-A pesar de todo, somos un pueblo bueno de corazón.

Todos asentían con cierto orgullo, pasando por alto ese “a pesar de todo” con el que yo, cargaba ya.

En una época de tantas carencias, muchas de ellas menos perceptibles de lo que se piensa, las personas deciden adoptar la indiferencia por modo, y la contemplación por ocupación.

Si a usted también le perturbó a primera instancia ese “a pesar de todo”, tengo para informarle que somos sólo unos pocos pares, pero somos suficientes. Siempre que haya al menos uno que defienda a rostro alzado sus ideales, será suficiente.

Vivir las sensaciones con propósito, y aferrarnos a una especie de epicureísmo, como manera de conocer al país dentro de nuestro país, y explorar la realidad que nos rodea, considerando que nos fuese dada como cierta otra realidad fuera de nuestras sensaciones.

No intento ser pesimista. El pesimismo me parece, aparte de una incomodidad y un estorbo, una exageración. No hay razón suficiente para serlo, nada provechoso se gana con ello. Pero en el intento de ser lo más objetiva posible, encuentro que ser demasiado positiva es una distracción que con ligeros descuidos, podrían desembocar en un estado de conformismo y pseudo-felicidad.

Si yo amo mi país, nunca estaré conforme con él. Todo lo contrario, sin dejar de admitir sus virtudes, seré su mejor y más fuerte crítica. Creeré en su potencial.

No intento ser pesimista. El pesimismo me parece, aparte de una incomodidad y un estorbo, una exageración. No hay razón suficiente para serlo, nada provechoso se gana con ello

Pero la indiferencia de un pueblo hacia su país, estimado lector, es algo de lo que el gobierno de turno nunca tendrá la culpa. Los grandes cambios en los países, son iniciativas ciudadanas, de personas con visión.

Confío que aún en la peor de las precariedades, las personas que utilicen su cerebro y al mismo tiempo su corazón, nunca serán desprovistas. Con la excepción de ser desprovistas de apoyo, como en nuestro caso.

Ante el presente panorama, si mi corazón pudiese pensar como mi cerebro, de seguro se detuviera.

La generación a la que pertenezco nació en pleno desazón moral, económico, político, sin mencionar metafísico y de pensamiento. Pero sólo nosotros mismos podemos hacer algo al respecto.

Ebrios de teorías preestablecidas, derroquemos esta indisciplina a nivel cultural, que no puede hacernos otra cosa sino víctimas del desasosiego. Brindemos a nuestras futuras generaciones algo de lo que estamos desprovistos: un reflejo de solidez en el pasado. Despertemos a un país ávido de novedades.

O por lo menos, despertemos y punto. Para empezar.