria de la propia formación histórica y social, es edificar una mismidad bajo una ficción indigenista o de corte español. Esta mismidad del carácter social dominicano ha mostrado mayor afinidad entre “lo indio” y “lo español” en detrimento de lo “africano”. Digo “lo africano” porque en la objetivación histórica es sinónimo de exclusión, esclavitud, pobreza, irracionalidad, desenfreno e imposibilidad connatural para las cosas propias del hombre civilizado, que a la par, está personificado en el blanco cristiano, racional y moralmente pulcro.  Lo africano es la negritud.

La división entre lo culto y lo popular en nuestra cultura nacional está amparada sobre este dualismo excluyente social y culturalmente. Así hay una música culta, ligada al hombre europeo universal y una música popular expresión folclórica de las tradiciones culturales. Este tipo de divisiones excluyentes de lo uno y lo otro, es la que impera en el discurso identitario que se construye sobre elementos eugenésicos del pasado histórico. Este discurso es el mismo que traduce identidad como “lo mismo” en términos cuantitativos, olvidando otro sentido de la raíz latina “ídem” que es “lo permanente”. La identidad personal o colectiva su juega en la dialéctica entre lo mismo y lo permanente, entre la identidad como mismidad (identidad-idem) e identidad como permanencia de sí o identidad-ipse (Paul Ricoeur).

Esta última distinción, realizada por Paul Ricoeur, es tan importante para el principio de alteridad que una correcta interpretación de la identidad cultural o personal se construye sobre la dialéctica no solo entre la identidad-idem y la identidad-ipse, sino también entre el sí reflexivo y la alteridad de sí en su triple conjugación de alteridad del otro, del cuerpo y de la conciencia. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que en la identidad como mismidad el otro es un ajeno en donde lo extraño no posee una vinculación con lo propio; mientras que en la identidad-ipse hay una dialéctica necesaria entre lo propio y lo extraño de tal modo que una interpretación de sí no es posible sino es bajo la grilla de la alteridad.  Verse a sí mismo como otro es identidad en la alteridad.