Dedicado al colega Ing. Agrón. Próspero Jiménez Castillo.
Una pregunta de tanta trascendencia como la escogida por título de este trabajo, solamente podía suscitarse en la mente de un hombre de excepción como lo fue el apóstol de la independencia de Cuba el escritor y poeta José Martí, y desde que tuvimos conocimiento de la misma hemos tratado de buscarle una repuesta adecuada constituyendo desde hace un buen tiempo un desafío que no me concede ningún respiro.
Recientemente ofrecí en Santiago una charla sobre un tema totalmente ajeno a la interrogante en cuestión, pero en la sesión de preguntas y respuestas la formulé a los asistentes pretendiendo que alguien se motivaría y aportara algún testimonio al respecto. El silencio fue la respuesta. El colega Próspero Jiménez que estaba presente le interesó el aliento filosófico que encerraba tan singular requerimiento, sugiriéndome que la desarrollara en las páginas de Acento.com.do.
Es muy posible que a los creyentes la ofensa implícita en esta interpelación no les ocasione dilema alguno al estar atrincherados en la fe – una creencia no basada en argumentos racionales – pero en nuestra condición de agnóstico – lo absoluto, Dios, es inaccesible al entendimiento humano – se nos hace un poco cuesta arriba la vertebración de la contesta apropiada. A pesar de ello avanzaremos el razonamiento siguiente:
De entrada expresaremos que sin el hombre la naturaleza carecería de sentido, afirmación basada en esto: según la Ciencia el planeta en que vivimos, al igual que los restantes que integran el sistema solar, tiene una edad aproximada de 4600 millones de años y en el mismo nuestra especie que es el Homo sapiens surgió hace apenas unos 200,000 años, o sea que somos huéspedes francamente recientes en la historia de la Tierra.
…no obstante sus abiertas críticas a la carne y a la humana condición, Roma ha utilizado por siglos la imagen de un hombre crucificado, abandonado, como señuelo para atraerse las voluntades de las masas populares
Es decir que antes de nuestro asomo en esta singular esfera, que gira alrededor de si misma y del sol, ya existían los animales, los vegetales, los cursos de agua, las montañas, los mares y los desiertos con quienes convivimos, siendo nuestra capacidad craneana y desarrollo cerebral las causas determinantes para que progresivamente la especie a la cual pertenecemos utilizara a su antojo y provecho todos los recursos naturales disponibles.
Ahora bien, en los millones y millones de años en que estuvimos ausentes sobre la superficie de este planeta, qué significado tendría una flor si no existía un poeta que le cantara o una bella mujer que la cortara y llevara en el pelo? Cuál sentido tendría un mar embravecido o una copiosa tormenta de nieve sin un pintor que la reprodujera? y un bello atardecer sin un músico o escritor que lo describiera?
Siendo un poco más prácticos, qué importancia tendría un naranjo lleno de frutas maduras sin la presencia de un hombre que se las comiera? y los animales del monte si no se les criaba o cazaba en beneficio del hombre? y las tierras fértiles sin la intervención de manos que facilitaran el cultivo de especies vegetales alimenticias? y de la lluvia si la misma no asegurara el crecimiento y desarrollo de lo sembrado?
Cuál hubiese sido el destino de este planeta y de los recursos que exhibía si el hombre no hubiera surgido? Los ecologistas con razón señalarían que la depredación que nos caracteriza no hubiera ocurrido preservándose desde luego su total integridad, tal y como sucede en la actualidad con los bosques primarios de Rumanía. Pero entonces, cuál sería el sentido de un planeta virgen donde no exista una especie que lo gestione, organice o devaste?
Consistiría en un original modelo de ecosistema intacto, primitivo donde prosperan sin orden ni concierto diversas especies animales, vegetales o minerales que interactúan, evolucionan y modifican recíprocamente, mundo que quizá pueda tener algún atractivo o interés para paleontólogos y otros especialistas, pero que estaría desprovisto de toda significación sino existiera quien en realidad le otorga valor e importancia a las cosas que les rodean: los seres humanos.
Desafortunadamente la mayoría de las religiones desprecian la condición material del hombre pregonando en iglesias, mezquitas, sinagogas y pagodas que la importancia de éste se inicia al despojarse de su envoltura carnal, trasladándose hacia el denominado “más allá” recinto jamás localizado por la ciencia. Antes de renunciar el Papa Benedicto XVI fue tajante al expresar que física y espacialmente el cielo y el infierno no existen, pero que probablemente estarían en la conciencia de cada uno.
Como en el transcurso de nuestras vidas somos víctimas de desastres naturales, de la mortalidad, de la injusticia y la crueldad humana, abrigamos el presentimiento de que nuestra existencia no fue así concebida, de que hemos perdido algo y en consecuencia muchos hombres y mujeres se entregan en los bazos de las religiones pensando mitigar esa deficiencia. En el fondo parece que sentimos la necesidad de que algo nos domine, nos trascienda.
