Procopio de Cesárea fue, en parte, un típico historiador cortesano del siglo VI cuyas obras brindan amplia información sobre el reinado de Justiniano I y las campañas militares del general Belisario. Escribió y publicó textos de gran valor histórico y otros para enaltecer el ego de los poderosos, pero es también autor de una “Historia secreta” que no se conoció hasta el año de 1623.
En ella presenta a Justiniano y a la emperatriz Teodora como seres depravados. Justiniano sería un déspota y un pusilánime que vivió baja la nefasta influencia de la demoníaca Teodora, a la cual atribuye todos los vicios y perversiones.
Constantino, de hecho, sería poco menos que un monstruo:
“¿Cómo podría alguien ser capaz de abarcar con la palabra todos los rasgos del carácter de Justiniano? Parecía que no tenía estos y otros muchos males aún mayores por su condición humana, sino que daba la sensación de que la naturaleza había quitado la maldad al resto de la humanidad para depositarla en el alma de este hombre.”
Pero Teodora sería aún más detestable:
“Cuando estas niñas llegaron a la adolescencia, la madre las llevó enseguida a la escena que había allí porque era notoria su belleza, aunque no a todas al mismo tiempo, sino conforme cada una de ellas le pareció madura para este tipo de trabajo. Comitó fue pues la primera que sobresalió entre las heteras de aquellos días. Después de ella venía Teodora, que se cubría con una pequeña túnica de mangas a la manera de un joven esclavo y entre otros servicios que le prestaba llevaba siempre sobre sus hombros un escaño sobre el que aquella solía sentarse en sus encuentros. (…) Pero tan pronto como llegó a la adolescencia y estuvo ya desarrollada, se bajó ella misma a escena con las mujeres y se convirtió enseguida en una hetera de esas que los antiguos llamaban ‘de infantería’, pues no era flautista ni harpista ni había siquiera estudiado los pasos de la danza, sino que sólo entregaba su juvenil belleza a todo el que llegaba, dejándole que se sirviera de todas las partes de su cuerpo. (…) Y aunque a menudo se quedaba embarazada, casi siempre pudo provocar enseguida el aborto. (…) Por su parte cuantas personas respetables se encontraban con ella en el ágora la evitaban y se marchaban presurosos, no fuese que al tocar alguna parte de los vestidos de esta mujer pareciese que compartían su impureza. Así pues, para los que la veían, sobre todo al despuntar el día, era un pájaro de mal agüero. Por otra parte acostumbraba a tratar siempre a sus compañeras del teatro con la ferocidad del escorpión, pues la envidia la dominaba completamente.
(…) Ésta fue pues la forma en que nació y fue criada esta mujer y por la que llegó a ser famosa entre muchas mujeres públicas y entre todos los hombres. Cuando llegó a Bizancio de nuevo, Justiniano concibió un violento amor por ella. Al principio la trataba como a una amante, aunque la había ascendido a la dignidad de patricia. Teodora pudo así adquirir enseguida un extraordinario poder y amasar consiguientemente una enorme fortuna, pues lo que más placer le causaba a este hombre era dar todos sus bienes y conceder todos sus favores a su amada, que es lo que les suele suceder a los que están perdidamente enamorados. Así, el estado se convirtió en el combustible de este amor y Justiniano junto con Teodora no sólo arruinó todavía mucho más que antes al pueblo en la capital, sino por todo el imperio de los romanos.”
Muy distinto es el criterio de Isabel Barceló, que, en su escrito “Mujeres de la antigüedad”, reivindica al personaje como una especie de feminista que asemeja de alguna manera a la argentina Evita Perón:
Una de las mujeres de la antigüedad que acumula más razones para ser recordada en el mes de marzo –un mes especialmente grato para nosotras por la celebración, el 8, del día internacional de la mujer –, es Teodora.
Y ello por dos razones bien distintas:
Por su trayectoria personal de superación y de aprendizaje que, desde su condición de actriz en espectáculos de baja estofa y la práctica de la prostitución, la llevó a ocupar el trono del imperio bizantino;
y por la especial protección que otorgó a las mujeres una vez alcanzado tan extraordinario poder político.
