A estas alturas ni quién se acuerde de las fiestas navideñas. Sólo las deudas, que más de uno sigue pagando (me incluyo) adquiridas a nombre del nefasto panzón, léase Santa Claus, quizás nos recuerden los lejanos días decembrinos.

Volvamos sin embargo a aquellos momentos. Es la tarde del viernes 23 de diciembre. Estamos en la ciudad de México. Después de sentirnos sardina en lata y, no sin pocos empujones, conseguimos dejar atrás ese monstruo llamado metro, por cuyas entrañas millones de seres se trasladan en la capital del caos.

Bajamos en la estación de Pino Suárez, a escasas cuadras del Zócalo, en pleno Centro Histórico, cuando advertimos algo inusual. En la explanada sobresale un escenario donde un tipo inunda de música el grisáceo ambiente. Se trata de Horacio Franco, uno de los mejores flautistas del mundo (si me apuran, diría que es el mejor) quien nos regala un concierto. La gente se ha olvidado de sus compras por hacer, de los amontonamientos recién sufridos en los vagones naranja, de lo caro que está todo y se pone a escuchar emocionada.

Horacio nació el 11 de octubre de 1963 en la ciudad de México. Gracias a que una compañera tocaba el piano en su escuela secundaria, descubre la música clásica. Sabedor de que su familia, de origen modesto, no podría costearle uno y, como si se tratara de un personaje Garcíamarqueciano, se fabrica un teclado de cartón para estudiar sus primeras lecciones. Más tarde, se encontrará casualmente con su vocación, la flauta, o como él prefiere decirlo: “como el burro que tocó la flauta”. Tan fácil le pareció tocarla que nunca más querrá hacer otra cosa.

Fue todo un pionero en lo que a la flauta de pico se refiere, pues cuando ingresa en el Conservatorio Nacional, ni siquiera estaba contemplado su estudio. Hoy casi cuarenta años después, él mismo dirige una cátedra preparando a las nuevas generaciones de flautistas.

En el concierto de Pino Suárez, Franco no se contentó con tocar a Bach o Corelli, también se aventaría uno que otro danzón y hasta canciones de los Beatles. Ese ha sido su estilo, interpretar con maestría temas de origen diverso: música barroca o prehispánica, clásica o popular. Lo acompañaba en el contrabajo su amigo Víctor Flores.

Además de talentoso, nuestro flautista ha sido intrépido. Cuando apenas era un adolescente se presentó ante Icilio Bredo, entonces director de la Orquesta de Cámara del Conservatorio, pidiéndole un lugar como solista. Antes de que al italiano le ganara la risa, el entonces imberbe Franco se puso a tocar. De este modo, habría de interpretar en el Palacio de Bellas Artes, el Concierto en La menor de Vivaldi para flauta de pico… apenas tenía trece años.

Posteriormente viajará a Ámsterdam para especializarse en el Sweelinck Conservatorium con los maestros Marijke Miessen y Walter van Hauwe, donde obtuvo el grado de “Solista cum laude”.

Franco no sólo ha derrochado su talento por los escenarios del mundo: Berlín, Buenos Aires, Nueva York, Londres… También le gusta tocar en sitios inusuales como jardines,  plazaso en medio del bullicio urbano como lo hizo antes de las navidades; igualmente gusta de llevar su música a las escuelas. Estos últimos los llama “conciertos didácticos”. Entre pieza y pieza narra su experiencia a los estudiantes y los incita a que confíen en ellos y a que conozcan sus propios talentos. Así, cada año visita una treintena de escuelas.

Asimismo, ha creado diversos grupos y ensambles, como el trío “Hotteterre” con el que participó en el Festival Cervantino de Guanajuato o en el Oregon Bach Festival. También fundó la “Capella Cervantina” mediante la cual ha difundido obras del México virreinal y ha interpretado piezas de compositores actuales. También fue director fundador de la “Orquesta Barroca Capella Puebla”, pues siempre ha sido un entusiasta defensor de esta música.

En 2013, el artista celebró 35 años de carrera. El Palacio de Bellas Artes agradeció el gesto genial de que interpretara, por primera vez en México, la versión completa de La Pasión según San Juan de Johann Sebastián Bach.

Por otro lado, uno diría que es alérgico a la etiqueta. Al verlo tocar advertimos que prefiere unos jeans, botas vaqueras, camisas entalladas y de colores vibrantes, como el sonido que sale de su flauta.

Esa misma rebeldía trasciende las corbatas y se manifiesta en su activismo político, en particular en la lucha por los derechos de las comunidades LGBT. El concierto navideño no fue la excepción, pues antes de concluir nos aconsejo que mejoremos como ciudadanos para tener un mejor país, al tiempo que guardaba su flauta de olivo y los aplausos de la fanaticada.