Qué gran verdad el cuento aquel de que si uno tuviera que seleccionar el  país para estar en el infierno, ninguno mejor que esta curiosa república nuestra de cada día, por aquello de que si los demonios nos quisieran aplicar unos corrientazos como castigo a nuestras imperdonables penas terrenales, no se podrían llevar a cabo por los constantes y largos apagones, si decidieran entonces asarnos  a fuego lento para sufrir mucho más, tampoco sería posible porque el carbón y la leña los habrían contrabandeado para Haití, si eligieran meternos repetidamente la cabeza en tinacos de agua para medio asfixiarnos, una sequía pertinaz  o una fuga en las tuberías del averno lo habrían impedido, y si al fallar todos los métodos anteriores, recurrieran al soez método de sacar de un albañal un cubo de excrementos humanos para echárnoslos por  encima, seguro que nos libraríamos también… porque se habrían robado la soga o el cubo, o ambos.

De igual manera, si tuviéramos que elegir un país para escapar de una condena larga, pongamos veinte años, seleccionaríamos la República Dominicana sin dudarlo un segundo. Y no es porque sea el único país donde los condenados puedan huir o librarse de estar entre rejas, esto lo hacen muchos reos hábiles en los fortificados y controlados penales de los  Estados Unidos,  en las prisiones supervigiladas de Colombia, en las atestadas prisiones de Brasil, Honduras, El Salvador  o Venezuela, y en prácticamente todos los lugares del mundo donde haya jueces, fiscales  y vigilantes débiles, y cantidades de dinero en juego, fuertes.  Lo haríamos sobre todo por lo fácil y divertido con que se podría dejar el país.

Aquí no habría  que hacer largos túneles de kilómetro y medio, con luz y ventilación incluidos, como en México, para escapar a toda velocidad montado en motocicleta, con lo trabajoso y caro que sale este tipo de fugas. Ni realizar aparatosas operaciones de rescate con comandos bien entrenados, helicópteros y carros espectaculares, perseguidos por cientos de policías  con sus luces y sirenas, como en las películas gringas. Bastaría con hacer venir algúnpolítico amigo influyente de fuera, concertar alguna que otra reunión previa con las personas adecuadas, quedar en régimen de libertad vigilada o medida similar, cosa de lo más sencillo, que permita pasear por las calles con todo el desparpajo que uno desee.

Después, un día cualquiera se acerca a una linda playa, se toma un relajante baño en tibias aguas azules mientras se bebe unas piñas coladas de despedida junto a unas preciosas mulatas, se sube tranquilamente  a un yate, y cuando estemos a unas millas de la costa, ya podremos gritar algo así como ¡Adieu…pedejos! ahí les dejamos mucho tema para hablar, una operación simple, casi de risa, para criticar, y un montón de descrédito  local e internacional para soportar. Fíjense si la cosa es fácil por estos patios, pues aquí la gente es tan buena, ingenua e inocente, que hasta los demonios comulgan los domingos, y ostentan el grado de angelitos rojos de alas blancas.

Además, al volver a nuestro país de origen, tan desarrollado, se podría hacer una campaña bien orquestada de prensa alegando que nos rescataron de una inhumana cárcel tropical , como en la que estuvo el personaje escapista francés de la famosa  novela Papillon, donde es el único lugar de esa isla semisalvaje -la nuestra- que nunca faltan la electricidad, el carbón, el agua, las sogas y los cubos para fines tan dolorosos como inconfesables (en  esto habría que darles un tanto o bastante de razón). Así, seríamos recibidos como héroes, “los rescatados de las garras del infierno verde” dirían las noticias  – excelente título para una futura y rentable novela o película- y sometidos a una justicia mucho más leve para el delito del  trasiego de polvo blanco y afines, y gozar asimismo de la influencia de un sindicato de pares profesionales, cuya dudosa moral acepta violar la soberanía de una nación, pasarse por debajo de la cintura sus leyes e instituciones, por mantener su universalmente  famoso “esprit de corps”. Total, cerca de una tonelada de droga pura y dura no es tan malo…sobre todo cuando hay decenas de millones de euros en el aire. Y a cada rato.