El amor por el terruño a veces ciega y apasiona, esto es el chauvinismo. Somos y existe el mundo a partir de nosotros y es lo nuestro lo mejor de la bolita del mundo: las mejores playas, los mejores peloteros, las mujeres más hermosas, la comida más sabrosa del mundo, el merengue, el mejor ritmo del mundo o cuando no, el más pegajoso. Los paisajes nuestros, los más lindos y las ciudades las más acogedoras. Nuestra gente, la más simpática, y ahí seguimos enumerando superlativos hasta creernos superiores ante los demás y este chovinismo, si bien alimenta el orgullo de pertenencia, obnubila la razón, el buen juicio, la equidad y la justicia. No es lo mismo que nacionalismo, ni tampoco etnocentrismo, parientes sí.

En tal sentido es natural que el chovinismo levante la autoestima de los pueblos, el sentimiento de identidad y minimice algunas carencias y conflictos interiores de la identidad y la realidad social del país, sin embargo, el cuidado ha de venir cuando este sentimiento de exclusividad, se hace enfermizo, irracional e intolerante.

El problema no  es aceptar las hermosuras y grandezas nuestras, si no empequeñecer a los demás. No aceptar que otros también poseen bellezas, exclusividades, y grandezas. Este pensamiento crea una fijación mental de estrechez de miras y termina por disminuirnos como pueblo, obstaculiza una mirada diversa sobre los demás, nos centra como ombligo del mundo y…aunque nos levanta la autoestima, muy afligida por cierto, también nos eleva muy alto el ego, lo cual no necesariamente es sano, porque puede generar un orgullo distorsionado y enfermizo.

Estas reflexiones sobre la identidad implican una perspectiva distante del romanticismo con que se suele aceptar y asumir cuando se estudia con cierta sistematicidad entre investigadores y especialistas. Conflictiva sí, pero generadora de debates que contribuyan a reencontrar un pensamiento equilibrado que no omita la función que posee el chovinismo en pueblos históricamente invisibilizados.

Tenemos sin embargo cosas extraordinariamente bellas; paisajes, alegría de sus gentes, deportistas que nos enorgullecen, música de mucho contagio, y una naturaleza prodigiosa. Hombres y mujeres de trabajo. Una tierra abonada por su fertilidad. Todo lo cual no tiene que ser presentado en detrimento de otras sociedades que poseen valores, bellezas y grandezas iguales y hasta superior es en muchos casos, a la nuestra. Aceptarlo es de sabio, confrontarlo no nos aporta ni nos engrandece.

El chovinismo nos lleva sin quererlo a verlo todo color de rosa, claudica ante los errores nuestros y no permite reconocer del otro, sus posibilidades y potencialidades. A veces se entiende que ese chovinismo eleva el sentido de la dominicanidad, nos hace apegarnos a lo nuestro y reconocerlo como un valor agregado de nuestra cultura y sociedad, por tanto, cumple una función en lo que la sociología weberiana llamaba la cohesión social.

Lo extrañamente contradictorio es cómo es frecuente en nuestro país valorar lo que ya el otro, el extranjero, ha descubierto como una fortaleza. El dominicano, en muchos casos, siente con muy poco reconocimiento, un menos además por lo nuestro, que hace pensar que solo lo extranjera es bueno, esto contraviene el chovinismo que por reacción casi espontánea, le sale ante el extranjero.

Si bien el dominicano lo dice con orgullo y entusiasmo, no siempre lo siente igual. Prefiere hacer turismo fuera del país, antes de conocer a plenitud nuestras bellezas naturales. Conocer a Europa y EUA, antes de las islas del Caribe, es como un desdén por la región a la que pertenecemos. De Haití, ni decir…Pero es muy bueno conocer lo nuestro, valorarlo, protegerlo y distinguirlo para compararlo con otros y poder disfrutar la belleza de los otros, luego de admirar las nuestras.

Esas son las debilidades de nuestro chovinismo. De eso hablamos cuando lo relacionamos con la identidad, que presenta en su interior un conflicto de apropiación y de procedencia entre las herencias ancestrales responsables de nuestras estructuras mentales, la africana, la hispánica y de otras partes del mundo, además de la taina, presente aun en la memoria social dominicana y su cotidianidad.

El estudio del chovinismo dominicano es un interesante ejercicio para dialogar con los temas famélicos de nuestra identidad que se hacen presentes en el tratamiento de nuestro chovinismo que si bien expresa sentimiento de satisfacción hacia iconos naturales, sociales y culturales del país, al mismo tiempo refleja una centrífuga contradicción interior respecto a lo extranjero, por eso se ha hablado del complejo de guacanagarix referido como exagerada aceptación hacia lo extranjero por parte del dominicano. Todo ello nos mueve a una revisión crítica de eso que llamamos chovinismo dominicano e identidad.