Pablo volvió a ver otra mascarilla en el suelo. Cuánto tiempo llevaría olvidada, –se preguntó–. Quién, dónde, cuándo, cómo? ¿Algún joven despreocupado, que se la ponía abajo de la nariz porque el calor le apretaba, aunque su mal uso no ayudara en nada?

¿Un viejito, que sólo la usaba para ir al super, y ayer al regresar, arrastrando los pies, no se dio cuenta que se le caía del bolsillo del pantalón? ¿Sería acaso de un niño inquieto, que le servía de bufanda cada vez que se iba al parque? Como le quedaba enorme, era previsible que la perdiera entre brincos y carreras…

Quizás perteneció a una chica que ya no aguantaba al esposo y que estaba a punto de dejarlo, pero a la hora de decidirse, titubeos, dudas. Ya llevaba tiempo rumiando su desencanto. ¿Meses, semanas, años? Un desencanto bastante común: sobredosis  de rutina. Es verdad que la costumbre, es más fuerte que el amor, recordaba sin tregua aquella canción de Juan Gabriel…¿Fue al atardecer, cuando luego de terminar otro cigarro, su mano arrojó la triste mascarilla, como si con ese movimiento también se despojara de su decepción, de su melancolía?

Cuando por fin ella se había decidido a abandonarlo, se habló de cuarentenas, de no salir, de usar cubrebocas, de lavarse las manos, de la sana distancia y en un parpadeo el gobierno puso cerrojo a todo: cines, restaurantes, parques, bares, tiendas, museos, bancos y hasta las propias oficinas. Le dijeron que trabajaría desde  casa…

Muchas horas, demasiadas, pasaría viéndolo, hablándole, discutiendo, soportándolo, pues él tampoco iba a chambear, para eso estaba la mesita del comedor, que de súbito se había convertido en un escritorio diminuto y duplicado. Lo que Pablo no alcanza a adivinar es si después de tanta vida en común, ella había recuperado la esperanza de continuar a su lado o si por el contrario, había acelerado la separación…Tampoco lograba imaginar las noches ¿las almohadas, eran una extensión de ellos o parte de las barreras?, ¿habría caricias o cada uno se atrincheraba en el cansancio, en el estrés, en la monotonía del encierro para así, huir del otro?

Por qué Pablo no se puso a pensar en otro tipo de máscaras, en pedazos de tela menos tortuosos pero con mayor gloria. En esas qué otorgan misterio, fuerza, magia, eternidad, al que las porta. Un Santo, Enmascarado de Plata, un Blue Demon, un Mil Máscaras, un Huracán Ramírez…Ellos tristemente, siguen sin poder subir al cuadrilátero. De seguro extrañan el alarido del publico, los insultos cariñosos y toda la parafernalia. Es más, no creo que a Pablo le gusten las luchas, acaso prefiera el futbol, aunque ahora se juegue en estadios silenciosos como panteones. En la cancha no hay tapabocas (en el banquillo sí, algún suplente, uno que otro entrenador, los fotógrafos) ni tampoco respetan la distancia sana, salvo los nueve metros reglamentarios que se exigen al cobrar un tiro de castigo…

Lo mejor que Pablo pudo haber hecho, era agarrar el mugroso tapabocas y ponerlo en el bote de la basura. El paisaje ahora no puede concebirse sin estos «utensilios» azul claro. De los rostros pasan al suelo, a las aceras, a los jardines; el viento los empuja para después olvidarlos en otra calle. Sin embargo, temió que por andar de ecológico se le pegara el virus a la piel, se le aferrara a las uñas, así que ni siquiera le dio una patada de aburrimiento…