Recomendables películas de la antología del cine imputan el sentido de la historia, a la residencia de una familia o persona, a modo de signo semiótico. Las hay de humor, de horror, de drama, animadas y de acción. Un buen director de cine puede lograr que un hábitat sirva a su obra, más allá de permanecer como soporte escenográfico. La casa, como recurso semiótico, es una tradición que proviene de la literatura. Gracias al buen aprovechamiento de los medios audiovisuales y la escritura aunados en el Séptimo Arte, algunos directores de cine, junto a su elenco artístico y técnico, nos han hecho sentir dentro de las casas de la trama. Al ver películas de cierta calidad, pareciera que estamos cruzando con los personajes por los pasillos, recámaras, cocinas y patios de esas inolvidables residencias. La película surcoreana Parásitos (2019) del director Bong Joon Ho, se inscribe en esa tradición. Al ver sus fabulosas escenas, fui recordando aquellos hogares que el cine me ha hecho pensar visité.

La vida social de las personas está marcada por un conjunto de signos. Los seres humanos vamos dejando huellas materiales e inmateriales por donde cruzamos. En el hogar, éstas huellas se multiplican y ofrecen una reinterpretación bastante fiel y honesta de quiénes somos, sea por lo que abunda o por las carencias de sus interiores y galerías exteriores. En adición, los hogares, como toda edificación, tienen humores definidos por la luz, la sombra, su contacto en sentido general con la naturaleza, el tiempo en que han estado erguidos y su ubicación social. En la narrativa de un buen director de cine como Joon Ho, esos signos no son pasivos, acompañan y fortalecen la trama. Gracias a la semiótica cinematográfica, ensayada por otros talentosos directores, hay hogares inolvidables. Recuerdo algunas:

El recuerdo de una choza en pueblo minero en los valles del sur de Gales durante la primavera en How Green was my valley (1941) de John Ford. Un departamento, en París donde una paloma interrumpe los silencios dos maestros de música envejecientes en, Amour (2013) de Michael Haneke. Una hacienda en los días de la Revolución Mexicana donde se preparan platillos especiales en, Como agua para chocolate (1992) de Alfonso Arau. La crisis de una pareja cargada de humor al decidir mudarse de Nueva York a la casa de sus sueños suburbios, en The money pit (1986) de Richard Benjamin. El frenesí de tres hermanas atrapadas en una crisis familiar al seno de una casa de playa frente a la bruma del Atlántico, en Interiores  (1978) de Woody Allen. La adaptación de la novela de E. M. Foster, acerca de las relaciones interpersonales británicas en los albores del siglo XX, en Howards end (1992) de James Ivory. Y una gran favorita mía: un departamento en la ciudad de Roma, Italia, habitado por una misma familia durante largas décadas del siglo XX, en La Famiglia (1987) de Ettore Scola. Imperdible película, rica imágenes semióticas que brotan de las paredes de un hogar.

Algunas residencias las recordamos con su nombre propio o el de su dueño. Tara, Xanadú o la casa de Norman Bates, son poderosos elementos semióticos de Lo que el viento se llevó (1939) de Víctor Fleming, El ciudadano Kane (1941) de Orson Welles y Psicosis  (1960) de Alfred Hitchcock, respectivamente. Y para los cinéfilos, al hablar de El Apartamento o Piso del soltero, no nos referimos a otro, que el recreado por el director Billy Wilder en su clásico del 1960; una de las más inteligentes comedias románticas con notas dramáticas.

Los hogares en estas películas, funcionan como claves para la comunicación. Los signos humanos y ambientales ocupan una función en la narración; sus habitantes, visitantes y los elementos de la naturaleza contribuyen al funcionamiento de una casa, configuran una atmósfera específica que transmite mensajes ciertos y descifrables. El cine como sistema de comunicación audiovisual, tiene la posibilidad de expresarnos la simbología de lo que una casa de familia significa para su protagonista y el resto de los personajes. En el caso de Parásitos, quienes la habitan y visitan interactúan con variados signos de la casa insertos la historia. También nosotros, los espectadores, intérpretes ulteriores del mensaje de la obra de Joon Ho, derivamos los entendimientos propios, porque tenemos una huella profunda en la memoria respecto al significado de un hogar; sea el actual, el que nos anidó al crecer, el soñado o el que acaso ha faltado.

El solar familiar es portador de un sentido en sí mismo en el cine de arte. De ese modo, una casa en esa y otras películas es el vehículo sígnico. En Parásitos funciona como lo designado o designatum. Ambos elementos están al servicio de la semiosis, y se configuran a nuestro favor, para completar un mensaje. La residencia donde ocurre una gran parte de las escenas del filme surcoreano, con su ambientación, los usos dados, la presencia de la lluvia, sus rincones, muestran la huella de la actividad humana, el paso del tiempo y las estaciones sobre la arquitectura vernácula del hábitat.

La casa en esta película, no solo sirve de decorado a Joon Ho, a efectos de que los personajes tengan un lugar donde desarrollar sus acciones y pronunciar sus parlamentos. La residencia en Parásitos es un personaje en sí mismo y aunque no habla ni se mueve como los actores y las actrices, cuenta su propia historia. Otorga a la narración un ángulo de sobrado valor. En mi opinión, el aprovechamiento de la casa, como recurso semiótico, es la clave para que la película surcoreana sea acaso reconocida por la Academia Cinematográfica como la primera película hablada en idioma extranjero, ganadora del Óscar a mejor película, de la historia del cine. Su conjunto de señales nos regala una rica hermenéutica sobre el significado de ese lar doméstico, para sus personajes y para la audiencia.

