A propósito de que últimamente se ha estado hablando mucho de reformas sobre cesantía, pensiones y seguridad social. Hasta marcha ha habido, quiero contarles una historia:

Mis padres vivieron en el Santo Cerro, La Vega. Trabajaban con los Jesuitas en el Seminario Menor. Allí el director era el Padre Wenceslao García, fallecido hace muchísimos años. Él tuvo la idea de fundar una emisora de radio, “Radio Santa María”, creo que la primera emisora católica. Para este proyecto contó con la colaboración de mis padres y de la señora Marina Miniño.

Cada vez que veo la celebración del aniversario de la fundación de dicha emisora, sonrío, porque nunca se han preocupado de averiguar cuál es el origen de ésta ni quiénes fueron los verdaderos fundadores de la misma. En mi investigación sobre el origen, vi que mencionan de una forma muy por arribita al Padre García, pero no me sorprende, porque en nuestro país, nadie investiga, a nadie se le da importancia, nadie se ocupa de saber cómo surgen las instituciones, ni a nadie le importa.

Del Santo Cerro se fueron a vivir a La Vega, porque existía un proyecto de trasladar un barrio que según decían, sus moradores eran temibles, una especie de delincuentes, “La Cigua”. Decidieron hacer un “borrón y cuenta nueva” y llevar parte de sus moradores a un sector nuevo, darles una oportunidad. Fue cuando  el Señor Porfirio de Los Santos, quien era inspector de Educación y conocía muy bien a mi madre, Elsa Rincón, le propuso dirigir la escuela, se contrató un caserón viejo, con dos aulas. Ese nuevo barrio fue llamado “Palmarito”, quedaba muy lejos del centro de la ciudad, pero que hoy está casi dentro de la misma.

Mi mamá tenía tres tandas, por la mañana un grupo, en la tarde otro y por la noche la tanda para adultos. Se hizo querer de todos los moradores.

Yo recuerdo verla caminar desde  la esquina formada por las calles Srtas. Villa con Padre Adolfo, sector en pleno centro de la ciudad, en el que vivíamos, hasta que se me perdía de la vista, era cuando entonces yo continuaba mi camino hasta el Colegio Inmaculada Concepción. Después de muchos años trabajando como maestra en Palmarito, pasó a dar clases en este colegio.

Luego de muchos años, nos mudamos a la Capital, aquí dio clases por mucho tiempo en un colegio católico, de monjas dominicanas,  hasta un día a comienzos del nuevo año escolar en que se presentó como siempre a trabajar y las monjas la recibieron con un “Este año usted no va a trabajar, porque queremos personal joven”, mi mamá dio la vuelta y tomó la calle El Conde. La impresión fue tan grande que perdió incluso la noción de dónde se encontraba. Una persona conocida le preguntó que para dónde iba, pues la notó perdida y la acompañó hasta nuestra casa que quedaba al otro lado del Parque Independencia, en la calle Leonor de Ovando, en el  Ensanche Lugo.

En los últimos veinte años mucha  gente se le acercó para decirle que le iban a gestionar una pensión, ella se ilusionaba, yo le decía que no creyera en lo que le estaban prometiendo, porque esas personas lo que estaban gestionando era su propia pensión y la metían a ella para llenar requisitos, o “hacer bulto”, en buen dominicano. Incluso, llegó a dar muchos viajes a la Secretaría de Educación, que en ese entonces era Secretaría y nunca recibió ayuda para encontrar documentación  que certificara que ella dio clases por muchísimos años en el sector público. Parece que un fantasma fue quien se encargó de esa escuela.

Dios la premió con sus tres hijas y sus nietos y nietas que la adoramos y nunca hemos permitido que le falte nada.

Con relación al seguro médico, siempre le pagué uno privado, pero un día nos comunicaron que el seguro quebró y aquí  no tenemos protección médica para envejecientes. Es triste saber que cuando más se necesita un servicio, no se pueda contar con éste.

En el pasado mes de abril mi madre cumplió 97 años, con su mente lúcida. Con ella puedo recordar todas las cosas pasadas, anécdotas, canciones, política, situaciones y comentar las noticias diarias. Incluso, para tomar decisiones le pido primero su parecer. Es el mejor regalo que Dios me ha dado, junto a mis hijos y nietos.

De ella recibí el amor por escribir, pues era la que hacía las décimas, poemas y escritos jocosos sobre las reuniones familiares. Ella proviene de una familia súper numerosa y de igual forma hemos crecido los primos, somos muchísimos,  pero  mantenemos una excelente y cercana relación. Ella se encargaba de hacer las crónicas de las fiestas, que siempre se hacían para el aniversario de bodas de nuestros abuelos. Allí nos reuníamos toda la familia, llegábamos de nuestros pueblos los que no vivíamos allí, en Cotuí. Formábamos coros y muchos que tocaban diversos instrumentos hacían gala de los mismos.

Es lamentable que personas que han dado su vida a los demás, como lo hizo mi madre, enseñando, alfabetizando,  cumpliendo con su deber, lleguen a esa edad sin ningún tipo de protección, ni de medicina segura, ni de un digno retiro, que no sea el proporcionado por sus hijas y nietos, que se encarguen de hacerle tener una vida digna y decorosa.

Feliz día a todas las madres abnegadas, trabajadoras, amorosas y sacrificadas.