«La formación de la consciencia histórica es el objetivo prioritario de la
enseñanza de la historia. Esta consciencia, anclada en el presente,
incluye tanto las representaciones que los sujetos adquieren sobre el pasado
como las imágenes con las que proyectan el futuro.
Por tanto, carece de legitimidad una enseñanza
de la historia que evada la consideración
del presente». (Jorge Saab).
A más de uno he oído proponer que la historia debería impartirse en las escuelas más bien en retrospectiva, es decir desde el presente “hacia atrás”. Se buscaría con ello abonar su pertinencia y a su vez concitar mayor interés por el pasado. El presente apuraría la búsqueda de sus raíces, daría sentido a la indagación de los hechos pasados. Sería como una carrera hasta donde se pueda y sea necesario, tiempo atrás; cero angustia, o al menos otra clase de angustia por la presión del calendario. En fin, que el interés de docente y alumno por la impartición de Historia sería dominada por el interés global por comprender la sociedad tal como se conoce hoy.
Parece razonable. Se aviene, por lo pronto, al generalizado criterio de avanzar de lo conocido a lo desconocido. Solo un par de detalles: primero, que estaríamos suponiendo que efectivamente alumno y maestro en verdad conocen de algún modo el presente ; y, segundo –muy ligado a lo anterior— que igualmente en el uno y en el otro hay interés por profundizar y ampliar lo que se sabe de tal presente.
Y puede que sí, pero nada autoriza a suponerlo a priori. En términos estrictos, conocer el presente conlleva conocer el pasado, si no en sus detalles por lo menos en su esencia; y, al revés, conocer verdaderamente el pasado de por sí implica ya algún conocimiento respetable del presente. Estamos ante una inter-implicación inevitable que nos coloca, aparentemente, ante una antinomia: si conocer lo uno implica necesariamente lo otro, entonces nadie podría siquiera empezar a conocer ni presente ni pasado. Y en esta aparente paradoja reside la clave de un problema pedagógico que quizás podamos enunciar del siguiente modo: ¿cómo enseñar y aprender Historia si maestro y alumno ignoran y apenas si les interesa el presente?
Pero es simple: En el fondo, pasado y presente (y por fuerza el futuro) son en verdad un único tema en el que, dependiendo de cuál sea el interés particular, hará solo un énfasis especial que tal vez prefiramos llamar Sociología, o algo así –es solo un decir–, si el énfasis es el presente, e Historia si el énfasis es el pasado…
En el caso de la enseñanza de la Historia, supongo que esto facilita las cosas, en lugar de complicarlas. La cuestión no reside en si el recorrido lo hacemos de hoy hacia ayer o de ayer hacia hoy, o –tal vez mejor— yendo y viniendo de ayer a hoy y viceversa. Al final importa, eso sí, la búsqueda de la verdad histórica –de hoy, de ayer y de mañana– como medio para explicarnos de cuáles polvos vienen estos lodos, si fuera el caso, y qué habría que hacer para no condenar el futuro a nuevas desgracias.
Educar es mover las piezas necesarias – importa poco cuáles para iniciar—para concitar interés y encaminar hacia el aprendizaje. No las tienen hoy precisamente fácil maestras y maestros de Historia, en un medio tan manifiestamente hostil al ejercicio intelectual. ¿En medio de tanta apatía, desorientación y pobreza cultural, hay, sin embargo, al menos un puñado excepcional –maestros y educandos– de quienes puedan hacer la diferencia? Sería suficiente para iniciar una nueva historia sobre la enseñanza y el aprendizaje de la Historia.