TEODORA. LA EVOLUCIÓN DEL PERSONAJE
El lugar y la fecha de su nacimiento no están del todo claras. Se habla de Siria o de Chipre y una fecha en torno al año 500 de nuestra era.
La que sí está acreditada es la pobreza de su familia: su padre, un tal Acacio, era cuidador de fieras del hipódromo de Constantinopla – capital del imperio romano de oriente, conocido luego como imperio bizantino – mientras su madre ejercía como actriz y bailarina, ocupaciones situadas en lo más bajo de la escala social.
Se crió pues sin educación, sin apenas recursos tras la muerte del padre siendo ella muy niña, con escasa vigilancia y menos afecto.
Ella tenía, sin embargo, una personalidad fuerte y decidida y sabía moverse en el mundillo del espectáculo. Así, en sustitución de una de sus hermanas salió por primera vez a un escenario actuando como mimo y obtuvo un rotundo éxito.
Al parecer al público le gustaba tanto su belleza extraordinaria como su desinhibición.
La prostitución venía a ser un complemento a esa vida desordenada y disoluta. Con todo, su belleza le reportó la posibilidad de viajar como amante de un alto oficial sirio que se dirigía a la Cirenaica para ser gobernador. Permaneció con él un tiempo pero, finalmente, él la abandonó dejándola en la extrema pobreza y en un país extraño. Decidió dirigirse a Egipto.
Parece ser que tomó entonces contacto con comunidades monofisitas (sostenían que Jesús solo tenía naturaleza divina y no humana) de las cuales recibió ayuda y cierta instrucción religiosa, algo que no olvidaría jamás.
De regreso a Constantinopla y apartada de sus viejos oficios, conoció casualmente a Justiniano, sobrino y heredero del emperador Justino I, e iniciaron una relación amorosa que se prolongaría durante el resto de su vida.
Tal fue el afecto y la unión entre ambos que él, aun siendo conocedor de su pasado y del gran desprestigio que podría acarrearle, quiso casarse con ella. Consiguió de su tío Justino que anulase la ley que impedía a las antiguas actrices contraer matrimonio con oficiales del imperio y, mas tarde, la nombró patricia.
Así Teodora tuvo la vía expedita en su ascenso al poder.
A la muerte de Justino, su heredero Justiniano hizo celebrar de inmediato la ceremonia de coronación por la cual ella se convirtió en emperatriz. Era el 4 de abril del 527, día de pascua.
Y probablemente esta decisión fue un gran acierto de Justiniano, pues el carácter fuerte y decidido de Teodora resultó fundamental para el gobierno del imperio. En una ocasión, cuando el emperador, tras un gravísimo conflicto con una de las facciones políticas de Constantinopla estaba preparándose para huir, fue ella quien con un discurso potente y razonado le hizo quedarse, afrontar los disturbios y conservar el poder:
“… el trono es un glorioso sepulcro y la púrpura el mejor sudario”
También fue fundamental su actitud hacia los monofisitas, una actitud de protección constante, pese a que Justiniano pertenecía y favorecía a iglesia ortodoxa. Este aparente desacuerdo en materia religiosa resultó muy beneficioso, pues forzó la convivencia dentro del imperio de esas dos tendencias y equilibraba las dos fuerzas político-sociales más potentes en liza.
Ambos esposos transformaron Constantinopla y la convirtieron en una ciudad bellísima, acometiendo numerosas obras, puentes, acueductos y más de veinticinco iglesias entre las cuales destaca la espléndida Santa Sofía.
Una de las labores que más nos interesa reseñar de su biografía es la cerrada defensa que hizo de las mujeres y sus derechos:
aumentó los derechos de las madres sobre sus hijos,
prohibió la prostitución forzosa,
mejoró sus derechos respecto al patrimonio y
en los casos de divorcio, instituyó la pena de muerte por violación y
prohibió que se pudiera asesinar a mujeres por razones de adulterio.
Sin duda su propia experiencia vital la hizo sentirse más próxima a las de su género y luchar activamente por ellas.
Teodora murió en el año 548, a los 48 años de edad, aproximadamente, dejando un gran vacío en el trono – su falta se dejó sentir en la política llevada adelante por Justiniano – y en el corazón de su esposo, que siempre la añoró.
Fue enterrada en la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla.