Uno de los políticos más influyentes en la historia del último siglo en nuestro país es sin dudas el Dr. Joaquín Balaguer, siendo esto un mérito compartido con el Prof. Juan Bosch. Su personalidad pragmática, matizada por un halo de misterio, hizo al estadista adaptarse a las épocas que le tocó vivir sin que le perjudicase las diferentes condiciones que caracterizó a cada una de aquellas etapas. A lo largo de toda su vida el Dr. Balaguer mostró una personalidad flexible y de pensamiento veleidoso, siendo capaz de adaptarse a las peores condiciones de la dictadura así como a la sociedad democrática arribada años después de decapitado el régimen.
Sorprendentemente, el político se mostraba como un personaje sin pensamiento propio, pero con una tremenda capacidad de decir solo lo conveniente, como si se dejara arrastrar por las vanguardias del momento. En una época de oscurantismo político, donde toda la sociedad permaneció subyugada a un sistema de terror, el Dr. Joaquín Balaguer se mantuvo siempre a la altura de la situación escribiendo y pronunciando discursos en honor al dictador y colaborando eficientemente con aquel gobierno de acero. Ajusticiado el tirano, le correspondió pronunciar el panegírico que él mismo escribiera con la sensibilidad latente en la mayoría de sus poemas románticos, diciendo, entre otras cosas, lo siguiente:
“Su entusiasmo por las condecoraciones y su afición a los títulos y a todo lo que es pompa teatral en las implacables luchas del poder, no respondió en el fondo a un simple sentimiento de vanidad, como muchos creyeron, sino que fue uno de los recursos de que se valió este artista de la política, conocedor profundo de la psicología de las masas, para sugestionar las multitudes y para influir sobre la imaginación de los hombres con todo el prestigio de su fuerte y desconcertante personalidad.”
El político que enarbolaba loas a la gloria de Trujillo fue el mismo que en su obra “Memorias de un cortesano en la Era de Trujillo” fue quien calificó a su benefactor como un megalómano y enfermo sediento de alabanzas.
Otra evidencia de la concepción cambiante de aquel personaje es el hecho de haber llevado al panteón de los próceres dominicanos a Pedro Santana, primer presidente constitucional del país y verdugo de varios de los trinitarios. Lo desconcertante de la decisión no fue solamente el acto en sí y el discurso que a la sazón pronunciaría para justificar la hazaña, sino que aquel hombre fue el autor de una de las apologías más hermosas a Juan Pablo Duarte, donde en cuyas páginas se habla de Santana en términos vilipendiosos.
Su accionar como político fue igual de desconcertante y extraño, pues mientras perduró la dictadura trujillista fue uno de los colaboradores más eficientes de la misma; luego, durante las dos décadas posteriores al derrocamiento del régimen, actuó como un déspota ilustrado por excelencia, y en los últimos diez años de su gobierno se condujo como un político apegado a los valores democráticos de libertad y de respeto. Aquella característica tan peculiar hacía de Balaguer un personaje en apariencia enigmático, difícil de comprender y por lo tanto impredecible.
Fue galardonado con el título de Padre de la Democracia por el Congreso Nacional, pero al propio tiempo se hace responsable, ya sea por comisión o por omisión, de cientos de muertes de jóvenes dominicanos adversos a sus primeros 12 años de gobierno; fue el iniciador de la llamada Feria del Libro y autor de más de 50 obras literarias, sin embargo dejó un sistema educativo precario con niveles muy altos de analfabetismo en la población.
Su obra de gobierno es apreciable a través de las iniciativas de construcción de obras importantes que sentaron las bases de la fisonomía del país, no obstante fue descuidado aquello que debió servir de inspiración a tan fascinante obra: El ser humano. En 22 años de gobierno no fueron resueltos ningunos de los problemas propios de los países del tercer mundo, y habiendo sido él el principal administrador de la cosa pública por muchos años, se atrevió a decir en unas de sus campañas electorales que el “país era rico pero pobremente administrado”.
En definitiva, ¿Qué podemos decir de este hombre que dirigió el país por 22 años y que influyó en la política dominicana por algo más que un cuarto de siglo? Que se trató de un personaje pragmático más que enigmático, intelectual consumado y poseedor de un don oratorio portentoso. Desde su fallecimiento hasta ahora la historia no ha podido dar un veredicto acabado sobre su valor como político y como persona. No se puede aún calificar de bueno o de malo, de perverso o de benévolo; lo único que se puede decir es que su vida influyó poderosamente en la vida de todos los dominicanos.