Las confesiones religiosas inducen a sus feligreses a pensar que existe un Ser, una irrealidad que sobrepasa en perfección y conocimientos a los seres humanos y representaría la medida de todas las cosas. Aunque minimizan y subestiman a los hombres – todos somos unos pecadores- la religiones de Occidente – en especial el Catolicismo – no tienen si embargo reparos en promover la figura humana para seducir a las multitudes. Es un contrasentido pero así es.
Así, por ejemplo, cuando Dios o Jehová decidió intervenir en los asuntos terrestres no se encarnó en un guayacán, una cacata o una tilapia – antes lo había hecho según el “Éxodo” transformándose en una zarza ardiendo en el desierto – sino convirtiéndose en un hombre – Jesús – testimonio irrefutable de que el Homo sapiens es lo máximo entre todas las criaturas vivientes, lo más relevante entre los domiciliados en este excéntrico planeta.
También, y no obstante sus abiertas críticas a la carne y a la humana condición, Roma ha utilizado por siglos la imagen de un hombre crucificado, abandonado, como señuelo para atraerse las voluntades de las masas populares, recurriendo además a dos productos elaborados por el hombre como son el pan y el vino para de una forma vicaria hacer presente el cuerpo del Señor en el sacramento de la Eucaristía.
El Cristianismo hizo de una persona o figura humana el centro de la vida religiosa que es un hecho único en la historia de las religiones occidentales, y mal entonces podrían sus defensores proclamar de voz en cuello que los hombres son unos seres sin ninguna significación, prescindibles, aunque seamos los únicos animales con la facultad de idear algo que no está presente, o algo que no existe todavía pero que es una posibilidad.
En el caso de que Dios no solo existiera sino que fuera además el artífice de toda la creación, qué hacía esta deidad antes del surgimiento del hombre sobre la Tierra? con quien hablaba pues no podía alternar con los dinosaurios, cocodrilos o las montañas? Cuál era su entretemiento? en qué usaba su tiempo? De quién se valía para actuar en el planeta que habitamos? Fue luego de la aparición del hombre que su mutismo finalizó al hablar a menudo con los profetas y apóstoles.
Reconocemos que conciliar el sentido común, la razón con las Sagradas Escrituras es un tremendo problema, debido entre otros motivos a que las religiones acostumbran expresarse en un lenguaje figurado, y para su cabal comprensión es obligatorio apelar a la imaginación, al poder de fantasear que albergamos, siendo completamente inútiles los esfuerzos tendientes a interpretar correctamente su significado acudiendo al entendimiento, a la inteligencia.
Estamos convencidos que sin la presencia humana las cosas de este mundo estarían despojadas de todo sentido. De seguro que el sol estaría alumbrando, las nubes derivando en la atmósfera, la lluvia cayendo, los arboles floreciendo, los ruiseñores cantando y los mamíferos amamantando porque este dinamismo, estas acciones garantizarían su reciclaje, supervivencia. Pero estaríamos de acuerdo en que las mismas estarían privadas de sentido alguno.
Para que una actividad posea un significado cualquiera es imprescindible que alguien pueda usufructuarla, que tenga alguna utilidad, y como para bien o para mal el hombre es la especie terrícola dominante con respecto a las otras que comparten su espacio astral, el mismo es por consiguiente el gestor, el agente que dota de sentido y significación a sus naturales acompañantes. Sin él este planeta carecería de utilidad como las tetillas de los hombres o el intentar explicarle a un ciego de nacimiento el color amarillo.
Sin la presencia de nosotros en este mundo este continuaría existiendo, pero no tendría sentido porque estaría huérfano de utilidad. Una secoya, un guaraguao o una estrella de mar no tienen conciencia de su existencia y por consiguiente estarían imposibilitados de ofrecerle una orientación u dirección a sus vidas. Nada de pensar, solo crecer y multiplicarse. Únicamente el hombre tiene el privilegio de reflexionar y darle sentido a su vida y la de los demás seres vivientes que cohabitan con él.
Paradójicamente lo contrario es cierto también, o sea, si la naturaleza no existiera tendría algún sentido la presencia, la existencia del hombre? Se puede concebir un hombre viviendo en la condición actual de Marte, Venus, la Luna o Neptuno donde lo natural brilla por su ausencia? Cual sería nuestra actitud si la sonda espacial Kepler destinada al descubrimiento de planetas con parámetros congruentes con la expresión de la vida que conocemos encontrara uno rebosante de plantas y animales pero sin humanos?
Por el protagonismo del hombre en la tierra es que muchas personas consideran que Dios depende del hombre cuando quiere actuar o tomar alguna decisión en este planeta. Y por lo mismo la concepción antropomórfica de Dios, es decir el hecho de que su configuración corporal sea igual a la humana, obedece a que contrariamente a lo expresado en la Biblia – en el Génesis – Dios fue concebido a imagen y semejanza del hombre. Lo reseñado en este último párrafo puede no ser más que un derivativo de lo expresado por el profeta Isaías cuando señaló que hasta que uno no tenga fe no podrá comprender nada. A esperar entonces.