Toda la suma de cardinales del poema-memoria, el poema-raíz y el poema-horizonte de Pedro Mir, conduce al cuerpo sensible y legible del mundo histórico dominicano. Biografía y poesía son los ejes de un discurso intelectual asumido desde la dialéctica tradición-ruptura. Pero los signos que mediante documentos nos muestra Ramón Perdomo en un libro que se podrá convertir en una investigación sobre el poeta Pedro Mir, también suponen una translectura, y así, los dos textos compilados por Perdomo del hijo mayor de Pedro Mir, constituyen la biografía de una mirada; aquello que habla, evoca, interroga y escribe Hugo Fernando Mir Ramírez, quien abre un sentimiento que debemos conocer como parte de una vida desprendida, consurgente y proveniente. Se trata de En el Centenario de Poeta (1) y En el Centenario del Poeta (II) (pp. 71-89).

Ambos textos compilados por Perdomo, constituyen una visión de origen, la vox clamantis en un mundo que pelea con el olvido y que se abre a la memoria:

“Todo comienza con Pedro Celestino Mir Brugal, que llega a tierra dominicana acompañado de Don Juan Bautista Vicini, que lo trajo de Guantánamo, Cuba, a trabajar como mecánico en el ingenio Cristóbal Colón en el año 1910; Don Pipe, como se le conocía, al poco tiempo compró una casa en la calle Zayas Bazán de San Pedro de Macorís; en esa casa vivió con su primera esposa, Vicenta Valentín, mi abuela paterna, boricua que conoció aquí y con quien procreó tres hijos, Pedro Julio, Lilia Marina y Olga; luego de enviudar se casó y ocupó la casa junto a su esposa América Mendoza, también de Puerto Rico, mi abuela de crianza, con quien procreó nueve hijos, entre ellos Luis Emilio, Gloria María, Estela Alicia, Luz Margarita, y es cuando se inicia la historia de Hugo Fernando” (p. 72).

La forma confesional dicha y escrita por Hugo Fernando Mir, aún no queriendo ser biográfica, informa desde su memoria-recuerdo los signos del espacio familiar con detalles desconocidos e ignorados por algunas reseñas y ensayos escritos sobre el poeta:

“Debo confesar que de los cinco hijos del poeta fui el primero en nacer. Sucedió cuando mi padre estudiaba en la Universidad de Santo Domingo la carrera de derecho, profesión que ejerció durante un tiempo en Santo Domingo, en plena dictadura de Trujillo. Se recibió de abogado en el 1941 y su primer bufete lo estableció en la Calle Arzobispo Meriño No. 72 en la zona colonial, junto a su amigo y compañero de muchas luchas, el Dr. Tulio Arvelo a quien consideré un tío muy especial y un dominicano de una magnitud universal” (p. 73).

Según Hugo Fernando:

“Mi padre llevó una intensa vida en “Macorís del mar”, como solía llamar a su terruño; en su juventud apreciaba las letras y desde entonces escribía poemas y compartía una vida activa interesante. Sé de algunos amigos porque en la familia siempre me hablaban de ellos, y luego mi propio padre me contaba en nuestros encuentros semanales, de sus lazos de amistad en esa época de su vida. Yo llegué a conocer algunos en la medida que se me permitía con respeto y admiración a esa  personas importantes en la historia del poeta” (Ibídem.).

Lo que justamente se puede colegir de este libro publicado por Ramón Perdomo es que la historia literaria es también hija de la historia social y cultural de un pueblo, pero también (y eso se hace observable en todo el libro), de la historia privada de un autor.

El Pedro Mir de la época pre-exílica necesita ser conocido para que conecte con el Pedro Mir que vive en exilio y el postexilio.  El intelectual que surgió en un ambiente de cultura y familia mira desde su descendencia o proveniencia social y familiar. De ahí la importancia de este libro que, según entendemos, aporta datos documentales de interés que sugieren otra bio-graphia del poeta macorisano.

No debemos olvidar que las historias locales de los pueblos del país, permiten conocer y reconocer diversos  modos del vivir dominicano en su historia. Desde las voces mismas de la cultura encontraremos los cauces de vida y valoración del autor en texto y contexto.

