“No me asombra la existencia de hombres malvados, pero siempre me aterra saber que hay quienes no sienten vergüenza.” – Jonathan Swift
La vergüenza es propia de homo sapiens, pero la capacidad de sentirse deshonrado por sus propias acciones inapropiadas se desarrolla relativamente tarde- generalmente a partir de los dos años de edad- como parte del proceso de socialización en el hogar, reforzándose luego en la escuela y la comunidad. Es un elemento integral de la formación humana en todas las sociedades conocidas, según Charles Darwin. Idealmente se cultiva el temor a la deshonra por incumplir con las expectativas como freno al mal obrar y estímulo para esforzarse al máximo en todo lo que hacemos. El equilibrio es fundamental pues errar es humano, y un simple error reconocido como tal por su autor no debe provocar vergüenza sino renovado empeño por rectificar. En ese sentido Alexander Pope acertó al escribir que: “Uno no debe avergonzarse al admitir que ha errado, pues es igual a decir que hoy es más sabio que ayer.” Vergüenza debemos sentir si menospreciamos la oportunidad para reconocer nuestra falla, y repetimos la acción sin enmendar. Sentir vergüenza en las circunstancias oportunas nos enaltece como persona, pero es contraproducente ser en extremo vergonzoso pues puede inhibir la iniciativa y el empuje para tomar decisiones y accionar responsablemente. No sentir vergüenza bajo ninguna circunstancia es prácticamente inhumano, y ciertamente muy peligroso, pues deja al individuo expuesto a cometer nuevas fechorías sin remordimiento. El hombre que no siente vergüenza bajo ninguna circunstancia es más que malvado, porque la mayor vergüenza es no tener vergüenza.
La persona que exhibe total falta de vergüenza no suele escalar a la cima del liderazgo, precisamente porque en el camino aterroriza a las personas que reconocen su desfachatez. Engaña a algunas personas, en ocasiones alcanzando notoriedad entre los incautos, pero no convence a la mayoría de sus conciudadanos que van descubriendo la sinvergüencería manifiesta en su accionar. Por eso el caso de Donald Trump es singular, pues exhibiendo su falta de vergüenza con orgullo y pomposidad, es hoy el presidente electo de la nación más poderosa del planeta. El asombro del mundo es sobre todo al ver el apoyo obtenido por el candidato caricatura del sinvergüenza, que a pesar de su clara desfachatez, obtuvo casi la mitad de los votos emitidos en las elecciones federales de 2016, desmintiendo a prácticamente todas las encuestas.
Si durante la campaña electoral Trump hizo gala de su desvergüenza mintiendo y desmintiéndose con frecuencia alarmante, no ha cesado de hacerlo en su calidad de presidente electo durante la transición de gobierno. Después de pasar seis años peleando la demanda colectiva de clientes de la mal llamada “Trump University”- otra de las muchas estafas empresariales del sinvergüenza por excelencia- Trump ha llegado a un acuerdo transaccional para indemnizar con 25 millones de dólares a los reclamantes, sin admitir culpa ni mostrar remordimiento y mucho menos pedir perdón y prometer enmendar sus acciones. Todo lo contrario, sigue jactándose de la calidad de su clausurado negocio “educativo” (dijo estar pensando reiniciar la academia fraudulenta próximamente). Poco después de atacar durante la campaña a uno de los jueces actuantes por supuestamente estar prejuiciado contra él, Trump decide desembarazarse del creciente problema legal comprando su salida del embrollo. Todavía hoy insiste en que puede ganar el caso pero que su deber patriótico de prepararse para gobernar ha motivado su capitulación económica sin conceder la derrota. Trump no solo carece de vergüenza y remordimiento, sino que tampoco tiene la decencia de aceptar la derrota con gallardía, como ha dejado claro en cada etapa de su carrera. Durante la campaña electoral incluso amenazó repetidas veces con no aceptar el resultado del sufragio en caso de resultarle adverso. Trump es siempre vencedor o víctima, nunca el derrotado en buena lid. Otros sienten vergüenza ajena por él, incluso los residentes del otrora condominio “Trump Place” en Manhattan, pues han preferido cambiar el nombre de su residencial para alejarse de su figura.
Para los que aún esperan el milagro de la transformación de Trump en “Mensch”*, recordamos que la capacidad de sentir vergüenza se desarrolla relativamente tarde en la infancia a partir de los dos años. Trump ha llegado a los setenta años de vida y a la antesala de la Casa Blanca sin este adorno de la humanidad. Como a Jonathan Swift, nos aterra pensar que un hombre con tanto poder es incapaz de sentir vergüenza, y que estando conscientes de ese hecho tantas personas aceptan sus resabios y malcriadezas y le dan su apoyo para que siga adelante con su peculiar forma de actuar, ahora presidiendo el poder ejecutivo de Estados Unidos de América.
*”Mentsh” es un término yiddish procedente del alemán (Mensch=ser humano). En Estados Unidos “Mensch” significa una persona muy buena, muy humana, de alta integridad y honor, sin importar rango ni procedencia. Seguro que para Trump un “Mensch” es simplemente un despreciable perdedor (“loser”).