Ella quiere un gran amante, un compañero y un cómplice. Un hombre que ría junto a ella, que la abrace si quiere llorar. Uno que se ponga a fregar los trastos a su lado y que la acompañe tanto a hacer el mercado como al cine. Un hombre para presumir de orgullo frente a las amistades, porque lo admira tanto, que quiere exhibirse junto él frente a los suyos. Un hombre que esté a su lado para amarlo y admirarlo, para discutir de ciencia, política, arte y tonterías. No obstante, lo más esencial para encontrar en un hombre, sobre todo para aquellas mujeres que ya maduraron lo suficiente como para saber qué quieren y qué no, es compañía y complicidad.
Hay muchos caballeros por ahí con algunas de estas calidades, incluso los hay con todo lo anterior, y ¡hasta más! El tema es que a veces ni lo saben. Están desconectados de su esencia masculina sensible, porque sencillamente nuestros hombres no fueron educados desde ni para la sensibilidad. No se trata solo de un asunto biológico, si nos vamos al tema de la progesterona y la testosterona. La biología no nos engaña, somos distintos, pero igual hay factores de cultura y educación que determinan el accionar de algunos hombres a la hora de emparejarse, y que terminan distanciando nuestras igualdades. Hay tanto hombre sensible por ahí, repletos de sentimientos, con los mismos temores a la soledad que albergan muchas mujeres. Con miedo al rechazo, a ser criticados, a no satisfacer expectativas. En fin, que muchos de ellos olvidan conectar con el ser femenino que llevan dentro, porque, entre la educación y la cultura, no aprendieron a hacerlo. Quizá esto explique que algunos busquen inconscientemente a sus madres en sus parejas, pues buscan retornar a la parcela de ternura y amor que les fue arrebatada en la infancia, cuando dejaron de ser niños y el mundo empezó a demandarles que se vuelvan hombrecitos.
A algunas mujeres les pasa eso también, aunque el proceso y las razones pueden ser distintas. Muchas mujeres, por pura soledad, se han visto obligadas a ser su propio soporte, y en muchos casos, el de la prole. Se han vuelto expertas en resolver y proveer. No se permiten el lujo de la sensibilidad y la feminidad, pues viven en una sociedad muy competitiva y que las juzga, donde ser mujer es, aparte de complicado, un reto. Esto ocurre con mujeres divorciadas que están solas y madres que son tutoras únicas de sus hijos; inclusive, puede que pase con aquellas que viven en pareja. Estas mujeres viven más en contacto con su lado masculino y a veces les resulta muy complicado el ritual del cortejo, pues en el camino perdieron la práctica. Esto las vuelve defensivas y suspicaces.
Leí por ahí que el amor es femenino, porque despierta en quien lo siente aspectos netamente femeninos, como la dulzura, la sensibilidad, la ternura, la empatía, y más. Pienso que el amor es sencillamente humano. No se trata de que las mujeres amen mejor o más que el hombre. No. El tema pasa por otro lado. Tanto hombre como mujer llevan en su ser lo masculino y lo femenino, y ambos roles son igual de vitales para la convivencia y la existencia. Los problemas vienen derivados por la educación y la cultura. Y muchas veces, el hombre se sorprende de sí mismo cuando se descubre amoroso, delicado, sensible, femenino. No siempre sabe qué hacer con ese lado, porque no fue educado para ello. Es menester de la mujer, ayudar a su compañero en su reconocimiento, en su renacer. Es una tarea de dos, de ahí que la complicidad en el amor de pareja sea tan vital.
Del mismo modo, la mujer debe aprender a no asustarse de un hombre sensible, de uno que llora, que tiene miedo, que se siente solo y que necesita hablar. La mujer también ha sido víctima, junto al hombre, del falso estereotipo de lo masculino, y así como la mujer es convertida en objeto sexual, el hombre está catapultado a un rol de poderío y fortaleza que más que ayudarle, lo puede poner en aprietos.
Va siendo hora de un serio replanteamiento educativo en el hogar, uno que ayude a cada uno, hombre y mujer, desde la infancia, a abrazar y explorar las maravillosas diferencias y similitudes que nos distinguen y nos agrupan. Ya tenemos frente a nosotros un tiempo que así lo demanda, y el reto está en quienes estamos educando. Solo puedo concluir que el amor es el gran reto de nuestro tiempo, lo que nos permitirá abordar de la mejor manera posible el presente que tenemos y el futuro que se acerca.