“Era la época dorada de San Pedro de Macorís, y la flor de la juventud de él y sus amigos, en un Macorís impregnado de arte y amante de las letras. Mi madre Estela Ramírez –la pequeña- como amorosamente la llamaba, hija de Goyito Velázquez y la boricua Vicenta Ramírez, era parte de ese mundo artístico y emotivo. En su poema “Son las nubes de algodón” la veo retratada porque fue escrito para ella, donde menciona a nuestro Río Higuamo y se descubre la belleza de sus letras en ese amor que nos estremece y que conocí a orillas del puerto de Macorís. Ese amor que yo viví con ellos, y que en este presente son producto de ese amor”, (Mir Ramírez, en op. cit. p. 74).

El sueño revelador del mundo familiar en aquel Macorís de los años 30 y 40 permite, o le permite al hijo mayor del poeta, reconstruir, evocar el ambiente familiar anterior a la partida del poeta. El elemento psicosensible aflora en el tiempo del recordar:

“A veces sueño verlos tocar piano en la casa materna de la Calle Emilio Prud Homme, juntos a cuatro manos, ya que los dos dominaban técnicamente los sonidos del piano. Recuerdo con el entusiasmo que me contaba de mi tío Cristóbal Ramírez, que lo admiro mucho por su condición de bohemio y hombre de mundo, su don de gente, su elegancia y sus conocimientos de la sociedad y la delicadeza del vestir, además contaba con una apreciable cultura, lo mismo que con mi tío Ramón-Mons-Ramírez que como él era músico y esas tertulias estaban llenas de armonía y musicalidad” (pp. 74-75).

Los ritmos de la evocación y el relato se concentran en aquella historia de vida vista por su descendiente Mir Ramírez:

“Era la época de sus estudios secundarios y vivía en el Guano, en el Ingenio Colón a orillas de río Higuamo, viajaba diariamente al liceo y en ocasiones se quedaba en casa de unos amigos de la familia; así participaba de actividades poéticas y mantenía relaciones importantes en el mundo social” (Ibídem. Op. cit.).

Fue la época donde el poeta trabó amistad con don José Hazim y la entonces joven María Luisa Frappier y que fueron, según algunos testimonios, seres muy importantes para el poeta, en aquel Macorís enclavado en la producción azucarera y otros modos de vida que resonaban en el espíritu del entonces joven poeta. Era la época de sus estudios universitarios posteriores a los estudios de bachillerato.

Según nos dice Mir Ramírez:

“El poeta tuvo que viajar a la capital a (sic) sus estudios en la Universidad de Santo Domingo; era costumbre de la época, pues no había otra opción; si querías tener estudios superiores tenías que ir a Ciudad Trujillo que así se llamaba la capital. Se casó con su novia macorisana y se abrió la oportunidad de yo aparecer en la vida de dos seres que me concibieron con amor; de él tengo todavía en mi poder las cartas que me escribió y que conservé siempre, precisamente, por ese amor con el que fui engendrado, que titulo La cuna cerrada, Cartas a un bebé y que Tony Raful en su ejercicio como Secretario de Cultura ordenó su impresión en la Editora Nacional en el 2002” (pp. 76-77).

La cita anterior crea una imagen que invita a la indagación epocal de un autor. La visión y el movimiento emocional de un niño y un hombre adulto que viaja y hace suyo el recuerdo como materia de una memoria familiar, también tiene su valor para la psicohistoria y la imagen de vida-mundo del poeta.

Lo que dice y hace decir ésta voz a través de la memoria histórica de un sujeto situado en tres etapas de vida, surge como forma, confesión y presencia.

La importancia de este libro compilado por Ramón Perdomo se debe al situado de una vida y un espacio, lo que produce una vertiente de búsqueda sobre Pedro Mir en San Pedro de Macorís, justo en el momento en que celebramos el centenario de su natalicio.

Creo de lugar leer las voces actuales que hablan de Pedro Mir en su espacio provincial de origen. Se debe buscar más en aquel mundo para conocer desde la “prehistoria” del sujeto, los elementos claves que han dado lugar a la fortuna literaria del poeta.