Los pueblos suelen alimentar su ego con fantasías, historias, creaciones colectivas y un imaginario que vuela entre la leyenda y las creencias. Estas historias contadas, se integran al tejido social de los pueblos donde forman parte de su compactada identidad y cumplen funciones que van desde el miedo, la conformidad, hasta el masoquismo y el placer que causa sus intrigas y dramas.
Estas historias forman parte de la oralidad familiar, del vecindario o la comunidad como parte integral de su cotidianidad, se registran en el inconsciente y se depositan en la memoria social de los pueblos para ser luego transmita como vivencia y componente de la conciencia colectiva, familiar o comunitaria y de su identidad.
El cine se alimenta de estas historias para definir guiones de películas y la gente echa manos de ellas para contarlas, bien como verdad o como ficción. Lo cierto es que ellas son parte del imaginario que despierta la inventiva, la creatividad popular, el talento novelesco y literario de la gente que, una vez asumidas por el conjunto social, se hacen historia.
¿De qué hablamos? De una necesidad de mantener en vilo el ánimo de la gente, despertar su imaginación y doblegar su estabilidad emocional despertando su bilirrubina y ansiedades como parte de una pócima que lo mantiene activo, pendiente y atento al desenlace y eso genera interés.
Inventadas las historias por una persona o grupo, su autoría se pierde en un anonimato social y la convierte en un hecho del folklore y de la creación popular. En muchos casos, hay historias que se repiten de una comunidad a otra, se reinterpretación, se adecuan a cada lugar o simplemente los pueblos se apropian de ellas y le asignan sello propio. En todo caso, las historias caminan de época en época, circulan de generación en generación, de pueblo en pueblo y entre la gente como conductores idóneos en la transmisión de la misma.
El valor de estas historias no viene dado por la racionalidad o veracidad del hecho, sino más bien la función psicosocial que cumple en la gente como parte de una necesidad subjetiva de alimentar el imaginario para complacer interioridades anímicas de la naturaleza humana.
Los pueblos siempre han puesto en marcha su imaginario, los mitos, las creencias, los héroes, los símbolos, el esoterismo, los saberes restringidos, las religiones, las leyendas, son parte de la gama de lecturas que se hace de la realidad, sabiendo que en ausencia de un saber científico, se ha valido la humanidad de un imaginario, sea mágico, sagrado o secular.
En este proceso social de transmisión de valores, recibimos las historias, la asimilamos interiormente como individuo, la guardamos, la reciclamos y la circulamos como parte de una socialización, a veces,inconsciente. Este ciclo, que no siempre se cierra, no solo las alimenta, sino que le da vigencia en el imaginario y la reproduce convirtiéndola en componente de la estructura mental de los pueblos y des su s identidades.
Sin querer ellas traspasan las barreras para las cuales se crean y pasan a desempeñar funciones más complejas en las sociedades modernas. Novelas, cuentos, leyendas y otras narrativas, son parte intrínseca del millonario mundo de la celuloide y de otras historias que se alimentan de ese imaginario y la refríen para seguir complaciendo el ego humano de la imaginación, la fantasía y la ficción para contraponerlo al mundo real del dolor, la pena, el trabajo, el pecado, el sacrifico y algunos momentos de placer.
Por esas razones anteriores entendemos explicativas las causas que alimentan el imaginario, inventan realidades sublimes, sustituyen la realidad por la ficción y creando personajes, historias y circunstancias que dan riendas sueltas a la catarsis que las mismas nos producen en nuestro interior y en la psiquis de los pueblos.