Del cine no escribo en ánimos profesionales. Para eso, recomiendo a Félix Manuel Lora, Hugo Pagán, Etzel Baéz, Ysidro García, Jimmy Hungría, Rubén Peralta y otros críticos profesionales de nuestro país. Leo con alegría, que una joven dominicana Dahiana Acosta, incursiona en el mundo de la crítica de cine profesional, recomiendo leer sus trabajos.  Escribo de cine desde la emoción, desde la posibilidad que nos ofrece el arte de redescubrir nuestra capacidad de sorpresa. A mi edad, eso no tiene precio. Prefiero mantenerme en la silla del espectador, con mi “poncho morado”, símbolo semiótico invisible de mi romance añejo con el cine.  El poncho ya no existe; fue un regalo que mi papá trajo de su único viaje a México en 1973. Ahora vivo en el país de donde vino el poncho morado, con lo cual, el símbolo semiótico se tornó mágico y se hizo más presente. El abrigo tejido me acompañó en mis visitas al cine durante la niñez. Gracias al oficio de mi papá como administrador de salas y representante de casas productoras de películas, descubrí la semiótica, antes de tener edad para entender que era un recurso y no un acto de magia; y antes de tener edad para comprender el alcance del mensaje inserto en los diálogos y acciones de actores y actrices.

No olvido la primera vez que quedé casi sola en una sala cine para ver una película, no tendría ni cinco años. Fue en el extinto cine Élite, ubicado en el sector Gascue, una especie de colonia Roma dominicana. La elegante sala estaba repleta de niños. Mi hermanito y yo, muy chiquitos los dos, tuvimos que sentarnos en pasillos, pues las butacas estaban ocupadas e incluso los pasillos estaban por igual, llenos de niños sentados en el piso como nosotros. Veíamos felices una reposición del clásico de Walt Disney, Fantasía (1940). Ese día sin saberlo, quedé prendada de la semiótica entre un personaje y un hogar.

De tiempo en tiempo, el espigado y elegante portero del teatro, Fidel, a quien mis padres dejaron encargados de cuidarnos, iba a ver si estábamos bien. Fue leyenda familiar la relatoría de Fidel a mis padres, sobre nuestro buen comportamiento ese día, absortos por las historietas de la película animada que veíamos. No nos molestaba ver la película sentados en el piso. A partir de ahí, nos dejaban con frecuencia al cuidado del buen Fidel, en aquellas matinées sabatinas de los años sesenta en el cine Élite. Algunos cinéfilos dominicanos recordarán a este entrañable caballero que laboró como portero en distintas salas de cine de Santo Domingo. En los ochenta y noventa, era portero del Cinema Lumière propiedad de Arturo Rodríguez Fernández. El donaire de Fidel era consistente con la programación exquisita de la cartelera de esa sala de cine de arte, del también gratamente recordado Arturo. Del mismo modo, la afable elegancia de Fidel, entonaba con el decorado del Élite, con aquellos sus murales de delirios daliescos, que guardaban cierta familiaridad con la película que veíamos esa tarde de matinée.

Disfrutando el fabuloso suspenso que ocupa a los actores y actrices de Parásitos, mientras deambulan por esa residencia en la ciudad de Seúl, no pude evitar recordar al pequeño ratón Mickey recorriendo, con similares señales de suspenso, la casa del mago Yen Sid en el corto El aprendiz de brujo. La historieta es uno de los episodios de la hermosa película animada Fantasía de Walt Disney que mi hermano Guaroa y yo vimos sentados en el piso, en la referida matinée del Élite. No tenía idea en ese momento, pero el corto animado se inspira en un poema de Johann Wolfgang von Goethe de 1797, que, a su vez, inspiró la música utilizada por Disney y compuesto por Paul Dukas en 1899. La semiótica de Disney y la de Joon Ho comparten recursos similares. Después de todo, el simpático roedor se quiso pasar de sabio al usar sin permiso, pertenencias ajenas en el sótano del mago Yen Sid, dueño de la casa donde Mickey hacía faenas domésticas. Lo que empieza como comedia, termina en drama intenso para el más amado personaje de Disney.

Fantasía fue mi primera lección sobre los signos semióticos de un hogar en el cine. Espero que al igual que la película de Disney, la de Joon Ho pase merecidamente a las listas selectas de apreciación cinematográfica. Recomiendo verla. Aseguro al espectador que se sentirá, sin importar su edad, como yo aquella tarde de matinée en el Élite cuando era una parvulita viendo al ratón Mickey. Disfruten de la capacidad de sorpresa que transmite un magnífico director de cine, Bong Joon Ho, con apoyo del resto de los artistas y técnicos que participan en Parásitos y los elementos semióticos derivados de una residencia en Seúl.

 

A la memoria de Fidel. Cuando mi papá enfermó de gravedad, Fidel, ya un hombre de muchos años, iba en carrito público y luego a pie a visitarlo a nuestra casa, llevándonos su acostumbrado donaire y su inmutable lealtad.