La victoria dominicana en el tercer clásico mundial de béisbol en el 2013, debió obligarnos a revisar la concepción que tenemos sobre la importancia de nuestros productos dentro y fuera del territorio nacional. Para economistas y empresarios, el cacao y el azúcar ostentan la distinción de representar lo que los expertos en mercadología denominan marca país. Pienso que se trata de una limitación discriminatoria e injusta, porque ninguno de ellos, ni siquiera el café, que adoro y consumo tanto a cualquier hora del día, ha hecho en tan poco tiempo tanto por el buen nombre de la República como esa despreciada musácea, cuyas hermosas y gigantescas hojas se mueven al compás del más leve soplo de viento en los campos y patios de lujosas mansiones.
Me refiero al plátano, símbolo del mayor triunfo obtenido por los dominicanos a nivel mundial en el deporte en el que se le considera una potencia verdadera y que en ausencia de él, casi llegamos al ridículo en los dos clásicos anteriores. La oportuna presencia del plátano que Fernando Rodney llevaba en cada partido en el bolsillo trasero del uniforme, como se carga un revólver, fue la brújula inspiradora del equipo, lo que ayudó a imprimirle a sus compañeros un entusiasmo pocas veces visto y unas ganas inmensas de victoria dignas de recordación.
En justa compensación por su contribución a esa gran victoria que el país tanto necesitaba para levantar el ánimo nacional, deberíamos considerar, a pesar del tiempo transcurrido, la realización de un simbólico homenaje a ese valioso aunque discriminado producto de nuestro suelo. Un rico hijo de la tierra menospreciado por décadas, por estimársele pródigo en “bruteínas”, lo cual ha resultado una falacia y una desconsideración que estamos obligados a desagraviar. Si yo fuera el Presidente, Dios me libre, lo declarara de inmediato una de tantas “fruta nacional”.