Es penoso y vergonzoso, en pleno Siglo XXI escuchar los partidos políticos dominicanos, pidiendo a la Junta Central Electoral (JCE), variar la cuota femenina, que otorga mediante ley el 33 por ciento a la mujer,  en las boletas electorales. La cuota femenina continúa  desigual a la de los hombres, porque estos se niegan a cumplir este derecho, como en otros cuatrienios.

Es curioso, que todos los partidos políticos tengan conglomerados de mujeres aglutinadas, para ser utilizadas en las campañas, pero no toman en cuenta sus capacidades  profesionales. De igual forma, el liderazgo comunitario, a pesar  de  saber, que sin el voto duro y mayoritario de la mujer, nadie podría ganar unas elecciones en el país.

Según la JCE, para estas elecciones más de tres millones de mujeres está registrada para ejercer su derecho al  voto, es decir, que representan el 51 por ciento de los votantes que tendrá la decisión sobre quienes dirigirán los destinos del país a nivel nacional; si todas deciden empoderarse y ejercer su derecho al voto, conquistado hace mas de 70 años.

Es inadmisible, que ante este panorama, las mujeres sigan siendo discriminadas. Siempre detrás; sumisas y tratadas como ciudadanas de tercera categoría, por estos partidos androcéntrico; que les usan como “caña para el ingenio”.

Estos, no pueden argumentar  falta de capacidad de las mujeres, está demostrado que son mejores administradoras y menos corruptas. Representan el 62 por ciento de la población de estudiantes en las universidades; son mayoría en las organizaciones  comunitarias y gremiales, es decir, tabúes superados hace décadas.

Es urgente, nuestro país tiene que hacer una revisión de la ética en el sistema político electoral. Se está dejando arropar de la corrupción  en estos procesos; poniendo por encima de las consideraciones éticas y política, aptitudes perversas y desmedidas. Además, se veda la participación de la mujer, porque muchas no apoyarían corruptas  campañas electorales y tampoco, asumirían corruptela en un gobierno.

Estos políticos han asumido un discurso electorero, basado en la falta de oportunidades en todos los ámbitos, incluyendo el económico. Ven la exclusión como parte de la condición humana, como si los pobres y las mujeres no son parte de un efecto históricamente estructurado. Es bien sabido, que no habrá justicia social  e igualdad, si los cambios rápidos que está experimentando el mundo, no se sustentan bajo una plataforma de ética política, donde el hombre y la mujer; el negro y el blanco; el rico y el pobre, tengan las mismas oportunidades.

Es indudable, no se puede seguir permitiendo en el país, que las actuaciones políticas sigan ajenas a la moral y los buenos principios. Los valores éticos, no pueden seguir relegados al “mejor postor”. Lo principal, no debe ser ganar, sin importar a quien o quienes se aplasta. Hay que devolverle a la política su espíritu ético. Hay que crear las estructuras que posibiliten y permitan un apego a los valores democráticos. Asimismo, que asuma valores culturales del pueblo; verdaderos valores patrióticos, históricos y morales, que defiendan la vida y construya igualdad entre hombres y mujeres, en este mundo convulsionado.